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Opinión

Si el Madrid fuera infalible, apaga y vámonos

«Constituida ante notario la titularidad de Mbappé, el eslabón más débil es Rodrygo, en quien confluyen todas las miradas cuando Brahim o Endrick calientan»

Si el Madrid fuera infalible, apaga y vámonos

Vinícius Jr. y Kylian Mbappé, en la final de la Supercopa de Europa. | Agencias

Infalible es «que no puede errar, eficaz, efectivo, seguro, indefectible, indudable»… ¿El Madrid es infalible? No. Perderá partidos y títulos porque los aficionados del Manchester City se hacen la misma pregunta y se encomiendan a un dios semejante. Sólo el misterio de la naturaleza puede rebatir la falibilidad o lo incontestable. Ejemplo: érase una vez una zarina, rubia del Cáucaso, ojos azules como un cielo despejado y profundos como un taladro, cuerpo estelar, voz sugerente y risa de terciopelo. Frente a ella, en los límites de una dacha de ensueño, un tipo normal, 25 años mayor, sin más atractivo que la naturalidad del momento y la espontaneidad de una vida sedimentada. ¿Existe el flechazo? Sí. Porque el amor, como dejó escrito Quevedo, «es fe y no ciencia»; lo contó Javier Marías en sus Enamoramientos. ¿El Madrid es incontestable? Eso no lo garantizan ni los voceros más apasionados, ni las crónicas a favor de corriente ni los milagros de Casillas, en otra época, ni los de Courtois en la presente. En el caso madridista la fe se eleva sobre la ciencia, cuyo misterio sólo pueden resolver los adversarios, si es que le vencen.

El Madrid ha ganado la Supercopa de Europa, el primero de los siete títulos a los que opta este curso. Comienzo esperanzador para las pretensiones del club y las ilusiones de sus seguidores. Distinto es que el septete vaya a ser un hecho. En el fútbol, la realidad es diversa y cambiante, tan endeble como una ciencia inexacta. Discutir que la plantilla madridista es la mejor del mundo carece de sentido. Nombre por nombre, arrasa; línea por línea, avasalla, sobre todo en vanguardia. La alineación de Ancelotti es poderosa, lúcida, solidaria y precisa. Calidad suprema. Vinícius buscó a Mbappé, también Bellingham y Rodrygo, el lucero olvidado del encuentro con el Atalanta, verso suelto que trabaja para todo el equipo y que recibe el mayor reconocimiento del entrenador. Suyo fue el primer disparo que no acabó en gol porque lo impidió el larguero, y suya la maniobra que dio origen al tanto de Kylian Mbappé, El Deseado, una suerte de Fernando VII: el 2-0 se lo pusieron a huevo. 

Tengo la impresión, después de leer a muchos de mis colegas, que, constituida ante notario la titularidad de Mbappé, el eslabón más débil es Rodrygo, en quien confluyen todas las miradas cuando Brahim o Endrick calientan en la banda. Bellingham es imprescindible, motor honoris causa, brillante estajanovista que al comienzo de la pasada temporada compararlo con Di Stéfano, nada y más y nada menos, no era una temeridad. Visto su desempeño en el segundo tiempo contra la Atalanta la comparación no es odiosa. Luego Jude tiene que jugar. Kylian, aún en periodo de adaptación, es el genio que con apenas rozar la lámpara ilumina el campo. Y Vinícius es el espectáculo, el bueno y el malo. Por verle jugar merece la pena pagar una entrada, aunque esta temporada las del Bernabéu están por encima de la cubierta: la más económica, 95 euros. El desborde de Vini es único y, puestos a comparar, recordar a Gento en alguna de sus acciones por la banda izquierda tampoco es exagerado. Sienta defensores, llega a la línea de fondo, centra con precisión, desequilibra; el problema es cuando se desequilibra él.

El punto débil de Vinícius es que no sabe controlar sus emociones, por más que Ancelotti le mete en vereda. Le aconseja, le estimula, le frena, le regaña, le defiende; no es complaciente. Si estuvieran en la escuela, más de una vez le pondría de cara al encerado y le obligaría a copiar cien veces «no volveré a hacerlo». Y vuelve a «pecar», está en su naturaleza. Lo saben los árabes del AL-Hilal, que necesitan un revulsivo para el equipo y para el país, ahora que la estrella de Cristiano Ronaldo tilila. Arabia Saudí quiere organizar el Mundial de 2032 y el brasileño, les consta, sería un magnífico reclamo. El contrato que le ofrecen no es de este mundo: mil millones (netos) por cinco temporadas. Tiene 24 años recién cumplidos y es candidato firme al Balón de Oro, aunque en su país no le perdonen que en la Copa América mostrara su peor versión. Se disculpó.

Los sauditas dan por sentado que con la llegada de Mbappé al Madrid y la «problemática Vinícius», volcán que erupciona al mínimo cruce de cables, las posibilidades de ficharlo son reales. Han sondeado al jugador, o a su entorno, y al club. La parte del futbolista no hace ascos a la oferta, al contrario. La operación reportaría a su agente (su tío) entre 50 y 100 millones de euros, sólo por la comisión del futbolista. ¿Y la del club? El Madrid, aseguran, ha remitido a la cláusula: mil millones. La puja empezó por 200 y parece que ha llegado a los 400, cifra mareante respaldada por una corte celestial: Mbappé, Bellingham, Brahim, Endrick, Güller y, por supuesto, Rodrygo, la voz callada, el futbolista eficaz.

François Cluzet, junto a Omar Sy, era «intocable». ¿Y Vinícius? Su problema no es el color de la piel, negro como Camavinga o Nico Williams, sino su forma de ser y su histriónica manera de interpretar. En el Madrid lo saben, maravilla su fútbol y desespera su actuación paralela. Aunque ha mejorado, en todos los aspectos. Vini es un cheque al portador y debilidad de los árbitros con gatillo fácil. Enamora y exaspera. Es un futbolista, no una zarina del Cáucaso, y parte fundamental de esa infalibilidad del Madrid que provoca entre sus seguidores un sentimiento de invencibilidad y entre sus rivales un cierto complejo que, entre la historia de las «quince» y la plantilla actual, le hacen etéreo. ¿Infalible? Si así fuera, apaga y vámonos.

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