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Opinión

La recaudación fiscal crece más del doble que la economía

«El principal beneficiario de las mejoras en la coyuntura económica es el Ministerio de Hacienda»

La recaudación fiscal crece más del doble que la economía

Pedro Sánchez y billetes de 50 euros. | Ilustración de Alejandra Svriz

La evolución de las variables de crecimiento de la economía (tasa de 3,1% al concluir el segundo trimestre) y de los precios de consumo (subida de solo el 1,5% en septiembre) tienen al Gobierno en levitación. Se les agotan los elogios y el autobombo. Hacen bien en aprovechar los datos de coyuntura. El cortoplacismo en el que estamos instalados permite esos pequeños triunfos. Que los disfruten.

La pregunta necesaria es: ¿a quién beneficia realmente esta coyuntura favorable? Y aquí no cabe la menor duda. El Gobierno es la respuesta contundente y exacta. Según las propias cifras de la Administración tributaria, la recaudación de impuestos entre enero y agosto ha crecido  el 7,4%, hasta 189.348 millones de euros, 13.033 millones más que en el mismo periodo del año pasado. Las tasas del PIB y del IPC pueden mejorar o pueden empeorar de aquí a fin de año. La recaudación tributaria, sin embargo, es irreversible.

El Impuesto sobre la Renta, con sus 88.482 millones recaudados, supone el 46,7% de los ingresos tributarios; el IVA es la segunda partida en ingresos, con 63.458 millones (el 33,5% del total) y un incremento del 7,6%. Es llamativo este incremento cuando todavía subsisten rebajas en algunos artículos de primera necesidad, rebajas que parcialmente se retiran esta semana.

También llama la atención que el Impuesto sobre Sociedades y los llamados Impuestos Especiales hayan recaudado una cifra muy similar entre enero y agosto, con unos 14.400 millones, habida cuenta de que el Impuesto sobre Sociedades ha supuesto un incremento recaudatorio del 13,5%, frente a un aumento del 5,1 por ciento de los Impuestos Especiales. Por fin, el Resto de figuras tributarias recaudaron 3.777 millones, con un incremento del 2,4 por ciento.

Con estos incrementos sostenidos de la recaudación fiscal, en desprecio de la mejora de las condiciones de vida, más el recauchutado de los fondos europeos, más el incremento brutal de la deuda pública es inconcebible que no se consiga, no digo eliminar, pero al menos paliar, los desequilibrios económicos y sociales estructurales de nuestro país.

La primera razón, a mi modo de ver, es que esos desequilibrios son mucho más severos de los que pensamos. Festejamos que vamos mucho mejor que las grandes economías de la Unión Europea y coyunturalmente es verdad, pero no es menos cierto que en los últimos tres lustros hemos pasado de una renta ligeramente superior a la media europea a estar cerca del 15% por debajo de esa media en la actualidad. Como país hemos perdido mucho el tiempo engañándonos a nosotros mismos y pagando un alto precio por ello. Y la tendencia se ha acentuado en los últimos años.

Nos dice el Gobierno que gracias a su gestión los precios de consumo no suben tanto como hace unos meses; que los tipos de las hipotecas empiezan a bajar y eso hará más fácil tener una vivienda, como si esa vivienda existiese; incluso algún tonto se ha permitido fardar de que Francia ha tenido momentáneamente, una prima de riesgo más alta que la española. La economía del país es un espejismo que oculta que otros mejoran más rápidamente que nosotros sin esquilmar a sus ciudadanos.

Otra razón que para mí ha gravitado sobre la sociedad española y sobre nuestra imagen internacional es el infradesarrollo y, a veces, la quiebra institucional del Estado. Es una manera de decir que aquí la política no funciona como debe.  A la salida de la dictadura tuvimos el objetivo de la democracia y el acicate de la integración en Europa. Y los cumplimos. Tuvimos una guerra dura, larga, pero al final exitosa contra el terrorismo y cuando esa amenaza desapareció, la política quedó como vacía de objetivos comunes, sin soluciones para nuestras carencias colectivas atávicas. Los ciudadanos españoles cumplimos con nuestras obligaciones tributarias, pero el Estado no entiende que tiene la misma obligación para con los contribuyentes. El despotismo administrativo se multiplica, adquiere nuevas formas y dimensiones, exige más y más esfuerzo. Es insaciable. Pero nada hace por crear las condiciones adecuadas para que cada individuo que vive en España tenga las mismas oportunidades de progresar que todos los demás. No pedimos ni necesitamos más que eso. Pero hasta eso se nos niega.      

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