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Viento nuevo

La espera, la esperanza y la desesperación

«Yo fui el primero en creer en el solemne Ministerio de Vivienda: hacía falta, era cañero e imprescindible»

La espera, la esperanza y la desesperación

La ministra de Vivienda y Agenda Urbana, Isabel Rodríguez. | María José López (Europa Press)

El ministerio de Vivienda y Agenda Urbana, dirigido por Isabel Rodríguez, peinada a la mitad con el hacha y flequillo, gesticulante y con ojos vivos, manos áreas y sonrisa afable, fue la gran esperanza de estos tiempos. Vivienda engloba un mundo: jóvenes sin techo, pisos con morralla turística, profesionales liberales sin dignidad, ancianos angustiados. Yo fui el primero en creer en el solemne Ministerio de Vivienda: hacía falta, era cañero e imprescindible. Superados los fuegos artificiales, volvemos al duro suelo de cada día, con muchos callos y más pozos. 

Isabel Rodríguez, ministra de Vivienda, andaba como loca por las esquinas del aire y del olvido. El Gobierno, por un lado, financiaba 25.000 pisos de alquiler social. Estupendo. Gran noticia. Todo lo propiciaban los grandes fondos europeos. Prometía Isabel Rodríguez en viejas hemerotecas 25.000 viviendas antes de que termine o culmine 2026, y además, decía, no me olvido, que 5.000 serían para los catalanes. La adenda era todavía más festiva: mil millones de euros en dicho programa, sin mermas, y el reto máximo donde casi todos nos caímos desmallados: diez mil millones de inversión públicas, y 250.000 viviendas anuales. Un programa de financiación añadido de cuatro mil millones de euros, destinado a promotores y administraciones. Menuda fiesta, una maravilla.

Quería, y quiere, Isabel Rodríguez, meter 3.500 millones al año en ladrillo vivo. Ahora, sí, nos enteramos de que dicho parque se debatirá este julio próximo con autonomías y constructores. Muy bien, pero nuevamente, no lo sé, seguimos en el terreno feliz de la esperanza, tan relacionado con la espera, y realmente pura desesperación. Alquileres de corta distancia, alquileres de habitaciones, alquileres modestos, residencias estudiantiles, universidades públicas con mayores plazas. De aquella, lo recordamos, alguien interpeló a la ministra, el catalán Jaume Guardiola, presidente del Cercle, que destacaba la reducción de la natalidad y el cuello de botella mismo de la productividad (De la desconfianza a la colaboración, firmado por Miquel Nadal, editado por el Cercle, subrayaba el grueso, capital político efectista a largo plazo, control de rentas imposible).

Nadal, sí, ya leído sin toses, ajeno a bocados y bocanadas de aire acorralado, hablaba de algo importante: «medidas quirúrgicas». Un alquiler concentrado donde la Administración alquilaría viviendas a grandes propietarios para realquilarlas a bajo precio a familias vulnerables (amarrada la operativa, sí, por abajo y por arriba). La ministra, entonces, salió con la ira en las mejillas arreboladas: «La morosidad es irrelevante en el alquiler». Suena todo a melonadas de ocasión, soplidos de trompeta, actualidad por los terciopelos digitales, botones y pantallitas, pronto nada o fiasco.

Prometía Rodríguez 600.000 nuevos pisos en el mercado inmediato, y en cuatro años máximo casi un millón. Si quiere garantizar el acceso a la vivienda de toda la población, dijeron los sabios de la tribu, habría que sextuplicar dicha cantidad. Dignificar, incluso, el millón de personas que viven bajo protección oficial. Esponjaría el parque del alquiler, según la ministra, y mejoraría el acceso a compra. Orgía de préstamos ICO. Ofrecería, incluso, vivienda a los estudiantes que fuesen a cursar estudios en universidades, y colocaría dichas viviendas al servicio de colectivos vulnerables, sin estudiantes a la vista. Destensionaría las zonas tensionadas de las ciudades, donde nadie tuviese que pagar el techo con más de la mitad de su sueldo, ese pastizal. 

En sus propias palabras: «Mi ingenuidad fue mayúscula al presentar para su aprobación al pleno del Congreso de los Diputados la ley del suelo, que contaba con un gran consenso» (fue el Gobierno quien la quitó en el último momento, en vistas de que no iba a salir adelante). La espera es larga, la desesperación completa y la esperanza nula. Tímido sale ahora un dato del zurrón, que a muchos ha sonrojado: el 40% de los hogares en Extremadura, León y Asturias será de una sola persona en el 2039.

Estamos haciendo viviendas para uno, estupendo. Al mismo tiempo, en 15 años, casi 7 millones de extranjeros llegarán por las vías rectales habituales. España es un erial sin nacimientos y donde las viviendas normales (tres habitaciones, dos baños) contarán con un fantasma, muy anciano, posiblemente del baño a la cocina y de la cocina al baño, sin gastar un euro fuera. Ese amigo que vive y vivirá solo, sí, precisará ayuda, y pronto esa vivienda unipersonal volverá a ser pasto de la nada y todo su presente en llamas.

Seguimos en el locurón. Habitamos el locurón. Según datos oficiales, la población nativa solo crecerá en Baleares y Murcia de aquí al 2039. El mayor número de extranjeros irá a parar a Cataluña. ¿No permite el actual teletrabajo salir de las grandes poblaciones e ir ocupando, a precios de risa, la España natural? ¿A quién destinará ese cuarenta por ciento de propietarios que morirán solos su cama y suelo? ¿Cuántas viviendas vacías languidecen en España y de quién son?

El dato oficial: «Un 33% de las casas a nivel nacional serán hogares de una sola persona dentro de quince años». ¿Tiene sentido el nuevo ladrillo? El ministerio de la Vivienda parece el de la fantasía. Nos zampamos todos los cuentos, creemos en todos los proyectos, apoyamos los mayores entusiasmos, pero al volver a salir a la calle todo es humo. El extranjero, a título póstumo, no quiere extrarradio y despoblación: intuye su negocio en el centro, sea pícaro o célibe. Más desesperación.

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