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Opinión

Stephen King y la pornografía

«Resulta ridículo demonizar los libros en un mundo en que todo lo pernicioso está accesible en Internet»

Stephen King y la pornografía

El escritor Stephen King. | Archivo

Vivimos en una época llena de contradicciones. Por un lado, pretendemos encerrar a nuestros menores en un fanal. Intentamos evitarles traumas, sufrimientos, esfuerzos, sacrificios, disgustos, frustraciones. Tratamos de colocarles una venda en los ojos para no exponerlos a la cruda realidad. Esta sobreprotección acaba convirtiéndolos, con frecuencia, en analfabetos funcionales, en ignorantes de la realidad del mundo en el que viven, en seres desarmados, indefensos, ante los peligros a los que, irremediablemente, habrán de enfrentarse a lo largo de su vida.

Por otro lado, todas esas precauciones resultan inútiles en el mundo en el que vivimos, en el que viven ellos, el mundo de internet. Un mundo virtual, pero lleno de amenazas capaces de causar más daño que las amenazas del mundo real. Basta leer libros como Los reyes de la casa (Anagrama, 2022), de Delphine de Vigan, o Privacidad es poder (Debate, 2021), de Carissa Véliz, para estremecerse con los peligros que acechan ahí fuera, o ahí dentro, porque ya no se sabe si Internet es el mundo interior o el exterior.

Un buen ejemplo de la sobreprotección inútil es la ley denominada HB 1069 -nombre propio de la ciencia fricción- del Estado de Florida. Dicha norma establece, entre otras limitaciones, que en las escuelas del Estado no se pueden utilizar libros que contengan lenguaje inclusivo, ni hacer referencias LGTB, ni «material sexual explícito».

Como era de esperar, bajo esa definición cabe todo. Hasta el punto de que la semana pasada Stephen King denunciaba que 23 de sus libros habían sido retirados de las bibliotecas escolares del Estado «por pornográficos».  La medida se había tomado después de que un grupo denominado Moms For Liberty -«guerreras alegres», se definen a sí mismas-  denunciara que sus hijos tenían acceso a libros con contenidos lascivos.

Florida, que paradójicamente ha adoptado el slogan turístico «El Estado de la libertad», encabeza el ranking de Estados con más títulos sometidos a la censura. De los 4.349 libros prohibidos en las escuelas de Estados Unidos, 3.000 lo han sido en el estado gobernado por el conservador Ron DeSantis.

Stephen King -que ha reaccionado con un expresivo «what the fuck?» en redes sociales- ha sido el último afectado, pero ha habido muchos más antes que él. La lista de libros retirados incluye títulos contemporáneos como La tapadera, de John Grisham, El Dios de las pequeñas cosas, de Arundhati Roy; Juego de tronos, de George R.R Martin; Beloved, de Toni Morrison; El color púrpura, de Alice Walker; Catch-22, de Joseph Heller; En la carretera, de Jack Kerouac; La casa de los espíritus, de Isabel Allende. Pero también clásicos indiscutibles como Un mundo feliz, de Aldous Huxley; Historia de dos ciudades, de Charles Dickens; Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain; El Paraíso perdido, de John Milton o, incluso, El Diario de Ana Frank

Con mucho retraso, el pasado 31 de agosto, por fin han reaccionado las grandes editoriales americanas, a las que sin duda se les está causando un perjuicio económico. Penguin Random House, Hachette Book Group, HarperCollins Publishers, Macmillan Publishers, Simon & Schuster y Sourcebooks han interpuesto una demanda contra el Estado de Florida por considerar que la ley  HB 1069 es «anticonstitucional».

Mary Rasenberger, directora ejecutiva del Gremio de Autores de EE.UU. ha explicado con claridad los efectos perniciosos de la medida sobre autores y lectores. «Estas prohibiciones tienen un efecto paralizante sobre lo que escriben los autores y dañan su reputación al crear la falsa noción de que hay algo indecoroso en sus libros -sostiene Rasenberger-. Además, estos mismos libros han educado a los jóvenes durante décadas, expandiendo mundos y fomentando la autoestima y la empatía por los demás. Todos perdemos cuando se censuran las verdades de los autores».

La comunidad educativa, en España y en todo el mundo, no cesa de denunciar que estamos creando una generación de jóvenes atrapados por las pantallas, por las imágenes, que está perdiendo capacidad de aprendizaje, y que la lectura es imprescindible para el desarrollo intelectual y el estímulo del pensamiento crítico. Sin embargo, grupúsculos como Moms For Liberty -apoyados por el poderoso estado de Florida- están demonizando la lectura en una época en la que los jóvenes tienen acceso ilimitado a todos los contenidos de internet, por perniciosos que sean. No se dan cuenta de que el verdadero peligro está en la red y no en los libros.

Alejar a los jóvenes de la cultura, arrebatarles el derecho a decidir por sí mismos, forma parte del preocupante fenómeno global de la sobreprotección a los menores. El verdadero fenómeno alarmante, además de la censura, por supuesto, es que estamos impidiendo a la nueva generación conocer el mundo real, con sus maldades y sus bondades, con sus beneficios y sus peligros.

¿Qué daño puede hacer la historia ejemplar de resistencia de Ana Frank? ¿O la edificante tragedia de sufrimiento y fortaleza de la joven Celie de El color púrpura? O la que cuenta Dickens en Historia de dos ciudades de un mundo tan parecido al actual. «Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada».

Lo grave de considerar pornografía a Dickens, a Ana Frank o a Stephen King es que entonces todo es pornografía. Y, es sabido, que si todo es pornografía, nada es pornografía.

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