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Opinión

Medallas y condones

Los organizadores de los Juegos han repartido entre los deportistas 300.000 preservativos, geles y lubricantes

Medallas y condones

Rafa Nadal. | Agencias

Han sido 3.397 militantes de ERC quienes han decidido que Salvador Illa sea “President” y, de paso, seguir pagando el alquiler de la Moncola a Pedro Sánchez. “Alea jacta est”. A partir de aquí y una vez descartada la repetición de elecciones en Cataluña, centrémonos en los Juegos Olímpicos de París, que nos tienen en vilo entre ¡ays!, ¡uys!, y plenas satisfacciones. El futuro político de España, en manos de casi 3.500 republicanos catalanes, redomados “indepes” –“lo volveremos a hacer”–, menos mal que la estabilidad deportiva del país depende de quienes, como Alcaraz, sólo defienden el escudo y los colores. De estos habría que tener envidia sana, si es que la una casa con la otra, como el matrimonio de conveniencia entre un poco de ERC y algo del PSOE.

Decía Borges, Jorge Luis, que el asunto de la envidia es algo muy español, que los españoles siempre están pensando en la envidia y que para subrayar que algo es bueno exclaman: “¡Es envidiable!”. Reducir un sentimiento tan mezquino –si no es sano– a un solo país es injusto, y menos cierto que esta otra cita suya, apenas objetable: “Las tiranías fomentan la estupidez”. Ya, y el miedo y la hambruna entre los del bando opuesto. Nadal es envidiable, sin que ello suponga reparo, y Maduro un tirano envidioso que alimenta estómagos agradecidos de españoles jaleados por estúpidos.

Molesta a los odiadores de Nadal cualquier cosa que haga o deje de hacer. Tanto les fastidia que no se retire como la épica de las victorias salteadas en el ocaso de su carrera, por si decide no retirarse. Les irrita que se levante de la lona y vuelva a la pelea cuando Djokovic le está pisando el cuello. Les joroba su orgullo, su fe y su espíritu inquebrantable. Les reconcome que tenga ideas basadas en el sentido común, su percepción libre de la política. Les jode Nadal y lo que representa, que es todo lo que envidian. No les conmueve que la tribuna entera le aclame después de perder el partido de dobles junto al mejor sucesor posible (Carlitos Alcaraz), también candidato a ser abominado. Lo que duele a la legión de admiradores perturba a los cuatro gatos que le aborrecen. Querer o detestar, esa es la cuestión.

Un personaje en las antípodas de Rafa (y de Carlitos), Mario Cipollini, “Il Bello”, un velocista excepcional que esprintaba tan rápido en los pasillos de los hoteles como en las metas. Era un ligón convencido de que la práctica del sexo mejoraba sus prestaciones, o al menos no le restaba capacidad de respuesta cuando la última pancarta exigía el golpe de pedal definitivo. En vista de que sus directores deportivos no podían llevarle por el camino de la castidad en las carreras, le recomendaban mesura y discreción; y si echaba una canita al aire, chitón, sin dar tres cuartos al pregonero. Pero era incapaz de reprimirse en la habitación y en la sala de prensa. “Hacer el amor no me supone ninguna merma al día siguiente. Me como una onza de chocolate y estoy como nuevo”. Genio y figura. Las hizo de todos los colores, le condenaron por evasión de impuestos y por maltratar a Sabrina Landucci, su exmujer, a quien apaleó y apuntó con una pistola. Bocazas, violento y émulo de Rocco Siffredi, “Supermario” tampoco habría pasado inadvertido en la Villa Olímpica parisina, donde sus hazañas en esas camas de cartón, que soportan 200 kilos y toda clase de piruetas, serían muescas de un mujeriego mezclado y agitado en la vorágine del poliamor sin mayor trascendencia para escarnio de su ego. 

La cuestión del sexo y el deportista es tan antigua como el hilo negro, como la siguiente pregunta: ¿qué es mejor, mantener relaciones sexuales la víspera del partido o combatir el deseo con duchas de agua fría? Los organizadores de los Juegos no ponen reparos sino todo lo contrario: han repartido entre los deportistas 300.000 condones, geles y lubricantes. Si hay sexo, que sea agradable y seguro, “no os cortéis”. Pero ¿tiene que haberlo? Según le ha dicho la sexóloga Esperanza Gil a María Palmero en THE OBJECTIVE, es recomendable: “El sexo puede ser una herramienta efectiva para reducir el estrés en los atletas. Durante una experiencia sexual satisfactoria, se reducen los niveles de cortisol, la hormona del estrés. Además, el sexo estimula la liberación de varias hormonas que mejoran el bienestar, como, por ejemplo, las endorfinas, conocidas por producir sensaciones de euforia y placer. La oxitocina, la hormona del amor, promueve sentimientos de conexión y confianza, lo que puede mejorar las relaciones interpersonales y el apoyo emocional. Y, por último, la dopamina, otra hormona liberada durante el sexo que mejora el estado de ánimo y la motivación, lo que es esencial para el rendimiento deportivo y la preparación mental”. La masturbación, por ende, no provoca ceguera.

Y luego está la guerra de los sexos, no ya masculino o femenino, cromosomas XY o XX, sino inter (género), trans (género) o cis (género). Resulta que la boxeadora argelina Imane Khelfi es “cis”, una de esas personas “cuya identidad y expresión de género coincide con el sexo biológico que le fue asignado al nacer, de acuerdo con sus características genitales visibles”. Luego Khelfi es chica, pero con una musculatura y una fuerza hombrunas, por ello la singularidad de sus cromosomas: XY, o sea de hombre. De ahí que al segundo puñetazo rompiera la nariz a la italiana Angela Carini, que optó por la retirada, con el lío consiguiente. Para el COI es mujer, como la tailandesa Lin Yi-Tung. Fin del combate. O no. El suspense se cierne sobre esta peculiaridad como sobre el futuro de Rafa Nadal. En cuanto al sexo, no hay misterio que valga: 300.000 condones.

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