José Luis Escrivá: el cuidado de las formas
Nadie puede negar que desde que llegó a Moncloa, Sánchez ha ido haciendo y deshaciendo según sus caprichos e intereses
En política, como en cualquier ámbito, importa mucho el cuidado de las formas. Por desgracia, en España cada vez se practica menos y se acusa al otro de ser el culpable de no hacerlo. Nuestra vida política y nuestros políticos en general de un signo o de otro han olvidado los frutos que el consenso caracterizó la Transición. Eso que se ha definido como la polarización social se ha agudizado desde el atentado terrorista de 2004. Han pasado, desde entonces, gobiernos del PSOE y del PP y todo ha ido a peor.
Durante el mandato de José Luis Rodríguez Zapatero, éste abrió la caja de los truenos sacando del baúl las heridas no cicatrizadas de la Guerra Civil. Cuando llegó Mariano Rajoy, en plena crisis financiera mundial, se le tildó de ‘tancredismo’ a la hora de solucionar problemas serios y desaprovechar, mediante gestos de sensatez y comprensión, la mayoría absoluta que gozaba. El desembarco de Pedro Sánchez a través de una moción de censura, lejos de atemperar el clima, lo envenenó aún más. Y es el día de hoy que la situación resulta a veces insoportable y cansina.
Izquierda y derecha se acusan mutuamente de la situación de parálisis. Sánchez cree estar en la verdad, una verdad para él sin matices, pero muy discutible ante las concesiones que ha hecho a nacionalistas e independentistas catalanes y vascos. El líder de la oposición y presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, no entusiasma a la ciudadanía con un discurso lleno de ambigüedades y contradicciones para gozo y disfrute de Sánchez, que piensa que puede agotar la legislatura, algo que parecía impensable tras las elecciones generales de hace un año.
El caso del nombramiento de José Luis Escrivá, ministro hasta el miércoles de Transición Digital y Función Pública, como nuevo gobernador del Banco de España, una vez que el mandato de su antecesor, Pablo Hernández de Cos, expirara en julio, es paradigmático del descuido de las formas, de la pereza de sentarse a una mesa y consensuar con el PP un candidato o simplemente de la prepotencia que caracterizan muchos de los actos del inquilino de La Moncloa.
Ningún experto cuestiona la idoneidad de Escrivá, su brillante currículo y su pasado en el instituto regulador como jefe de estudios, así como su actividad en el Banco Central Europeo, en el Banco Internacional de Pagos, en el BBVA y sobre todo como primer presidente de la AIReF (Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal) durante el Gobierno de Rajoy. Los informes de esta agencia sobre la economía española eran críticos y objetivos. Hasta el extremo que Sánchez le ofreció sumarse a su nuevo Ejecutivo como titular de Inclusión, Seguridad Social y Migración. Aceptó.
Escrivá no era político. No tenía carnet de ningún partido y a fecha de hoy sigue sin tenerlo. Sin embargo, este brillante economista (Albacete, 63 años), premio extraordinario en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid, no es una figura completamente independiente para poder ocupar el puesto de gobernador después de haber estado seis años en el Gobierno de coalición progresista y haber pergeñado una reforma de las pensiones, que no pocos analistas sostienen que exigirá otra revisión a medio plazo porque las arcas del Estado no la pueden soportar. Él se resiste, piensa que no es un parche temporal y a veces se irrita con quienes la discuten y les echa un pulso en el Parlamento, en las redes sociales o entrando imprevistamente en un debate en la radio para rebatir su plan. Esto a veces le ha llevado a algún disgusto, aun cuando los periodistas económicos opinan que en la corta distancia es una persona dialogante y hasta con cierta retranca.
El cargo de gobernador es prerrogativa en España del presidente del Gobierno. Y en general así ha sido si se exceptúa el caso de Miguel Ángel Fernández Ordóñez, que pasó de secretario de Hacienda a jefe del banco regulador en la etapa de Zapatero. Pero hay una ley no escrita que propone que éste y otros cargos de las principales instituciones del Estado sean consensuados. El PP acusa a Sánchez de hacer una vez más lo que le viene en gana sin sentarse a negociar un nombre y éste responde que Feijóo no le ha sugerido otro. El jefe del Gobierno tenía en la cabeza el nombre de Escrivá desde hace un año y así parece que se lo prometió toda vez que éste aspiraba a relevar a Nadia Calviño al frente de Economía cuando está fue elegida presidenta del Banco Europeo de Inversiones.
Pero de un modo u otro, nadie puede negar que desde que llegó en 2018 a Moncloa, Sánchez ha ido haciendo y deshaciendo según sus caprichos e intereses. Tal vez con acierto en el caso de Escrivá, pero de forma más grosera en el caso de Dolores Delgado, de ministra de Justicia a Fiscal General del Estado; de su sucesor, Juan Carlos Campo, a miembro del Tribunal Constitucional; de Carmen Calvo de ministra a presidenta del Consejo de Estado o de Miguel Ángel Oliver, ex portavoz del Gobierno a director de la agencia Efe. Y la lista de «amigos del presidente» o cercanos a él es larga. En las redes sociales circula un rosario de beneficiados.
¿Es el método Sánchez, el de imponer su santa voluntad, porque él cree a pies juntillas que lo que él anuncia no es cuestionable? ¿O también en ello hay una falta de actitud del principal partido de la oposición? La guerra en la renovación del Consejo General del Poder Judicial, Tribunal Supremo y Constitucional afortunadamente ha terminado aun cuando el acuerdo deja mucho que desear. Pero lo cierto es que cuando fracasa una negociación porque ninguna de las dos partes cede, fracasa la política y daña la imagen de quienes la ejercen, aumentando el desprestigio ante los ciudadanos.
Escrivá tiene un mandato de seis años. Resultará extraño tener que verlo defendiendo el juicio del Banco de España con respecto a, por ejemplo, los presupuestos generales del Estado, si es que al final Moncloa se decide presentar el proyecto pese a no contar en principio con mayoría suficiente para sacarlos adelante.
Será algo así como si el nuevo entrenador del Barcelona, Hans Flick, pasara de un día para otro a ocupar ese puesto en el Real Madrid. ¿Criticaría con objetividad los errores de gestión de los culés o miraría para otra parte?
Escrivá es de una familia ilustre albaceteña. Su padre, médico traumatólogo, fue presidente del club de fútbol local, un tío suyo alcalde la ciudad y una prima, la primera mujer edil del municipio manchego. Le apasiona la política americana y sigue de cerca lo que se cuece en las redes sociales.
A veces parece con esa sonrisa supuestamente bonachona (sus colaboradores ponen en duda ello) una especie de profesor distraído de verbo difícil. Resultó cómico cuando en una rueda de prensa intentó vanamente verter el agua sobre un agujero del atril pensando que allí se encontraba el vaso. «Parece que hay un problema. Que no es así», confesó entre risas. Más allá del despiste logístico, Su problema puede estar en no ser capaz de quitarse la piel de «gobernante» y mutarla a la de «gobernador» y tener al PP sospechando que todos sus juicios estén sesgados.