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Opinión

Coches de lunas tintadas y aprobado por los pelos

«La propaganda y la falta de rigor sustituyen a la eficiencia; el maniqueísmo impide el diálogo y la negociación»

Coches de lunas tintadas y aprobado por los pelos

El ministro de Economía, Carlos Cuerpo. | Europa Press

En plena transitoriedad de cargos en el Consejo Europeo y en la Comisión, España ha conseguido una resolución por la que deja de aplicársele el Procedimiento de Déficit Excesivo (PDE), procedimiento en el que estaba incurso el país desde 2009. Un acto de fe de Bruselas que el Gobierno ha festejado con alborozo.

Hasta el ministro de Economía, don Carlos Cuerpo, se ha permitido poner su firma a un corta y pega publicado en un diario, en el que el triunfalismo exuda en cada una de sus líneas. En un momento, llega a decir que «por primera vez en nuestra historia reciente, la economía española crece y se moderniza sin acumular desequilibrios macroeconómicos, con un superávit en balanza comercial, con una reducción sostenida de su déficit y deuda públicos en términos de PIB y una moderación gradual de la inflación».

Sobre la balanza comercial es incierto que haya superávit. La diferencia de nuestras exportaciones y de nuestras importaciones es negativa sistemáticamente. En los últimos años, solo en el segundo trimestre de 2020 registro un dato positivo. Quizás el señor ministro de Economía se refería a la balanza por cuenta corriente, que al incluir la balanza comercial y la de bienes y servicios, sí tiene un superávit sostenido, fundamentalmente por el turismo.

En cuanto a la referencia al déficit y a la deuda pública, es cierto que en términos de PIB se han reducido, pero en el caso de la deuda, no sólo no se ha reducido en términos monetarios, sino que ha crecido y sigue creciendo a un ritmo de 10.000 millones mensuales desde que el señor Cuerpo es ministro de Economía (hasta el mes de marzo, último dato publicado por el Banco de España), para situarse en 1.613.000.000.000, cifra que si a él no le marea, tiene suerte, pero a los españoles, que pagan los intereses crecientes en euros, no en porcentajes de PIB, les tiene de los nervios.

Tampoco puede ser creíble lo que califica como «moderación de la inflación». Desde que el señor ministro tomó posesión de su actual cargo, ni un solo mes la inflación ha tenido signo negativo. Ha crecido más o menos, pero ha crecido mes a mes hasta alcanzar ese 3,6 por ciento que exhibimos en mayo. A partir de estas sesgadas opiniones, tan fáciles de contrastar y desmentir, el artículo no da para más. El autobombo y la autocomplacencia ocupan el resto del papel.

Lo malo de este y de todos gobiernos es que sus miembros, desde que se suben al coche oficial con cristales tintados, ven un país difuso, en el que las realidades que viven los ciudadanos desaparecen de su vista. Pone mucho cuidado el señor ministro en no llamar la atención, por ejemplo, sobre el fiasco de la ley de Vivienda, un aparatoso fracaso que ha convertido un mercado ineficiente, en un mercado caótico. ¡Cómo va a descender a estas cosas domésticas todo un ministro de Economía!

Tampoco se ve desde el coche oficial el deterioro en el nivel de vida de las clases medias, acosadas por una insaciable presión fiscal. Para los viajeros del coche oficial con las lunas tintadas, vaciar los bolsillos y los ahorros de las familias sirve para lavar la cara al déficit frente a las exigencias de Bruselas. Su argumento progresista es el mismo de siempre. Si pagan muchos impuestos es porque ganan mucho dinero.

Y lo que desde luego no se ve desde el coche oficial con lunas tintadas son los números que tienen que hacer para sobrevivir los millones de trabajadores autónomos, las estrecheces de cualquier pequeño empresario, el intervencionismo galopante en las grandes empresas, la pérdida de eficacia y productividad en amplios sectores económicos, el abandono en que se encuentran los inmigrantes a la hora de integrarse en el país.

Y en eso estamos. La propaganda y la falta de rigor sustituyen a la eficiencia; el maniqueísmo impide el diálogo y la negociación; la sospecha sobre los ciudadanos desalienta las iniciativas. Pueden creer los que ven el país tras los cristales tintados que las cosas son diferentes. Bajen y hablen con la gente sin intermediarios (los medios de comunicación de los que abominan).

A lo mejor se enteran de lo que vale un peine. (También en Bruselas).

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