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Montanoscopia

Bajorrelieve asirio de masturbadores

«Los chavalines nos la cascábamos con la vedette y resulta que nuestro Rey hacía lo mismo pero de acuerdo con su estatus y sus dimensiones»

Bajorrelieve asirio de masturbadores

Bárbara Rey. | Archivo

1. La Transición también supuso una gran erotización del país, o una explicitación del erotismo que venía insinuándose con Franco todavía vivo, aunque reprimido aún. España se puso cachonda, por resumir. El dictador murió en su cama y los españoles resucitaron en las suyas. Hay toda una nueva oleada de nacimientos, tras la del baby boom, debida a Emmanuelle y similares. Para los adolescentes que habíamos nacido en los años 60, el mito erótico era Bárbara Rey. Me refiero a los heterosexuales, claro. Tal vez algunas chicas lesbianas estuviesen con nosotros. A las heterosexuales les ponía Pedro Marín o los Pecos y, a las malotas, los Tequila. A los chicos homosexuales, Leif Garrett o los Village People (¡y los bandoleros de Curro Jiménez!). Todo esto antes de la Movida, que lo cambió todo. 

2. El caso es que los chicos fantaseábamos con Bárbara Rey (fue una de las primerísimas mujeres desnudas que divisé en una revista, con su felpudín epocal) mientras el jefe del Estado se la estaba tirando. Esto no lo sabíamos, pero retrospectivamente crea una comunidad de intereses (eróticos) maravillosa. Los chavalines nos la cascábamos con la vedette y resulta que nuestro Rey hacía lo mismo pero de acuerdo con su estatus y sus dimensiones. La representación podría ser la de uno de esos bajorrelieves asirios en que el rey Asurbanipal sale enorme y sus súbditos minúsculos: cada cual según su importancia y su poder. España llegaba en lo político a una democracia moderna, igualitaria, con una monarquía meramente simbólica, mientras que en los dominios de Eros (siempre tiránicos) seguía primando el despotismo. Pero los subditillos nos sometíamos con deportividad. Como supimos muchos años después, y hemos visto estos días en la revista holandesa, al menos nuestro Rey deseaba lo mismo que nosotros. Y encima lo cumplía.   

3. Hay un momento exacto en que Almodóvar se jodió como el Perú. Fue en la última frase de Carne trémula, cuando deja de hablar como un cineasta libre y empieza a hacerlo como un cantautor «comprometido» (lo que le dio la puntilla póstuma a la Movida, que fue ante todo una cruzada gamberra contra los monaguillescos cantautores): «Hace mucho que en España hemos perdido el miedo». Tal vez en ese instante volvió el miedo; o le volvió el miedo a Almodóvar. No se entiende que sin miedo se sea tan servil con el que manda, como cuando piropeó esta semana al presidente. He dicho otras veces que Almodóvar cumplió una gran función política en España. Y lo hizo con su primer cine, el frívolo, el inmoralista. Nos liberó. Sacó al país del franquismo mental. Al que ahora vuelve patéticamente, presentándose como la Estrellita Castro de Sánchez.

4. Las películas de Almodóvar me siguen gustando, salvo en los tramos en que les incrusta la predicación. Por fortuna, su cine sigue siendo más grande que él: disfruta de esta gloria del artista. Es curioso cómo en otro tiempo se defendía de la moralización que actualmente defiende. Cuando Muñoz Molina escribió sobre su incomodidad ante la violación que aparece en Kika, entre las risas de la sala de estreno, Almodóvar lo tachó de «reaccionario». Ni Matador ni ¡Átame! pasarían hoy el corte gubernamental. Y en Hable con ella el enfermero se encama con la mujer en coma como los violadores de Gisèle Pelicot. Algunos también lo denunciaron en su época. Yo apoyé (y apoyo) todas esas películas: no eran la realidad, sino el cine. 


5. Estoy tan hasta los huevos de las polémicas estúpidas que mi única respuesta a la polémica entre España y México ha sido ponerme un disco de Aztec Camera.

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