La jerarquía feminista española obedece y calla
«Son las mismas que defienden que los musulmanes tengan sus creencias y costumbres, y que hay que respetarlas»
Los talibanes han decidido prohibir el sonido de la voz de las mujeres en los espacios públicos de Afganistán. Esta medida incluye actividades como cantar, recitar o hablar frente a un micrófono. La ONU ha condenado esta ley talibán que silencia a las mujeres, y aunque esto sea poco, como toda palabra que no se convierte en hecho, es mucho más de lo que ha hecho en España el feminismo hegemónico plasmado en este momento por el Ministerio de Igualdad con su ministra Ana Redondo a la cabeza. Sin duda la representación jerárquica más alta de este movimiento.
Al César lo que es del César. Esta vez tanto Irene Montero como Yolanda Díaz sí que han levantado la voz y movido los dedos en sus redes sociales para mostrar su repulsa ante hechos tan miserables. Y es noticia que así sea, pues muchas veces en sus delirantes feminismos radicales han intentado justificar lo que sólo podría hacer un mono drogado hasta las cejas. El Ministerio de Igualdad ni está ni se le espera. Sigue de vacaciones, como el resto del año.
La ministra Ana Redondo es de Valladolid, y fue la número dos de Óscar Puente mientras este fue alcalde de esa ciudad. Dicen que todo se pega menos la hermosura, y esta no sería una excepción. Comparten fealdad estética, sobre todo a la hora de encarar sus obligaciones políticas. Se muestran desquiciados y demuestran su ineptitud. Me avergüenza que tengan esos puestos de responsabilidad y me apena que Valladolid, tierra de gente justa, ahora sea más conocida por estos que por Delibes, Zorrilla, o por el mejor articulista de este país, el «magnífico» Peláez.
No deberíamos olvidar la «necesidad» de este feminismo que más ruido hace, por llenarlo de sectarismo ideológico. El credo católico es abyecto y machista. No trata bien a las monjitas y no dejan que sean ellas las que oficialicen las misas. También se quejan de que no pueden llegar a los puestos altos jerárquicos de la Iglesia, y de que no haya una «Mama» en vez de un «Papa». Son las mismas que después defienden que los musulmanes tengan sus creencias y costumbres, y que, por tanto, hay que respetarlas. El respeto sólo para lo que me interesa, aunque se le vean las costuras al argumento de tal manera, que lo que más se rompa sea tu criterio burdamente sesgado.
Generalizar a la Iglesia Católica como una fe seguida por personas de ideas conservadoras, pues esos serían sus valores, es algo que habla de su nulo interés por conocer la realidad. Ellos saben perfectamente que hay mucha gente de izquierdas o de valores progresistas, como ustedes prefieran nombrarlos, que son creyentes de la fe católica y que van a misa todos los domingos. No demuestran ningún respeto por estos, pero sí que lo tienen —casi hasta la genuflexión— por los que profesan la radicalidad llevada a cabo en muchos países por el credo islámico. El miedo es libre, pero cobarde. En vuestro caso tendencioso e interesado.
Por todo esto es por lo que no deja de ser irónico que el Ministerio de Igualdad dirigido por la que debería tomar más infusiones de tila para calmar sus nervios, Ana Redondo, haya decidido hacer caso al régimen talibán que domina Afganistán, y obedecerles, y, por tanto, callar públicamente ante semejante ignominia. Dicen que el que calla otorga.
El silencio es muy bueno para muchas cosas. La mayoría de las que decimos deberíamos saber que no son importantes, y que no van a ningún sitio. Somos seres imperfectos, y por tanto sabemos que nos equivocamos muchas veces. En consecuencia, el silencio se debe utilizar por prudencia y no por miedo, desconocimiento o interés propio. Y es que desde la comodidad de la igualdad real ante la ley de los hombres y mujeres en España, y de la que me alegro de que así sea, es muy fácil hacerse insensible ante los verdaderos problemas que sufren las mujeres en algunos lugares del mundo. Y esta es la principal razón por la que el feminismo actual, con su Ministerio de Igualdad a la cabeza, es cada vez más repudiado por hombres y mujeres.