Del 'caso Nevenka' al 'caso Errejón': reflexiones sobre la política en España
Ambos escándalos muestran una política sin reglas que se teje con pasiones, ambiciones y resentimientos personales
De repente dos temas de sexo y política, analizados por la opinión pública con el mismo patrón: la repulsión por el abuso de poder, dejando en la penumbra el clima político que los permite. Ambos muestran que algo funciona mal en la política española, pero son diferentes.
Una película vuelve a traer a primer plano el caso Nevenka. En 20 años se le ha prestado atención varias veces. Fue objeto de una serie documental (2021), un reportaje-entrevista con el exalcalde Ponferrada (2021), Ismael Álvarez; y un libro (2004). Además de un proceso, a raíz de la denuncia formulada en 2000, saldado con la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León de 20 de mayo de 2002, seguido por todos los medios; asoma, un relato inédito de 200 páginas, redactado como terapia por Nevenka Fernández, titulado El poder de la verdad. En 2013 volvió a salir por un posible acuerdo entre la formación del entonces ya exalcalde Álvarez y el PSOE de Castilla y León, con Óscar López como secretario general –«me cegó la posibilidad de dejar fuera de la política a Ismael Álvarez» (sic). Todo lo anterior se centra en el acoso del entonces alcalde a la concejal Fernández, un repulsivo caso de abuso de poder, sancionado por la Justicia, pero deja al margen la política.
Mientras en los cines se proyecta la película de Bollaín, varios «testimonios» desvelan un modus operandi: un dirigente va de mítines y copas y conoce a algunas chicas que, atraídas por su carisma, ideología, talento, lenguaje abstracto, posibles conexiones o vaya usted a saber qué; entablan una relación que acaba siendo frustrante y humillante para ellas. Años después lo denuncian (anónimamente en varios casos). Las dirigentes de su partido lo expulsan sumariamente, sin contemplaciones. Ellas y los de su antiguo partido se dividen entre quienes dejan caer que se sabía en su (pequeño) mundo y quienes no sabían nada. La «dirección» alega ignorancia, pero conocía un antecedente en Castellón en junio de 2023 que no investigó (la excusa de que la interesada no denunció o eliminó el tuit es pueril) y sabía que seguía tratamiento/acompañamiento psicológico: ¿desde cuándo?, ¿sobre qué? Culpar al patriarcado, al neoliberalismo, al machismo o a la cultura de la violación es discurso encubridor. Bajo este discurso se adivina una pugna entre dos aspirantes a lideresas.
Sorprende que, a pesar de los ríos de tinta derramados, la política quede en segundo plano en ambos casos, desplazada por el morbo del acoso. La interrogante en el caso Errejón es ¿las estructuras y cultura internas de Sumar tendrán algo que ver?, ¿sus órganos de control interno funcionan? Sí y No. Se entrevé que sabían «algo» y deben aclarar por qué no actuaron. Los que sabían prefirieron susurrar por lo que pudiera pasar con sus puestos de trabajo y sus órganos internos ni siquiera existen. Pura política sin reglas.
Cómo accedió Nevenka Fernández al número 3 de la lista de Ponferrada del PP (62.175 habitantes entonces) es fundamental por lo que enseña sobre cómo se entra en política en España. Recapitulemos, el entonces teniente alcalde (López Riesco) presentó al alcalde y a Fernández en un bar, todo normal. Se puede admitir que el alcalde y factotum de la lista de su partido quedó impresionado por la trayectoria profesional de Nevenka, 23 años, como becaria o júnior en una de las grandes consultoras madrileñas. Consideró que sería útil para la gestión municipal. De la reunión resultó que Fernández apareció en el puesto 3 de lista en las municipales de 1999, detrás de sus dos contertulios. Quede al margen el devenir posterior de estos acontecimientos que desembocaron en la sentencia conocida y en las publicaciones mencionadas.
«Sumar y Podemos muestran una amplia lista de relaciones ‘personales’ que han cimentado o descarrilado carreras»
Ambos casos muestran que la política se teje con pasiones, ambiciones y resentimientos personales. El PP, en 1995, obtuvo nueve concejales en Ponferrada, es decir, cinco fueron retrasados en la lista de 1999 y se sintieron postergados por alguien (Nevenka Fernández) que, desde su perspectiva, nada había aportado al partido. No hubo votación en la sección local, el alcalde impuso la lista y nadie se atrevió a contrariarle. Cuando en el juicio se les preguntó si habían visto algún signo de acoso, los concejales postergados lo negaron. Quizá su memoria eliminase acontecimientos –o no-, el resentimiento y la necesidad de seguir a bien con quién hizo la lista y previsiblemente haría la siguiente tienen estas cosas. No hace falta entrar en estos pliegues.
En el reciente caso Errejón es difícil evadir la idea de que la «atracción del poder» ejerció alguna influencia en los comportamientos. ¿Hubo arrebato o cálculo? Nunca lo sabremos, como escribió Lampedusa, a los cinco minutos la verdad sobre estos temas se destruye. Pasados años, qué decir. Sumar y Podemos muestran una amplia lista de relaciones «personales» que han cimentado o descarrilado carreras. La interrogante se extiende a los testigos o «enterados» que, sin duda, hubo. Errejón, aprovechó una proyección de poder, y destrozó su imagen pública. Todo lo demás es aún confuso, como su extraña carta escrita en lenguaje superferolítico, tras la que se adivina un sentimiento de culpa proyectado al exterior.
Los deplorables comportamientos probados en un caso, o aún pendientes de probar por la Justicia en otro, anidan en una política sin reglas.
Hace década y media, un frenesí de renovación de la política recorrió España, una de sus consecuencias fue la integración apresurada de las primarias en los mecanismos de los partidos. Se copió malamente el modelo norteamericano, como si las primarias sirvieran sólo para elegir candidatos a presidente, primero de la lista o líder del partido. Pero, en Estados Unidos, se eligen por primarias todos los candidatos de los partidos a todos los cargos públicos, lo que garantiza equilibrios en los partidos y en las instituciones: nadie puede imponer un candidato o una decisión por las buenas. En los principales partidos europeos hay sistemas parecidos, aunque menos conocidos y más discretos: los candidatos los deciden las secciones locales, a veces bajo presión de las direcciones. El resultado aquí ha sido inventar el partido lámpara: se elige en elecciones internas (no primarias) al jefe y este luego elige, por sí o mediante amigos y conocidos, a los cargos internos y candidatos a cargos públicos. Todos colgados de la escarpia central, simplificando no mucho, este modelo se ha impuesto (hay partidos parlamentarios que ni se molestan en decir que tienen afiliados -y se califican de progresistas).
«Las direcciones imponen los candidatos y aparecen parejas y parientes, amigos e hijos ‘para renovar'»
La mecánica replica lo ocurrido en Ponferrada, extendido a todas partes. Las direcciones imponen los candidatos. Los candidatos caen de altos cargos, aterrizan desde otros partidos u otras comunidades, aparecen parejas y parientes, amigos, hijos y gente de juventudes «para renovar» o que pasa oportunamente por allí (si se hiciera la lista otro día no hubieran entrado) sin más peso que conocer a «alguien» con «mano» en la lista. Este es el material con que se rellenan las listas: hace tres semanas, en Palos de la Frontera (Huelva), el alcalde Carmelo Romero impuso a su hija, Milagros, como nueva alcaldesa, con el apoyo de los 13 concejales de su grupo, en la lista de 2023 iba la 8 de la lista. En Madrid capital la esposa de un expresidente del Gobierno aterrizó como concejal y acabó como alcaldesa, un excelente entrenador de baloncesto fue candidato. ¿Cómo se sintieron los concejales postergados?
En esta dinámica puede haber pulsos, por ejemplo, en el PSOE de Aragón, de Madrid o de Castilla y León, los cargos actuales se oponen al aterrizaje de una ministra o algún recambio porque saben que derivará una catarata de «nuevos» afines a las eventuales nuevas direcciones regionales. El partido lampara tiene sus reglas, pero quienes se presienten perdedores de estas batallas se resisten y hacen ruido en los medios y, tal vez, en los Congresos. En el PSOE se ha simplificado, en los congresos se elige al cabeza de lista y luego este comunica la lista de afortunados y afortunadas. Así se evita tener que negociar y se bloquea cualquier poder interno surgido de «abajo». A esto se le llama un partido de «militantes». A veces los cooptados se dividen y aparecen congresos explosivos.
Es una cooptación generalizada en la que lo imprescindible para entrar en la lista es conocer a quienes la hacen y caerles bien, o mejor que otros, estar en las copas de después del mitin. Todos saben a quién deben su escaño y su retribución, o a quién arrimarse para lograrlo. Que cualquier crítica conllevará su exclusión en las siguientes elecciones. Es una pescadilla que se muerde la cola, de la que no se ve cómo puede emerger una política de calidad o, lo que es lo mismo, con contrapesos internos y con gente con independencia de criterio. Aún así, conozco a políticos vocacionales de valía que sobreviven en este entorno, andando con pies de plomo. Conviene subrayar esto.
Lo que se transparenta tras lo ocurrido alrededor de Errejón condensa los peligros del método Ponferrada, cambia la mesa del bar -o la familiar como en Palos- por otras mesas, despachos o fiestas. Sin entrar en truculencias, la política española está sometida a reglas que no garantizan las cualidades que se requieren de un político. No se trata de espectaculares currículums académicos o profesionales, sino de capacidad para mantener un discurso sin repetir argumentarios de madera, cierto compromiso para no mentir (con descaro), saber discriminar entre políticas públicas alternativas, capacidad para ganar votaciones en competición con otros políticos dentro de sus partidos (o sea, liderazgo), para sostener posiciones propias en su partido, para negociar y tejer alianzas con fuerzas sociales u otros partidos, tener ideas sobre el futuro del país, su comunidad o su partido y proyectarlas a la opinión pública.
«Una consecuencia de todo esto es la destrucción de las organizaciones de los partidos, sustituidas por redes de contactos»
Sencillamente, mantener las relaciones en un nivel de profesionalidad. Es difícil pensar que estas cualidades se fomenten con los procedimientos imperantes de selección de candidatos, asesores, etc. -de ahí la llamada «selección negativa»- en la que hay unanimidad. Esto lleva a una pregunta que puede formular cualquier ciudadano a los que ya ocupan escaños: ¿qué has hecho por mí, mi ciudad, comunidad o país en estos años? La respuesta más habitual sería asistir a multitud de reuniones del partido, confrontar en las instituciones con el adversario, ir de aquí a allá a actos internos y llevarse bien con la dirección que hace las listas porque de lo contrario ya estaría fuera.
Una consecuencia de todo esto es la destrucción de las organizaciones de los partidos, sustituidas por redes de contactos. La evolución del número de afiliados ilustra esta destrucción. Un partido comunicó más avales para la candidatura a presidente que afiliados representados en el Congreso (¡en serio!). El problema es que los partidos siguen siendo necesarios para conectar las demandas y necesidades de la sociedad con el Estado y seleccionar personal político. Su debilitamiento, muy avanzado en España, es uno de los factores que más contribuye a la desorientación de la opinión pública. Tenemos partidos sin palabras, sin organizaciones que funcionen para aportar algo, que se definen a la contra más que por lo que proponen. Su única producción son las listas y relaciones (en el Congreso convocado por el PSOE da cuatro días a sus agrupaciones para que estudien la ponencia marco). No sorprende que las redes sociales los hayan orillado. Teniendo tanto que explicar, los parlamentos internos de los partidos ni se reúnen (o ni existen).
Con este material se hace política en España. Conviene insistir en que es necesaria una Ley de Partidos que garantice equilibrios y competitividad interna entre los políticos, sin ella, la política y los políticos están condenados a una espiral descendente: una ley que fije el periodo entre congresos, la dimensión y periodicidad de las reuniones de los parlamentos internos, las candidaturas personales en procesos internos, la elección de los candidatos a las elecciones por los afiliados residentes en el distrito electoral, etc, o sea, la independencia de los políticos en sus partidos. En Alemania existe una, en Gran Bretaña en septiembre todos los partidos celebran congresos, en Finlandia la ley regula cómo deben hacerse las listas. La clave es que la elección de candidatos es la primera fase del proceso electoral.
Una Ley Partidos es autorregulación de la política: corresponde a los políticos decidir si quieren seguir desarrollando su actividad en este estéril ecosistema.