¿Qué hemos hecho para merecer el regreso de Aída Nízar?
«Como cobaya para un experimento sociológico puede tener gracia un rato, como estrella mediática resulta insufrible»
«Dios da a cada uno lo que se merece». Es una de las frases más crueles y reveladoras jamás pronunciadas por la polémica Aída Nízar. Fue la que le dedicó a un minusválido en silla de ruedas durante un Crónicas marcianas y por la que su director y presentador, Javier Sardá, la llamó «hija de puta» antes de despedirla del programa como colaboradora. Ella se quedó tan ancha, sonriendo y buscando excusas para justificarse, porque la gente mala nunca acepta su responsabilidad ni se siente culpable de sus fechorías. Aída, que habla de sí misma en tercera persona, se dedica elogios inauditos («Adoro mi vida», «Es que me viene un orgasmo solo de pensar en mí misma»), muestra una superioridad moral frente al mundo con una seguridad que solo una patología puede explicar: es una ególatra, narcisista, sin empatía alguna, que actúa ante las cámaras con la frialdad de una sociópata. Si Dios diera a cada uno lo que se merece, estaríamos asistiendo a la larga y dolorosa agonía de esta alimaña del audiovisual y no a su regreso por la puerta grande, que es lo que nos espera en septiembre con su fichaje por Ni que fuéramos shhh… Pero nadie ha dicho que el mundo sea justo.
Está claro que frente a la creatividad o al humor han apostado por el conflicto, que será el meollo del programa esta temporada. Basta con echar un vistazo al currículo de Aída para recordar que ha sido expulsada de todos los realities por los que ha pasado, ya fuera de forma disciplinaria o por la abrumadora votación del público. Tanto en España como en Italia, donde ha dejado un rastro de mal rollo, insultos y conatos de agresiones. Jorge Javier le dedicó el mismo calificativo que Javier Sardá en Supervivientes por pasarse tres pueblos con Rosa Benito hablando de Ortega Cano cuando su cuñada no sabía que el diestro había sufrido un accidente. Monumental fue su bronca con Mila Ximénez por un tema tan delicado como la bebida y casi es agredida en directo por Antonio David Flores por llamarle padrazo con retintín, pero todo aquello no fue nada comparado con sus bochornosas piezas como reportera dicharachera: a menudo recibía insultos y golpes por actuar con prepotencia o mostrar su lado más racista o clasista. En la vida real, si es que eso existe en su caso, ha protagonizado denuncias por bañarse en la Fontana de Trevi o amenazar con un cuchillo a su pareja. Además, colea por ahí una supuesta denuncia por estafa.
Hay una televisión que todavía cree que esa forma de ser y actuar resulta efectiva, que el rechazo que provoca en la audiencia acaba por dejar a los espectadores pegados a la pantalla, deseosos de ver cómo se lleva el correctivo que se ha ganado a pulso. Es un modelo de entretenimiento desfasado que apuesta por los bajos instintos.
Aída representa lo más odioso del ser humano. Como cobaya para un experimento sociológico puede tener gracia un rato, como estrella mediática resulta insufrible a uno y otro lado de la pantalla. Su fichaje responde a la idea de convertir el plató en un ring y de provocar en la presentadora y colaboradores la sensación, completamente real, de que todo puede estallar en cualquier momento. De eso de trata: de desequilibrar, de sacudir, de mantener una constante desazón, que no haya tregua para permanecer en una zona de confort. Televisión en constante estado de shock.
Todo el morbo radica en esperar la reacción del equipo ante la presencia de una tipa que ha dejado una ristra de insultos y acusaciones contra todos y cada uno de ellos: María Patiño («Esperpento y mentirosa mujer, la menos vista de la tele… De cada cinco palabras se equivoca cuatro… Tan borrosamente operada»), Belén Esteban («Está acabada televisivamente, pero esto no lo dice Aída Nízar, lo dice el espectador que cambia de canal cada vez que sale»), Kiko Matamoros («Es una persona que amaña presuntamente los combates de boxeo. Está en busca y captura por muchas personas de ese deporte») o Lydia lozano, a la que llamó puta en una publicidad de Sálvame («Te va a caer un querellón», le espetó la colaboradora mientras Aída cantaba «Soy una puta, como la Lydia, soy una puta».)
El fichaje ha debido sentarles como una patada en el estómago. Recordemos que la propia presentadora dejó bien claro lo que pensaba de ella en el pódcast Poco se habla: «Es nombrarla y vamos a tener problemas. Cada vez que la he nombrado, a través de las redes sociales recibo insultos. Es gente que se permite cualquier licencia y no pasa nada. Y te insulta, se mete con tu familia. La tengo bloqueada, no la sigo, pero todo me llega». Pobre María Patiño, la que le espera. Pero no es la única que va a sufrir porque, como espectador, la idea de ese regreso televisivo me resulta lo más parecido al meme de Mickey Mouse arrancándose los ojos. ¡Qué pereza! Y qué horror.