La riada se lo ha llevado todo
«Uno tiene que limpiar de la propia vida el barro, que es lo que harían también las víctimas si pudiesen»
1. La riada se lo ha llevado todo, hasta los chistes sobre Errejón, que empezaban a constituir un pilar básico de mi cotidianidad. Ahora, como siempre ocurre con las catástrofes cuando no te han tocado directamente, la cotidianidad es justo la cuestión: por un lado, la sombra de la desgracia presente pero lejana en cada uno de nuestros gestos; por el otro, la conciencia de su fragilidad y la fruición que produce su disfrute, aun con aquella sombra. Uno tiene que limpiar de la propia vida el barro, que es lo que harían también las víctimas si pudiesen. Eso sí: con una redoblada conciencia de su provisionalidad. (Y el aliento de la pena.)
2. Acababa de leer Los extrañados, de Jorge Freire, cuando sucedió la desgracia en Valencia. Me parece el mejor libro del autor hasta ahora, escrito con un estilo sereno y de una rica imaginación expresiva: la clave de la literatura. Creo que Freire se consagra como gran escritor. Sus cuatro retratos son estupendos y originales. El que más me interesaba era el de José Bergamín, por eso, aunque va el segundo, me lo leí al final, tras los de P. G. Wodehouse, Vicente Blasco Ibáñez y Edith Wharton, también muy buenos. Freire destaca el libro de aforismos de Bergamín La cabeza a pájaros. Yo lo leí de adolescente con El cohete y la estrella, editados por Cátedra en un volumen doble y breve. Lo abro y sale este: «El cohete es una caña que piensa con brillantez». Mi favorito es este otro: «¿Para qué saber a qué carta quedarte, si de todos modos no te vas a quedar?». Solía citarlo Fernando Savater, que le dedicó una necrológica preciosa a Bergamín: «Bergamín levanta el vuelo» (recogida en Instrucciones para olvidar el Quijote). Decía Savater: «Es la única persona que he conocido a la que se le podía hacer rabiar con solo darle la razón». Sus últimos años están también en Pisando ceniza, en que Manuel Arroyo-Stephens narraba memorablemente su relación con el escritor. El último episodio es el de su muerte, que tuvo lugar durante las inundaciones del País Vasco de 1983. Bergamín vivía allí y Arroyo cuenta su odisea para llegar al entierro. Me ha gustado la historia complementaria de Freire, con los detalles de los denuestos de Bergamín contra la Transición. Magníficas frases todas (como, en 1978, «la coronación referenduménica constitucional que al parecer se nos impone a los españoles tramposamente»), y admirables por lo que tienen de indomables, de intempestivas. Pero lo cierto es que su posición solo le dejaba el aplauso posible de algún ultraderechista y de la izquierda abertzale de ETA: la topología enojosa de no estar con la democracia real. Termina el capítulo de Freire: «La muerte de Bergamín el mediodía del 28 de agosto de 1983 coincide con un temporal de lluvias e inundaciones que hace que la noticia pase inadvertida». Y poco después de mi lectura volvió a ocurrir en Valencia.
«Nuestras desgracias ya son dobles: tenemos la desgracia en sí más el espectáculo infamante de la lucha partidista»
3. Desde el 11-M (malditamente inclusive) nuestras desgracias ya son dobles: tenemos la desgracia en sí más el espectáculo infamante de la lucha partidista, entre políticos, periodistas y la afición en general, por ver si sacan tajada carroñera. El estómago le pide a uno que otra riada se los lleve a todos ellos. Pero por fortuna se impone la razón y cambia el anhelo: que sigan vivos, abandonados a su ser, condenados a su miseria. Como hizo Cioran una noche con una cucaracha.
4. La riada se ha llevado de paso el Estado de las autonomías, que es nuestro Estado: no funciona. Fin del ciclo virtuoso de la Transición.