THE OBJECTIVE
La otra cara del dinero

La economía del aire acondicionado se recalienta

El mercado del fresco artificial subió un 7% la última década y, aunque contribuye al calentamiento global, es básico para la prosperidad de los países en desarrollo

La economía del aire acondicionado se recalienta

Aire acondicionado. | Agencias

Cada vez pagamos más por el fresco. Probablemente le resulte obvio. Sobre todo, si la lectura de este artículo le coincide más o menos con la de la factura de la luz. Al calentamiento global se le une el de nuestras muy específicas cuentas corrientes, tan a menudo al borde de la ignición. Pero resulta que el asunto tiene repercusiones financieras, macroeconómicas, sociológicas y hasta morales, si me apura. 

Un informe de este mismo año de la Building Services Research and Information Association revela que el mercado mundial de aire acondicionado ha experimentado un crecimiento anual del 7% durante la última década. Y en 2018 la Agencia Internacional de Energía predijo que el número mundial de aparatos de aire acondicionado pasaría de los 1.600 millones de entonces a los 5.600 millones en 2050.

Porque hace calor. Mucho calor. Qué le voy a contar, con todo un verano ya a las espaldas y el epílogo calentándonos aún todo el cuerpo. Y lo que queda. Aunque lo que digan la ONU y similares sobre el Cambio Climático puede tener más o menos credibilidad, según la audiencia, negar que cada vez hace más calor suena un poco absurdo. Otra cosa es el porqué, pero la cuestión es que las temperaturas en verano se están volviendo insoportables en cada vez más sitios. 

Además, el acceso al milagro electrónico del aire acondicionado se está universalizando. Poco a poco, pero sin pausas. La multinacional Daikin ha realizado una encuesta mundial sobre su uso que sitúa a la ciudad de Houston en la cima, con una media de 17,2 horas de media (y nada menos que el 41% de los residentes los utilizan durante 24 horas). Le siguen Riad, en Arabia Saudí, con 14,9 horas, y Nueva York, con 12,6 horas. 

Madrid aparece en un meritorio (o angustioso, según se mire) duodécimo puesto (5,6 horas) por detrás de París (6,3) y a distancia sideral de, por ejemplo, Tokio (12,2). ¿Menos calor, pero más dinero? Probablemente, pero las distancias se acortan. En Lagos, capital de Nigeria, lo ponen 11 horas al día, y en Nueva Delhi, 10,4. El que lo tiene, claro. Un gráfico de Statista sobre acceso al aire acondicionado resulta más que chocante: en Japón lo tiene el 91% de la población, y en EEUU, el 90%. En países tan calurosos como México y Brasil, solo el 16%. En otros tan extremos como Indonesia, Sudáfrica o la India no llegan al 10%.

Pero también hay diferencia en el uso de los que lo tienen. El estudio «Air conditioning and electricity expenditure: The role of climate in temperate countries» revela que los hogares con aire acondicionado gastan entre un 35% y un 42% más en electricidad cada año que los que no lo tienen. Pero a algunos no les importa tanto. Las conclusiones de la encuesta de Daikin matizaban que el concepto de aire acondicionado varía de un país a otro: «Por ejemplo, en EEUU lo habitual es un ‘sistema de aire acondicionado central’», y «parece haberse vuelto algo común dejar los aparatos encendidos todo el tiempo», mientras que «en muchas regiones del mundo se utilizan habitualmente ‘aires acondicionados con control individual’», que «funcionan de forma independiente para enviar aire frío o caliente solo a las habitaciones donde se necesita». Y en demasiados sitios siguen tirando con la sombra y el abanico. 

La combinación del aumento de las temperaturas y el cada vez mayor acceso a financiación que la globalización está llevando a cada vez más sitios hace del aire acondicionado un negocio con mucho futuro. Actualmente, las multinacionales japonesas lideran el mercado, con Daikin como gran estandarte, pero hay movimientos interesantes. 

El WSJ, por ejemplo, daba cuenta en julio de la compra por la alemana Bosch de los negocios de calefacción y aire acondicionado de Johnson Controls e Hitachi por 8.000 millones de dólares. En el texto, apunta que «el grupo busca expandirse en Estados Unidos y Asia«, y «casi duplicará sus ventas globales en el mercado de calefacción, ventilación y aire acondicionado hasta aproximadamente 9.000 millones de euros». Y la guinda: «Bosch espera que ese mercado crezca un 40% a nivel mundial para finales de la década».

Solo hay un problema. La gran paradoja. Refrescarse aumenta el calentamiento global. Lo dice, por ejemplo, la ONU. Los aparatos de aire acondicionado consumen electricidad. Cada vez más. 

Sin embargo, no parece que haya vuelta atrás. En general, nos hace la vida mejor. En particular, en algunos sitios lo necesitan simplemente para sobrevivir. Pero, además, allá donde llega deja una prosperidad evidente. Un interesante artículo en The Economist pone en la balanza los efectos benéficos y perjudiciales de la balanza. 

Recuerda, por ejemplo, que Lee Kuan Yew, el político que llevó a Singapur de la nada a la prosperidad en que ahora nada (con perdón), llegó a decir que el aire acondicionado «cambió la naturaleza de la civilización al hacer posible el desarrollo en los trópicos». Es más, se ufana de que lo primero que hizo al convertirse en primer ministro fue instalar aparatos de aire acondicionado en los edificios donde trabajaban los funcionarios: «Era clave para la eficiencia pública».

Si han estado en Singapur lo entenderán. Desde el fresco septentrional es más fácil criticar el aire acondicionado. Más cerca del trópico lo ven de otra manera.  Según un estudio de la Australian National University, sin aire acondicionado, los trabajadores del sudeste asiático no pueden trabajar durante el 15-20% de las horas laborales. Simplemente, hace demasiado calor. Otro de la UC Berkeley calcula que, en el Caribe y América Central, el PIB cae un 1% por cada grado por encima de los 26°C. Se trabaja menos y peor.

Llegados a este punto, no nos queda otra que recurrir a Antonio Machado: «Ni contigo ni sin ti, mis males tienen remedio; contigo, porque me matas, y sin ti, porque me muero».

Sin despreciar el alivio de la poesía, otros prefieren acudir a la ciencia. Los ingenieros se devanan los sesos para hacer el aire acondicionado más inocuo medioambientalmente. El mes pasado, por ejemplo, Wired saludaba, en su más puro estilo techie, la congratulaba de las posibilidades de la innovación tecnológica para «reducir notablemente la cantidad de energía utilizada para el aire acondicionado». El artículo se refiere a la intervención de una empresa estadounidense en la refrigeración de los autobuses de Shanghai. Los legos del vulgo tenemos que creernos los detalles técnicos que aportan. 

Puede ser que estos tipos tengan la solución. Y si no ellos, los siguientes. Desde luego, lo que no les va a faltar a iniciativas de este tipo es público. Hay un mercado cada vez más recalentado tanto por las temperaturas como por el precio (medioambiental y en euros contantes y sonantes) de lidiar con ellas. 

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