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Opinión

Elevándome con Wittgenstein y hundiéndome con Puente

«El ministro está deseando que te montes en uno de sus trenes para torturarte como el Fu Manchú de los trenes»

Elevándome con Wittgenstein y hundiéndome con Puente

El ministro Óscar Puente. | Agencias

1. Entre las razones para no viajar de mi última columna se me olvidó la principalísima: ¡los trenes de Puente! Ante todo, ¡no hay que montarse en los trenes de Puente! El ministro Óscar Puente está deseando que te montes en uno de sus trenes para torturarte como el Fu Manchú de los trenes: te mantendrá paralizado en descampados al sol o en tenebrosos túneles, sin aire acondicionado ni electricidad para que te evadas con el móvil. Puente conoce las encuestas y sabe que probablemente lo odies. Por eso te torturará. Cuando emprendas tu viaje a Ítaca en tren, teme al cíclope Puente, al lestrigón Puente. No te creas sus cantos de sirena contra la oposición: solo quiere hechizarte para que te montes en uno de sus terroríficos trenes.

2. (Ahora que estoy con el Tractatus de Wittgenstein después de La Viena de Wittgenstein, recupero esto que escribí mientras leía el Ludwig Wittgenstein de Ray Monk.) El joven Wittgenstein llega a Cambridge arrollando. En las discusiones Bertrand Russell se desespera, porque no consigue que su discípulo reconozca que «no hay un rinoceronte en la habitación». Así se lo repite por carta a su amante Ottoline (al principio Russell piensa que Wittgenstein es alemán): «Mi ingeniero alemán es muy discutidor y agotador. No admitiría que es cierto que no hay un rinoceronte en la habitación. […] Volvió y no dejó de discutir mientras me estaba vistiendo. Mi ingeniero alemán, creo, es un necio. Cree que nada empírico es cognoscible, le pedí que admitiera que no había ningún rinoceronte en la habitación, pero no lo hizo». Y añade el biógrafo: «En una época posterior de su vida, Russell insistió mucho en estas discusiones, y afirmó que había mirado debajo de las mesas y de las sillas del aula en un esfuerzo por convencer a Wittgenstein de que no había presente ningún rinoceronte». Leo todo esto tronchándome de risa. Hasta que ‘descubro’ que sí que había un rinoceronte en la habitación: ¡Wittgenstein!

3. Más aún que Wittgenstein, el gran protagonista de La Viena de Wittgenstein es Karl Kraus, maestro de Wittgenstein, Adolf Loos, Arnold Schönberg o Georg Trakl. Entre nosotros lo ha mantenido en acción Arcadi Espada. Este nos ha enseñado a leer, krausianamente, los enunciados de la prensa y de la política como síntomas: en las formulaciones verbales está todo. Ahí se manifiesta la corrupción en primer lugar: en la podredumbre de las palabras. Me ha llamado la atención que, como para Kraus el fundamento de lo bueno y lo malo era la integridad personal, sus ataques tenían que ser ‘personales’. 

4. «Siempre fue un mal bicho», dice Amparo Rubiales de Nicolás Redondo Terreros. ¡Amparo Rubiales! La obediencia partidista produce monstruas.

5. El mejor diálogo de la historia del cine es este de La noche se mueve, de Arthur Penn: «–¿Dónde estabas cuando mataron a Kennedy? –¿Qué Kennedy? –Cualquier Kennedy». Además es un diálogo productivo, aplicable a otros nombres. Por ejemplo: «–¡Qué tortura Intxaurrondo! –¿Qué Intxaurrondo? –Cualquier Intxaurrondo». O, volviendo al punto anterior: «–¡Cómo toca los huevos Rubiales! –¿Qué Rubiales? –Cualquier Rubiales». 

6. Estaba claro que terminarían yendo a por Madrid: el único sitio respirable que quedaba en España. 


7. Finalmente con la Transición ha acabado el procés. Es curioso que tanto tránsito como proceso sean nociones dinámicas. Algo así como trenes. Van de un sitio a otro, aunque en sí mismas solo expresan el ir. Hasta que se produce el famoso choque de trenes, que en este caso ha sido un empujón del segundo al primero. Ahora la Transición por la vía del procés. Tal vez por eso necesitaban poner de maquinista a Puente.

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