EEUU: tres semanas y media
En situaciones de polarización, la tribu predomina sobre el electorado, la fe cuenta más que la razón y el populismo triunfa
«¿Alguien de los aquí presentes va a votar por Kamala la mentirosa? Levanten la mano, por favor. Bueno, casi mejor no la levanten, sería muy peligroso».
«Quieren hacer una economía basada en los molinos de viento. Viento, viento, viento… ¡el viento no sirve para nada y además es muy caro!»
No es original ni difícil seleccionar frases de Donald Trump que dejen al descubierto su realidad alternativa. Tampoco él cruza ninguna línea que no hubiera traspasado antes colocando en la diana a su adversaria, Kamala Harris, aunque hacerlo en el contexto del atentado y el intento de atentado sufridos por el propio Trump es una incitación especialmente peligrosa. Como es peligroso mentir precisamente estos días sobre la respuesta de la Casa Blanca al huracán Helene o acusar a la vicepresidenta de no hacer nada sobre el avance del huracán Milton.
Que nada sea verdad y que las patrañas de Trump –generosamente amplificadas por el altavoz X de su amigo Elon Musk— se vean desmentidas directamente por las personas que cita para respaldar sus ataques a Harris no es novedad.
Desde luego, no en España, donde el trumpismo –es decir, la negación de la realidad aparentemente sin consecuencias electorales, la destrucción del sentido de las palabras y la desinformación como arma arrojadiza— tiene una presencia dominante en la política oficial. Pero cuando quedan poco más de tres semanas para las elecciones en EEUU y hay serias posibilidades de que Trump vuelva a ser presidente después del próximo 5 de noviembre, conviene hacerse a la idea de lo que se viene encima.
Los sondeos no varían: en el voto general hay una leve ventaja de Kamala Harris; en los siete Estados que se consideran decisivos -Arizona, Nevada, Wisconsin, Michigan, Pensilvania, Carolina del Norte y Georgia— hay empate; y en el Colegio Electoral, que elige en última instancia al presidente, Donald Trump está ligeramente por delante.
Llegar en esta situación al primer martes después del primer lunes de noviembre de un año electoral ha ocurrido con relativa frecuencia en tiempos recientes. La excepción más clara fue Barack Obama, que ganó con comodidad, más en 2008 que en 2012. El país está ahora muy dividido, y las dos costas -demócratas, con matices y excepciones- suman más o menos lo mismo que el interior, republicano, también con sus excepciones.
¿Por qué le está funcionando a Trump su estrategia de dividir, de atacar con cualquier argumento a Kamala Harris, incluso los más peregrinos, los más insostenibles? ¿Por qué a la vicepresidenta le cuesta defenderse?
Porque en situaciones de polarización, la tribu predomina sobre el electorado, la fe cuenta más que la razón y el populismo se lleva el gato al agua. Y una de las estrategias favoritas de los populismos, de derechas y de izquierdas, es el ataque a las élites, a los de arriba, a los ricos. Que Elon Musk sea el hombre más rico del mundo no cuenta mucho.
A Trump le salió bien esta estrategia en 2016 con Hillary. Algo ayudó ella con sus comentarios despectivos sobre los votantes de Trump. Este año, el expresidente está atacando a la vicepresidenta con la inflación, la vivienda, la delincuencia, la inmigración que quita empleos a los estadounidenses y se come sus mascotas… Y parece que también le está saliendo bien.
Las medias verdades –la inflación es una verdad entera, y las heridas de la globalización en las clases medias blancas sin titulación universitaria son palpables– y las mentiras flagrantes mezclan muy bien. Los que lo hacen no tienen ningún reparo en reconocerlo. Esta conversación del candidato a vicepresidente J.D. Vance con la periodista de la CNN Dana Bash lo dice todo:
Vance: «En Springfield hay inmigrantes ilegales que se comen los perros y los gatos».
Bash: «Se ha demostrado que es mentira».
Vance: «Nos lo ha contado alguien».
Bash: «Se ha demostrado que es mentira».
Vance: «¿Y qué? Si nos sirve para avanzar en la campaña, vamos a seguir diciéndolo, aunque sea mentira. Si tengo que inventarme noticias para que los medios presten atención, eso es lo que voy a hacer».
¿Con qué se quedan sus seguidores, o una buena parte de ellos? No con que Trump y Vance –su frase de que la única razón de existir de las mujeres que han superado la edad fértil es ser abuelas es también de primera categoría- dicen literalmente lo que les da la gana, sino con que son los únicos que dicen la verdad a los poderosos, a esos que se creen que saben todo simplemente porque han ido a la universidad (que Vance sea alumno de Yale tampoco cuenta, como en el caso de Musk).
Kamala Harris –que no entra en muchos detalles, porque es verdad que ella es la vicepresidenta y que la Casa Blanca está en manos de los demócratas desde hace cuatro años- contraataca con la razón, con los datos… También hace un llamamiento solemne a los republicanos sensatos que creen que Trump es un anticonservador, que se preocupan por el destino de Ucrania y la amistad de Trump con Putin o que no confunden la inmigración con el orden público. Y la apoyan, pero también ellos son fácil blanco del populismo; también ellos son élite, son los de arriba. Y cuando tres de cada cuatro estadounidenses creen que el país no va en la buena dirección, todo es posible.
Todo es posible, incluso que gane Kamala Harris. Pero que haya, según los sondeos, una situación de empate a tres semanas y media de las elecciones es llamativo. Que Trump –según el psiquiatra Richard A. Friedman, su incoherencia verbal, su pensamiento tangencial y su discurso repetitivo son rasgos propios de las personas que sufren deterioro cognitivo– pueda ser el líder de la superpotencia, es preocupante, Y que, si le pasara algo, la persona que estaría en el Despacho Oval sería J. D. Vance es directamente alarmante.
Tres semanas y media.