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Opinión

Elecciones en Venezuela: entre el «baño de sangre» y una transición negociada

«Por primera vez en 25 años un candidato presidencial opositor está por encima de un chavista de cara a unas elecciones»

Elecciones en Venezuela: entre el «baño de sangre» y una transición negociada

Nicolás Maduro. | Agencias

La elección presidencial de este domingo 28 de julio en Venezuela podría cambiar el escenario político y arrebatarle al chavismo la presidencia por primera vez en un cuarto de siglo… Si se cumplen las previsiones de las encuestas que recogen una brecha insalvable, y si hay en efecto una votación masiva.

En cualquier país democrático con alternabilidad en el poder, esa perspectiva ya pondría sobre la mesa una clara transferencia del Ejecutivo y comisiones de enlace ya estarían prevenidas a la orilla de la cancha para entrar el juego, ajustar detalles y negociar.

«No está claro cómo ‘el pueblo’ saldría a las calles a defender un gobierno que sea derrotado en las urnas»

Pero en Venezuela la posibilidad de que el chavismo pierda la presidencia en un sistema presidencialista ya comienza a desatar una situación límite, que los actores políticos deberían manejar a partir de un reconocimiento mutuo y una hasta ahora inédita capacidad de negociación.

Esa tensión comenzará en la misma tarde de este domingo 28 de julio, pues tanto opositores como chavistas están llamando a sus electores a que permanezcan cerca o en los propios centros de votación para cuidar y defender los resultados

Y justamente esa cantidad de gente en las calles es la que habrá de servir de termómetro para medir el curso de esta historia. 

¿Habrá suficientes chavistas dispuestos a apoyar incondicionalmente a su presidente Nicolás Maduro y quedarse en la calle, más allá de lo que les ordenen desde arriba bajo amenazas de despidos o de quitarles los precarios beneficios salariales que reciben? 

¿Habrá suficientes opositores organizados y dispuestos a quedarse para conjurar amenazas de fraude?

«Estamos convencidos de nuestro triunfo. Todas las encuestas nos dan una cómoda y amplia ventaja y ni siquiera con triquiñuelas es posible que nos lo quiten. Haremos valer lo que digan los votos y las actas», dijo a corresponsales y enviados especiales de la prensa extranjera el candidato Edmundo González, el día que terminó la campaña electoral.

Este diplomático de carrera, retirado, también dijo estar convencido de que la Fuerza Armada se mantendrá apegada a lo que dicta la Constitución Nacional y respetará los resultados.

«En este proceso de transición todos somos importantes para echar este país adelante», acotó por su parte la líder de la oposición, María Corina Machado, cuando le preguntaron si estaría dispuesta a sentarse a negociar con los chavistas.

Machado, dicho sea de paso, no tiene el reconocimiento de régimen, que no la tolera como interlocutora política válida, sin importarle que ella haya sido elegida en primarias y por abrumadora mayoría en octubre pasado como la líder de la oposición. 

En efecto, por primera vez en 25 años un candidato presidencial opositor está por encima de un chavista de cara a unas elecciones. Es el último tren para un cambio político, según los líderes de la disidencia.

Eso parece saberlo bien el chavismo, pues Maduro y los otros jefes de la nomenklatura gobernante en los últimos días de la campaña arreciaron sus mensajes tratando de sembrar dudas entre los electores, y diciendo que ya el triunfo del heredero de Hugo Chávez es una tendencia irreversible.

Para los venezolanos la frase irreversible recuerda a Tibisay Lucena, la fallecida presidenta de Consejo Nacional Electoral «el ministerio de las Elecciones», que con voz impertérrita solía anunciar los recurrentes triunfos del chavismo en cada elección, por encima de una oposición desconcertada, fragmentada y aplastada por el ventajismo del régimen.

Contrariamente a la conseja usada por algunos de que «dictadura no sale con votos», politólogos, expertos en política comparada como el venezolano John Magdaleno han probado que el evento más frecuente en la historia cuando se trata de derrotar a un régimen autoritario e iniciar una posible transición son las elecciones.

En estas horas en Venezuela se plantea que después de las elecciones y en caso de que llegara a imponerse la oposición, el gobierno tendría enfrente el dilema de aceptar ese resultado, o negarlo, y en este caso, reprimir a una población que previsiblemente estaría dispuesta a protestar.

Estudios recientes, como los de la firma Delphos, de Félix Seijas, recogen que el 43% de los consultados estaría dispuesto a protestar en caso de un fraude. Si solo una pequeña fracción de esa muestra en efecto saldría a la calle, habría una movilización equivalente a la que salió en las calles en 2014 y 2017 y que le metió seria presión al régimen de Maduro.

El politólogo Benigno Alarcón, del Centro de Estudios Políticos y de Gobierno, de la Universidad Católica Andrés Bello, UCAB predice lo que llaman los expertos una ‘stunning election‘, un tipo de elección parcialmente libre y controlada por régimen autoritario cuyos resultados escapan a los cálculos del gobierno, o dictadura, que se ve obligada a negociar.

Y en ese caso, la llamada «coalición dominante», es decir las diferentes tendencias dentro del chavismo, tendrían intereses encontrados ante el dilema de reconocer o no, de negociar o no, reprimir más o no, de quedarse con el poder escalando un mayor autoritarismo, o de negociar una transición, como terminó ocurriendo en el Chile de Pinochet, a partir del plebiscito de 1988 que llevaría al país austral a la redemocratización.  

Los propios generales de Pinochet lo obligaron a reconocer el resultado de esa consulta donde se impuso el ‘No’ a la continuidad del régimen militar.

«¿Qué vamos a hacer? Vamos a hacer lo que está en el marco del Plan República. El que ganó a montarse encima en su proyecto de gobierno y el que perdió que se vaya a descansar. Eso es todo», ha dicho por estos días el poderoso general en jefe Vladimir Padrino López, ministro de la Defensa y férreo militante del chavismo radical. 

«El jueguito de las encuestas yo lo llamo la encuestocracia. Se quiere imponer por encima de la  institucionalidad, en este caso del CNE  (Consejo Nacional Electoral) y la Fuerza Armada Bolivariana», advierte.

Ofrece mantenerse en el marco del cumplimiento fiel de la Constitución. Pero aunque en Venezuela la Constitución prohíbe a militares en ejercicio plegarse al menos públicamente a una parcialidad política, eso para nada se cumple, sino todo lo contrario.

«Les llamo la atención, queridos hermanos compañeros, a que no caigamos en la trampa de las tendencias virtuales a través de las redes», remató Padrino. 

En la misma línea se expresó Diosdado Cabello, el temido capitán y diputado, segundo vicepresidente del Partido Socialista Unido de Venezuela  (PSUV) y tenido como uno de los más intransigentes en la línea dura del chavismo.

«Hoy día nosotros podemos decir que podemos asegurar la paz en todo el territorio nacional. Porque la derecha (por la oposición) hoy amenaza y dicen que ellos van a quedarse en los centros electorales, nosotros también, en todos, no en 10, en todos nos vamos a quedar», dijo Cabello.

«Nuestro Pueblo se va a quedar ahí para verificar, acompañar a los votantes, acompañar los escrutinios y quedarse en las calles para asegurar la paz en todo el territorio nacional», afirmó.

Pero, tal como señalan expertos como Alarcón, las negociaciones de una transición política no necesariamente son una decisión del régimen gobernante, sino que son impuestas por las circunstancias.

La presión popular cuenta mucho, por eso en unas elecciones atípicas como esta las movilizaciones populares después de votar serán determinantes.

Como comentaba un observador en estos días, no está claro cómo «el pueblo» saldría a las calles a defender un gobierno que sea derrotado en las urnas.

Los mismos trabajadores públicos y los militares de mediano y bajo rango sufren las mismas penurias que los demás venezolanos, en un país en eterna crisis económica, política y social.

Durante la marcha de cierre de campaña de Maduro en el centro de Caracas, este jueves varios de estos empleados que habían sido llevados a Caracas en autobuses  desde remotas ciudades del interior del país confesaban en voz baja al reportero que firma esta nota que este domingo tomarían su propia decisión porque el voto es secreto, y eso sin importar las órdenes del partido o de sus jefes en los ministerios y empresas de Estado.

El día después de la elección del 28 en Venezuela

Los expertos como Magadaleno, Alarcón y Seijas coinciden en que en caso de que haya una votación masiva y se mantenga la altísima brecha de al menos 20 puntos porcentuales entre Maduro y González -que recogen las encuestas serias a favor de opositor al que María Corina Machado logró transferirle su arrastre  popular- se elevarían los costos al chavismo y sus agentes para una represión en masa.

En ese caso se abriría una ventana a la negociación y a una posible transición, con todas sus complejidades. 

Este escenario parece haber sido previsto hace tiempo el régimen, pues al ordenar que las elecciones sean en julio tiene un paréntesis de seis meses hasta enero para quedarse con el poder, hacer sus propios arreglos antes de dejar la casa, negociar los términos de una hasta ahora improbable rendición, o inclusive tratar de sabotear al nuevo presidente antes de la toma de posesión y después, en caso de que sea el opositor, como ocurrió en Guatemala el año pasado.

En cualquiera de los escenarios la tensión, la incertidumbre y la inestabilidad política se mantendría en torno a Venezuela, un país extraviado en la historia que anda en busca de salidas hacia la paz, la convivencia pacífica y la restitución de los derechos políticos, económicos y sociales que demandan sus mayorías más golpeadas.

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