¿Cuándo dejarán de joder con la pelota?
«En este país lo de tener la fiesta en paz es un bulo»
Dicen que Felipe González y el Rey Juan Carlos sólo coincidieron una vez en un acto predeterminado. Eran las normas. Uno u otro. Consta la excelente relación entre ambos. Ni un mal gesto, ni un «pisotón»; armonía y respeto. Si aparece Su Majestad, «ciao» presidente, y viceversa. En el último encuentro de la Eurocopa en Múnich, Felipe VI nos recordó en el palco a Sandro Pertini en aquella inolvidable final entre Italia y Alemania del Mundial 82 en el Bernabéu (3-1). Vivió el partido, lo disfrutó, celebró junto a la Infanta Sofía los goles de Lamine Yamal y de Oyarzabal y el oportuno y no suficientemente ponderado despeje de Dani Olmo cuando el remate francés presagiaba prórroga y taquicardias. A continuación, burbujas y confetis, la euforia juvenil de hombres hechos y derechos y la romería del trofeo.
En la Zarzuela, una fiesta; en la Moncloa, un funeral de tercera. El Rey los saludó uno a uno, hubo incluso abrazos; complicidad y naturalidad. La felicidad. Flanqueado por la Reina Letizia, la Princesa Leonor y la Infanta Sofía, habló a los héroes cara a cara, de espaldas a las cámaras. El presidente, jaleado por una coral de voces infantiles «contratada» para el momento, daba la espalda a los campeones y se dirigía a los objetivos. Saludos fríos, forzados en la mayoría de los casos; el más llamativo, el encuentro con Dani Carvajal, gélido, subrayado por la mirada huidiza del jugador. Se repitió la escena con Joselu, con Lamine Yamal, con Jesús Navas y alguno más; pero el repetido y «viralizado» fue el del zaguero madridista, quien por arte de birlibirloque transmutó en un pispás de candidato a Balón de Oro en morralla. La infelicidad.
Al fondo, David de Gea en vísperas del Mundial de Rusia’2018, con las manos en los bolsillos mientras sus compañeros de selección aplaudían a Pedro Sánchez, «el reincidente». El guardameta tenía grabada esta frase del presidente: «Yo no me siento cómodo viendo a De Gea en la portería de la selección española después de ver su nombre salpicado y denunciado por una menor». Los precedentes (2016) y la información de «Interviú»: «Muniain y De Gea han sido declarados inocentes en el ‘caso Torbe’ y no deberán ni siquiera declarar después de que Iker Muniain e Isco no agredieron sexualmente ni amenazaron a una joven prostituta en un hotel de lujo de Madrid. David de Gea no ‘favoreció la prostitución’, como denunció la testigo protegida. La policía, la fiscal y el juez que investigan el ‘caso Torbe’ han llegado a la conclusión de que el encuentro sexual, en el que De Gea no participó, fue voluntario». Así las cosas, ¿debería Sánchez divorciarse de Begoña Gómez, que no lo hará porque la ama, o dimitir en medio del caos?, que tampoco lo hará porque se siente intocable como los de Elliot Ness. Al punto, marchando una de Sócrates: «Cuando el debate está perdido la calumnia es el arma del perdedor», ése que ahora, ciego de soberbia y apestoso de arrogancia, se cree ganador.
Con Bisbal y Chenoa nació «la cobra». Tratábase de retirar el rostro (el cantante) en el momento de lanzar el ósculo (la cantante). Entre el futbolista y el político, el primero actuó con frialdad y protagonizó lo que podría ser «un Carvajal»: estrechar la mano sin entusiasmo, sin mirar a la cara. Y punto. De inmediato, la «opinión sincronizada», incluso la más alejada de la consigna gubernamental, repudió al segundo capitán de la Selección. De héroe a villano, un mal ejemplo, un maleducado: «¡Eh!, que es el presidente de la Nación. ¡Un respeto! Lo que ha hecho está muy feo. Es un niñato sin modales», que una vez escuchó al «reincidente» llamar «piolines» a los compañeros de su padre. ¡Vamos a ver, que Sánchez ha recibido al Rey con las manos en los bolsillos –«un de Gea»–! ¡Que le ha hecho más «pirulas», desplantes y desprecios que Pere Aragonés y Ada Colau juntos!
En este país lo de tener la fiesta en paz es un bulo. Rubiales, con la emoción a punto de nieve, estropeó la celebración de las campeonas con aquel pico desafortunado, su imagen de costalero transportando a una de las jugadoras (Athenea) y el indefinible gesto en el palco, lo más grosero de todo. Metió la pata a tanta profundidad que todavía no la ha sacado. Cuando pensábamos que el 1-O estaba superado y Puigdemont hibernado, sin necesidad de hacer trampas al solitario ni de convertir todo lo que fue en agua de cerrajas; cuando creíamos que con la pesadilla de Sidney del 20-A los actos conmemorativos habían recuperado la cordura, entra a saco la política para joder la marrana y a los de la pelota.
Asalariados y asalariadas del pueblo, echeniques y monteros, capuletos y montescos, han descubierto que en la Selección eran titulares dos jóvenes negros y empezaron a dar lecciones sin tener pajolera idea de lo que hablaban o «tuiteaban». Ni zorra. Como si Donato o Senna no hubiesen existido. El del «cochecito» (inolvidable película de Marco Ferreri), niño en el bautizo y muerto en el entierro, corrigió de mala manera al entrenador. Y otro de su cuerda, Ramón Espinar Merino, el del «pisito» (también de Marco Ferreri), hijo de Ramón Espinar Gallego a quien pillaron con el carrito de las «tarjetas black», se explayó con Carvajal: «Un patriota español saluda como es debido al presidente que hemos elegido los españoles, le guste o no. Un ultraderechista niñato puede hacer un gesto maleducado para llevarse una ovación tuitera, claro. Pero no está a la altura ni de la selección ni del Real Madrid». Al menos los pícaros de Quevedo tenían su gracia y el escritor, sus verdades: «La soberbia nunca baja de donde sube, pero siempre cae de donde subió». O esta otra que viene al pelo: «Todos los que parecen estúpidos, lo son, y además también lo son la mitad de los que no lo parecen».