THE OBJECTIVE
Opinión

Esos recortes de prensa de los que usted me habla

No ha habido ni hay gobierno en el mundo que se sienta cómodo con el periodismo independiente

Esos recortes de prensa de los que usted me habla

Ilustración de Alejandra Svriz.

«La prensa es el enemigo. Escribe eso cien veces en una pizarra». Se lo dijo Richard Nixon a su secretario de Estado, Henry Kissinger, según John A. Farrell, autor de una excelente biografía del malaventurado y tramposo presidente. Normal. ¿Qué otra cosa iba a decir el hombre que pasó de arrasar en las elecciones de 1972 –fue reelegido ya con el Watergate en marcha— a salir por pies de la Casa Blanca en 1974 para evitar un proceso de destitución? 

El papel jugado por los medios, especialmente por The Washington Post, en el asunto Watergate, le costó la presidencia a Nixon. Fue un proceso muy largo. El gobierno desató toda su furia y su poder para tratar de neutralizar las informaciones del Post, sin excluir nada: desprecio y ridiculización, coacciones, amenazas directas, presiones económicas a las empresas para que no se anunciaran en el periódico, juego sucio para no renovar las licencias de televisión de la compañía editora del diario… 

¿Qué decía la Casa Blanca de las informaciones de los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein y del periódico? Katherine Graham, la dueña y editora del Post, recoge en sus memorias -Una historia personal– las palabras de Clark MacGregor, jefe de campaña de Nixon en las elecciones de 1972: «Con el empleo de insinuaciones, rumores procedentes de terceras personas, acusaciones sin demostrar, fuentes anónimas y titulares aterradores, el Post ha querido dar la impresión de que existe una conexión directa entre la Casa Blanca y el caso Watergate, una acusación que el diario sabe que, según han demostrado media docena de investigaciones, es falsa». Suena a algo, ¿no? 

Cualquier comparación entre la actualidad que nos rodea y aquella historia de escuchas ilegales del Partido Republicano sobre el Demócrata, negada hasta que fue imposible gracias a los medios y la Justicia, sería absurda. Nada es igual a nada. Quizá sí sea posible, en cambio, expresar un cierto cansancio. 

Ha llovido mucho desde Watergate como para que desde un gobierno como el español se sigan utilizando ridículas frases nixonianas y trumpianas sobre los medios: hablar con desprecio y rasgándose las vestiduras de «recortes de prensa», mentir con aplomo cuando se informa sobre casos sospechosos o demostrados de corrupción, distinguir entre buenos y malos medios y sugerir que solo los primeros entrarán en el reino de los cielos, amenazar con represalias y con listas para presionar a anunciantes, considerar anónima una fuente solo porque no se conoce, y el medio no la da a conocer para protegerla –ay, Mark Felt, Garganta Profunda, quién se acuerda de ti— y desdeñar la prensa digital como si estuviéramos en el siglo XX son señales de confusión, de nerviosismo. De debilidad. 

Son señales también de que Nixon creó escuela: la prensa es el enemigo.

La prensa fue el enemigo poco antes de Watergate, en el caso de los papeles del Pentágono, la filtración de 7.000 documentos a través de una fuente, Daniel Ellsberg, anónima hasta que el Supremo de EEUU dio la razón a The New York Times y sostuvo su derecho a publicar.  Lo fue también con Wikileaks, la filtración masiva de documentos diplomáticos de EEUU. Menuda colección de recortes de prensa: cómo disfrutaron los periódicos a los que les llegó aquel regalo. De fuentes anónimas, por cierto. 

La historia de la tensión entre los gobiernos y los medios –en democracia, claro— ocurre desde finales del siglo XV, desde aquel gran invento de Johanes Gutenberg que fue la imprenta. ¡Textos impresos!, dirían con mohínes de horror los monjes copistas que perdieron el monopolio de la difusión del conocimiento. ¡Prensa digital!, se quejan ahora portavoces y ministros. Todo ha cambiado, excepto los mohínes.

No hay nada que comparar. Cada caso es distinto. Cada situación, también. Lo importante es constatar que el deseo de los gobiernos de controlar la prensa es intenso y no suele conocer colores políticos: no se libra nadie. Los planes de regeneración democrática como el que ahora impulsa este gobierno son también muy viejos: en las democracias han dado pocos resultados. Pero eso no quiere decir que no sean peligrosos y siniestros. Lo dijo el martes, en la entrega del premio de la Asociación de Prensa Extranjera (ACPE) a THE OBJECTIVE por sus investigaciones, la vicepresidenta de la asociación, la periodista francesa Armelle Pape Van Dyck: «Se habla de regulación, de mejorar la calidad informativa o de proteger la verdad. Pero todos sabemos que cuando un político se arroga la potestad de determinar lo que es verdad y lo que no, lo que está en juego es mucho más que simples ajustes normativosEstá en juego la independencia del periodismo y, en última instancia, la salud de nuestra democracia».

La prensa es el enemigo. Escriban eso cien veces en una pizarra. Y luego disfruten lo que puedan de un país con prensa libre e independiente.

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