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Opinión

Puigdemont, mandamás en España, insignificante en Cataluña

Debe ser algo muy triste no gobernar donde deseas hacerlo, y sí conseguirlo en el lugar que más odias

Puigdemont, mandamás en España, insignificante en Cataluña

Ilustración de Alejandra Svriz.

Debe ser algo muy triste no gobernar donde deseas hacerlo, y sí conseguirlo en el lugar que más odias. Y todo ello desde un tercer territorio donde endulzar tu amargura con un buen chocolate belga. La cuadratura del círculo se conseguirá cuando el nuevo Napoleón de Waterloo sea derrotado en una batalla igual de heroica por la justicia española y europea.

Imagino la frustración de quien desea dirigir los designios de la tierra que dice amar, y no es que no lo consiga, es que huye de manera cobarde cuando más debería haber dado un paso hacia delante si es que quería ser consecuente consigo mismo y con los que apoyan su sueño húmedo, para algunos dorado, pero la realidad al mezclarlos sólo muestra el orín imposible de controlar cuando el terror es un género cinematográfico que traspasa la pantalla. A veces la realidad deja la inevitable ficción de algunas ideas a la intemperie. Hacerse pajas mentales puede estar bien en la intimidad de tu hogar y si ello no conlleva meter a nadie en ellas. Aunque ahora con esa cortina de humo que fue y que sí es necesario volverá a ser, esa fantasía como concepto que es el «pajaporte», puede que sea lo que realmente ha molestado a Puigdemont del Gobierno de España. No dejarle soñar es lo que no ha podido soportar.

No hay utopía que no sea bella. Querer llevarla a cabo es lo que la marchita. Basar la justificación de esa utopía en una construcción histórica de una realidad falsa es una cosa que no está mal si se queda en el lugar que debería hacerlo. En nuestras cabezas hay sitio para muchas cosas, y por desgracia el mayor espacio va a ideas que no tienen ningún valor. Algunas sirven para evadirnos, otras para divertirnos, muchas son tonterías más que evidentes, pero sabemos que ocuparán ese lugar porque son pensamientos de usar y tirar, o que los utilizamos porque en ellos encontramos el confort de lo no importante ni posible.

El problema llega cuando un pensamiento o una idea que se sabe putrefacta desde su origen, sale de esa mullida zona de confort que es siempre nuestro discreto cerebro, por cierto, qué bien estamos hechos, habrá alguna razón por la que no se le puso una lengua y unos labios a nuestra presunta zona pensante. Si al cerebro se le dejara hablar seguiría callado. Igualmente, te pasas por el forro la coherencia y expresas tu calenturienta idea en voz alta. Crees que has inventado la pólvora, y en cierta forma es verdad, la belicosidad del concepto hará necesario el uso de armamento de todo tipo, físico y metafórico. La independencia nos hará mejores, y mientras tanto nos beneficiaremos de la lucha por conseguirla los que no nos mancharemos ni una uña por ella.

Puigdemont ama tanto Cataluña que tuvo que huir de ella. Tanta felicidad y belleza le era insoportable. Tanta dicha le era una carga inasumible. Un síndrome de Stendhal en toda regla. Una huida hacia delante que vuelva a su lugar de origen. Un camino de vuelta hacia la nada. El huidizo político catalán se pondría en los zapatos de Nietzsche para llevar a cabo el eterno retorno. El mundo se repite hasta la extenuación para que sea necesaria su destrucción, y, por tanto, una nueva creación. Lo que pasa es que se le ha ido de las manos.

Todos los políticos que defienden el nacionalismo y la independencia en Cataluña saben que nunca vivirán mejor que ahora. En la lucha por conseguir el presunto objetivo final está la victoria. Son conscientes de que si lo lograran, el chollo se les acabaría y tendrían que empezar a trabajar por esa nueva nación y merecerse tener esos lugares de poder en ese nuevo Estado. Su pueblo, que son los que verdaderamente se abrían dejado la piel en conseguir la independencia, les exigiría que esa lucha fuera correspondida con una gestión óptima. Y está bastante claro que esos políticos no se han metido en las instituciones ni para trabajar ni mucho menos vivir peor que hasta ahora. Vivir maravillosamente de la crispación y saber que la paz les empobrecería.

Puigdemont ve como su influencia en Cataluña puede pasar a ser nimia. Parece que ERC va a pactar con Salvador Illa para que este sea el presidente de Cataluña. Esto es algo que al que se está hinchando a comer coles de Bruselas no le viene bien. Su sueño de ser el Emperador de su amada tierra se desvanece. Pero gracias a nuestra maravillosa y sensata ley electoral, puede con sus míseros trescientos mil votos tener empantanado a todo un país de casi cincuenta millones. Si yo no gobierno en Cataluña, tú no lo harás en el resto de España, o por lo menos te lo complicaré mucho. Junts consigue paralizar los Presupuestos que el gobierno del ausente Sánchez quería poner en marcha. Y es que Puigdemont manda mucho, pero donde no quiere. Nunca llueve a gusto de todos, y eso que en Bélgica lo hace una media de doscientos días al año.

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