Historia de un 'whatsapp': Cosidó explica por primera vez su polémico mensaje sobre el CGPJ
El exportavoz del PP en el Senado escribe en THE OBJECTIVE sobre el mensaje que truncó en 2018 un pacto PP-PSOE
En más de veinte años de carrera política he cometido sin duda muchos errores. Algunos los tengo muy presentes en la memoria y creo que me han servido para aprender y ahora, en mi nueva vida docente, para enseñar a mis alumnos. No sé si ese mensaje de WhatsApp, reenviado cuando era portavoz del Grupo Popular en el Senado ha sido el más grave, pero en todo caso es evidente que será sin duda el más recordado. Sin embargo, tengo la convicción de que aquel error sirvió, de forma totalmente involuntaria, para dos cosas importantes: impidió la ocupación de la Justicia por el Gobierno de Pedro Sánchez durante todos estos años y el escándalo montado hizo imprescindible modificar el sistema de elección del Consejo General del Poder Judicial.
Recibí aquel mensaje viendo un partido de rugby de mi hija en Burgos. Era un mensaje largo y confieso que lo reenvié sin haberlo leído completo. Lo reenvíe a un chat informal que teníamos los senadores del Grupo porque en su primera parte contenía información sobre el pacto alcanzado. Leído de manera completa y con calma el mensaje era un disparate jurídico y político. Aún así el texto no hubiera tenido mayor trascendencia si no se hubiera filtrado y se hubiera montado una campaña.
En el Grupo Parlamentario teníamos dos chats. Uno formal donde se comunicaban las notificaciones oficiales y otro de amigos donde compartíamos reflexiones, desahogos e incluso algún chiste. Fue en ese chat informal donde reenvié el famoso mensaje. El ambiente en el Grupo era formidable. Mi mujer colgó años después en el despacho de casa una foto que nos hicimos el grupo entero en el antiguo salón de plenos del Senado, cuya forma ovalada siempre me ha recordado a Westminster. Cuando miro esa foto solo veo caras de amigos.
Al día siguiente había ido al Monasterio de San Isidro en Dueñas a escuchar cantar La Salve. Al salir me llamó la siempre eficaz Marilar, jefa de prensa del PP en el Senado, para decirme que un medio tenía el mensaje y lo iba a publicar. En ese momento no supe ver la trascendencia que iba a tener el asunto. Me pareció que reenviar un mensaje a un grupo privado y que yo no había escrito ni tan siquiera leído en su totalidad, siendo un error, tampoco era tan grave. Si lo hubiera leído de manera completa, ni siquiera lo hubiera reenviado.
Como portavoz tenía costumbre de tomar un café los lunes con los corresponsales de los medios en la Cámara Alta para informar sobre las iniciativas que presentábamos al próximo Pleno. Era evidente que ese día el tema era el ya famoso WhatsApp. Dije dos cosas: Que se trataba de un error por el que pedía disculpas y que asumía personalmente toda la responsabilidad. Pero la tormenta se había desatado y de nada servía rectificar.
El mensaje lo había enviado un amigo a un chat de un grupo privado en su mayor parte ya fuera de la actividad pública. Quizá tenga un concepto un poco anticuado de la política, e incluso de la vida, pero decidí no desvelar su nombre y hasta hoy he mantenido el secreto. Primero porque cuando uno envía un mensaje privado a un grupo de amigos tiene la confianza de que no será traicionado. Segundo porque para mí la lealtad con los amigos está por encima de las conveniencias. Y tercero porque el lio estaba montado y de nada servía complicarlo más.
La versión que ha quedado del mensaje es falsa, pero me temo que es de esas mentiras que pasan a la historia como verdades pese a que una mentira repetida muchas veces no se convierta en verdad. En ningún momento el mensaje dice que el PP fuera a controlar la Sala Segunda del Tribunal Supremo por «la puerta de atrás». Lo que dice es que el supuesto candidato propuesto para presidente del Tribunal Supremo podría controlar la Sala Segunda por detrás. El disparate jurídico no es menor, porque lo que garantiza nuestra Constitución es la independencia de cada juez y de cada tribunal, no solo del poder judicial como institución, pero la intencionalidad política es de naturaleza distinta.
En todo caso lo que más lamento de todo ese escándalo no es el coste político sino haber podido perjudicar a terceras personas. No lo creo porque su prestigio y su trayectoria están fuera de toda duda. Aunque apenas los conozco, siento por ellos una profunda admiración y respeto. Me duele haber usado su nombre, aunque fuera de forma involuntaria, y haberlos salpicado por un momento con eso que nuestro actual Presidente gusta llamar «fango político».
Sin embargo, con la perspectiva del tiempo pasado me reafirmo en que aquel error ha terminado teniendo un efecto positivo en nuestra democracia. Vista la deriva autoritaria en la que ha caído el Gobierno de Pedro Sánchez, haber mantenido hasta hoy un Consejo General del Poder Judicial fuera de su control ha permitido salvaguardar un único límite a su poder. La colonización del resto de instituciones del Estado, desde el CIS de Tezanos a la Fiscalía General del Estado de Dolores Delgado y García Ortiz, pasando por el Tribunal Constitucional, TVE, Correos y tantas otras, son buenos ejemplos de ello. Si Sanchez hubiera controlado además en estos cinco años el Poder Judicial, creo que el daño a nuestro Estado de Derecho podría haber sido irreparable.
Por otro lado, no dejaba de ser irónico ver a toda la izquierda rasgarse las vestiduras porque el PP presumiera de querer controlar el Poder Judicial mientras se opone frontalmente a que el gobierno de los jueces no lo elijan los partidos. Su propio discurso hacía inevitable replantearse un sistema en el que los partidos se repartían el Consejo y donde la disciplina de voto de los consejeros propuestos parecía aún más rígida que la de los parlamentarios. Si al final ese WhatsApp ha servido para propiciar una mayor independencia del Poder Judicial, doy por bueno mi error y sus consecuencias.
En toda mi carrera política he sentido un respeto casi reverencial por los jueces. Es verdad que tenemos una administración de justicia no suficientemente dotada de medios y a veces excesivamente lenta. Pero en España tenemos la suerte de que, a pesar de todo, los jueces hacen diariamente ejercicio de su independencia. Ese es el pilar fundamental de nuestro Estado de Derecho. Espero que el pacto ahora alcanzado sirva para propiciar una reforma que fortalezca aún más esa independencia, aunque no puedo evitar mantener un punto de desconfianza sobre la voluntad del Gobierno actual de cumplir lo acordado.