THE OBJECTIVE
El zapador

La gran farsa de los museos de la Inquisición

Estos museos explotan el morbo de los visitantes exponiendo torturas que jamás usó el Santo Oficio

La gran farsa de los museos de la Inquisición

Silla inquisitorial en un museo de Brujas. | Fotografía de Javier Rubio Monte

Los museos de la Inquisición, más que erigirse en espacios para la divulgación histórica, se han convertido en una trampa para turistas ávidos de sensaciones fuertes. Por ejemplo, un museo sobre la Inquisición española en Brujas exhibe una silla inquisitorial llena de pinchos que jamás utilizó la Inquisición española. Ni es la única pieza falsa del museo, ni es el único museo en caer en esta mala praxis desinformativa. La gran proliferación de museos de la Inquisición ha generado mucha controversia por sus engaños sensacionalistas.

Y es que estos museos exhiben objetos anacrónicos o inventados, como la «doncella de hierro», el «desgarrador de senos» o la «cuna de Judas», algunos de ellos popularizados en el siglo XIX por coleccionistas y escritores románticos, pero nunca utilizados por la Inquisición española; y que se han perpetuado en exposiciones itinerantes que buscan más explotar el morbo que la verdad histórica. Estas exhibiciones hacen caja alimentando una narrativa de crueldad excepcional y perpetúan la Leyenda Negra española, presentando una imagen totalmente distorsionada del fenómeno inquisitorial.

El catálogo de una exposición itinerante de 1985, titulado Instrumentos de tortura desde la Edad Media a la época industrial, ha sido fuente de muchas de las falsas representaciones que vemos hoy en día. Este catálogo incluye objetos de colecciones privadas y sus descripciones a menudo son exageradas y sensacionalistas. El autor del catálogo, Robert Held, presenta una visión que demoniza a la Inquisición española de una manera un tanto grotesca.

Algunos de estos museos han adoptado artilugios como la «sierra española», supuestamente utilizada para torturar a homosexuales, o la «pera anal o vaginal», que en realidad nunca fueron empleados por el Tribunal del Santo Oficio. El epítome del disparate lo encontramos en un Museo de la Inquisición en Granada, que exhibe una guillotina de la Revolución francesa. Creo que no es necesario aclarar que la Inquisición española nunca llegó a usar la guillotina.

Para esa época, el Santo Oficio como institución pintaba ya muy poco y no era más que una sombra; es más, desaparecería poco después. Durante las guerras napoleónicas, narraciones terroríficas sobre la Inquisición española —aunque ya abolida por las Cortes de Cádiz— se hicieron comunes. En un relato de principios del siglo XIX, publicado como apéndice a una reedición del Libro de los Mártires de John Foxe, se describe cómo las tropas francesas de liberación entran en las cárceles inquisitoriales de Madrid y se encuentran con diabólicas máquinas de tortura que solo podían haber sido concebidas por mentes enfermas y depravadas.

Años más tarde, la novela Misterios de la Inquisición en España y otras sociedades secretas de España, publicado en Francia en 1845, escrito por Madame de Suberwick bajo el seudónimo de M. V. de Féréal se hizo muy popular. Esta obra se caracterizaba por presentar una visión altamente sensacionalista de la Inquisición española, incluyendo numerosas imágenes morbosas y descripciones detalladas de supuestas torturas y prácticas inquisitoriales. Por ejemplo, el libro incluye ilustraciones de autos de fe, duelos a puñales, interiores de prisiones inquisitoriales, orgías, castigos con fuego y suplicios con agua, todos presentados como si fueran eventos verdaderos.

En el contexto de la literatura gótica, el tema de la Inquisición española fue popular entre los autores y los lectores de la época. Estas obras ayudaron a consolidar muchas fantasías y leyendas sobre la Inquisición y sus métodos de tortura, influyendo en la percepción popular que ha llegado a nuestros días.

La Inquisición española, si bien fue una institución temida y con episodios oscuros, no fue ni de lejos tan sanguinaria como la historia popular ha querido retratar. Estudios de historiadores como Gustav Henningsen y Jaime Contreras cifran en 1.346 las víctimas mortales durante los años de mayor actividad (1540-1700). Por su parte, Henry Kamen estima unos 3.000 muertos a lo largo de los 350 años de existencia del Tribunal del Santo Oficio. En comparación, Alemania quemó a 25.000 brujas en un periodo similar, y en toda Europa se quemaron a unas 50.000.

La Inquisición española solo quemó a 59 personas por brujería, mostrando que su impacto, aunque significativo, fue mucho menor al que se le atribuye popularmente​​​​. No obstante, hay tres instrumentos de tortura que sí fueron utilizados por la Inquisición española: el potro, la garrucha y el tormento del agua. El potro consistía en una mesa en la que se estiraba al prisionero con cuerdas, provocando dislocaciones. La garrucha implicaba colgar al acusado con las manos atadas a la espalda y elevarlo para luego dejarlo caer. El tormento del agua era el peor de todos. Se llevaba a cabo introduciendo agua por la boca del prisionero mediante un paño. Esto generaba una sensación de asfixia muy desagradable​​. Estos —los tres tormentos arriba mencionados— son los verdaderos métodos de tortura que utilizó la Inquisición y no los exhibidos en los falsos Museos de la Inquisición.

Es crucial que los visitantes de estos museos sean conscientes de la manipulación y desinformación que se les presenta. La perpetuación de estos mitos no solo distorsiona la percepción histórica, sino que también explota fantasías amarillistas y contribuye a una visión injustamente negativa de la historia española. La responsabilidad de rectificar esta situación recae tanto en los responsables de estos museos como en los visitantes y su capacidad de amplificar la alerta, pues deben valerse de todos los medios para exigir una representación más precisa y menos panfletaria de nuestra historia​​.

Por eso, el que escribe estas líneas, siempre recomienda que, si alguien comete la imprudencia de dejarse caer por alguno de estos museos, es de justicia, al menos, dejar constancia en los libros de visitas de una irritada desaprobación; y siempre denunciar de todas las formas posibles la mentira de estas exhibiciones tan lucrativas.

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