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Opinión

Del Rey abajo, Luis de la Fuente

«La Corona intenta zafarse de enemigos mezquinos y de la zancadilla taimada y artera dentro del Parlamento»

Del Rey abajo, Luis de la Fuente

Luis de la Fuente. | Europa Press

Tras golear a Croacia (3-0), al equipo de Luis de la Fuente no se le concedió mayor crédito porque, supuestamente, los subcampeones del mundo viajan con el Imserso. Ni siquiera el emblemático Modrić merecía la consideración de quien ha contribuido a ganar la última Copa de Europa del Real Madrid. El descalzaperros en que se encuentra sumida la RFEF tampoco mejoraba la imagen del seleccionador, pese a los resultados obtenidos y el éxito en la reciente edición de la Nations League. Sin embargo, De la Fuente no pierde ni los modales ni la compostura. Es de la escuela de Vicente del Bosque, educación, respeto y avances sin alharacas. Ha formado un equipo de jugadores solidarios que se parten la cara por él porque han entendido lo que espera de ellos: control del balón uniformemente acelerado. Verticalidad contra horizontalidad. Profundidad frente al amodorramiento. Presión arriba y velocidad en todas las líneas. Exactamente el muestrario que desplegaron contra Italia, segundo examen en la Eurocopa, la espada de Damocles que no salió de la vaina. Recital en campo alemán, asombro general, victoria imprescindible, clasificación conseguida. Y en el palco, contento y satisfecho, el Rey de España en sorprendente compañía.

Después de diez años de reinado hay quien solo ve un «okupa» en Felipe VI, un muñeco al que mantear, alguien a quien insultar porque quienes han de defenderle lo desprecian. Le envidian y le detestan. Le recibes con las manos en los bolsillos, le haces esperar en un acto oficial para evitar los abucheos destinados a ti; te sitúas con tu esposa, «la presidenta» de López, a continuación de los Reyes en el besamanos; le sometes a la tortura de firmar leyes que hasta hace un año repudiabas; le dejas solo en viajes oficiales o desamparado como en el España-Italia, y no te coscas de que un chisgarabís manipula el protocolo para situar a su lado a Pedro Rocha, imputado y propuesto para una inhabilitación de seis años, mientras el secretario de Estado traga cuando le colocan seis asientos más allá. Y no es que al Gobierno no le guste el fútbol, que hasta siete ministros se han alineado en el palco del Bernabéu, es que no le gusta el Rey. 

Jorge Luis Borges detestaba el fútbol y Fernando Sánchez Dragó lo consideraba distracción de rebaño. A este lado del muro, en cambio, hay intelectuales que, como Rafael Alberti o Albert Camus, no ocultaban la pasión por este deporte. Para Borges, «el fútbol es popular porque la estupidez es popular». En esa línea, Sánchez Dragó: «El espectáculo del fútbol me asquea, me aburre, me deprime y me degrada. Cuando veo a alguien leyendo el As, el Marca, o cualquiera de esas bazofias, en el metro ya sé que me encuentro delante de un borreguito, delante de un esclavito, delante de un analfabetito, y ya sé que me encuentro, con todos los respetos, delante de alguien que tiene encefalograma plano». Hoy, el contraste sería encontrar a alguien leyendo un periódico en el metro. En las antípodas, Rafael Alberti, espectador del Barcelona-Real Sociedad, final de la Copa del Rey, el 20 de mayo de 1928 en El Sardinero. El poeta gaditano descubre al portero húngaro Franz Platko y le escribe una oda después de recibir de un delantero donostiarra una patada en la cabeza que, aunque le hizo sangrar, no impidió que continuara jugando con un aparatoso vendaje: «Rubio Platko de sangre; guardameta en polvo… ¡Oh, Platko, Platko, Platko / tú, tan lejos de Hungría! / ¿Qué mar hubiera sido capaz de no llorarte? / Nadie, nadie se olvida, /no, nadie, nadie, nadie». De cancerbero a cancerbero, el portero Camus: «Pronto aprendí que la pelota no siempre viene por donde se espera. Eso me ayudó mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades, donde la gente no suele ser siempre recta». 

Mientras que la Selección recupera «partido a partido» el interés de quien no ve más allá de los colores de su equipo, crecen las audiencias televisivas que en el extremo político menguan. Así, la Corona intenta zafarse de enemigos mezquinos y de la zancadilla taimada y artera dentro de ese terreno de juego que es el Parlamento, y aledaños. En el Veltins Arena de Gelsenkirchen España sometió a Italia, actual campeona continental, de tal forma que Francisco de Rojas Zorrilla habría titulado la crónica: «Del Rey abajo, De la Fuente», el más leal defensor de la unidad nacional, esa que también defiende Felipe González cuando dice que, ya puestos, «la (infecta) amnistía habría que ampliarla hasta 1714», incluso a un siglo antes, añado, para que el bandolero Joan Salas, «El catalán Serrallonga», fuera reconocido héroe después de su ajusticiamiento el 8 de enero de 1634.

Son tan inquietantes las señales que lanzan contra la Monarquía –parlamentaria, no lo olvidemos– como esperanzadoras las que descubrimos en el juego de La Roja, nunca a salvo del traspié, que «fútbol es futbol» (Boskov) y un asalto es un asalto, según descripción de Antonio Caño: «El creciente presidencialismo del jefe del Ejecutivo contradice el liberalismo de nuestro sistema, la constante relegación de la Corona y de las Cortes pone en duda la definición de nuestro modelo y la ocupación por parte del Gobierno de las instituciones que deben de servir como contrapeso da la razón a quienes denuncian una deriva autoritaria». Lejos de la lírica balompédica de Alberti y Camus y del odio sarraceno de Borges y Dragó al deporte rey, se confirma que la coherencia en política es incómoda, arguye Felipe González, eco en este caso de unas palabras del Rey, y el fútbol, un bálsamo cuando parece que su futuro es más negro que el del puente sobre el río Kwai. 

Este equipo, hecho a imagen y semejanza del seleccionador, que conoce a cada jugador desde épocas juveniles, encandila. Podría ganar la Eurocopa, no hay que descartarlo, o descalabrarse en alguno de los cuatro partidos trascendentales, pero lo que nadie puede discutirle es su firme candidatura a la victoria final, tal y como discurre el campeonato y después de ver las dudas que trascienden de los posibles adversarios. Vacilaciones que ni Felipe VI ni Luis de la Fuente, su más fiel vasallo, se permiten. Defender la Constitución sin titubeos y triturar al adversario sin consideración, that is the question.

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