Victoria Federica de Marichalar y Borbón de Todos los Charcos
«Fíjense si será graciosa que, en Sevilla, hace unos años, iba a caballo y se llevó por delante a una muchacha»
Tras el paso de la maldita DANA, hay quien se puso las botas de voluntario para ayudar a las víctimas y quien las lució para chapotear en los charcos de la política española, que anda más enfangada que nunca, como en el caso de Victoria Federica, sobrina de Felipe VI, que quiso marcarse su particular J’accuse con su ‘Yo, con el Rey’, que solo sirvió para hundirla en el mar revuelto de las críticas que la dejaron con el agua al cuello —que ya es decir teniendo en cuenta el regalo que le ha hecho la madre naturaleza-. Eso de meterse en política es lo que menos se espera de los Borbones, a los que se les exige una exquisita neutralidad, pero Victoria Federica se lanzó a la piscina sin imaginar, supongo, la ola que iba a generar. La última vez que lo hizo, lo de lanzarse a la una piscina digo, fue en El desafío, donde realizó la prueba de apnea no sin antes firmar un suculento contrato. Esta vez ha sido gratis, pero la ha salido caro.
Victoria Federica es, por si no lo saben, influencer, ese concepto etéreo con el que llamamos a los que no tienen oficio pero sí beneficio. Junto con su hermano, Felipe Juan Froilán de Todos los Antros, conforma un dúo dinámico que habita en el lado oscuro de la Familia Real y aledaños consanguíneos. Ambos son los eternos protagonistas de polémicas y escándalos relaciones con las fiestas, la noche, el descontrol y los malos modos. A la sobrinísima la han llegado a acusar de ‘robar’ un buen puñado de muestras de sérum de una famosa marca de cosméticos durante un acto benéfico. Como si le hiciera falta, a ella, que le mandan de todo a casa. Sí que es un pozo sin fondo.
Con ese cuello, bien trabajado, podría haber sido piloto de Fórmula 1. Pero la palabra trabajo le es ajena, la verdad. Más que nada porque nunca la hemos visto en empeño alguno, y tampoco ha dado muestras de querer hacer nada que no fuera postureo puro y duro. ¿Qué le gustaría ser? No sabemos. Lo que sabemos es que es muy bromista. Ya desde sus años mozos, en el internado británico donde la mandaron sus padres, gastaba bromas a sus profesoras: su favorita es poner petardos en los cigarrillos. Ese es el nivel. Y todas las Navidades acude a la madrileña Plaza Mayor para comprar provisiones en artículos de broma. Fíjense si será graciosa que, en Sevilla, hace unos años, iba a caballo y se llevó por delante a una muchacha que caminaba por la calle y siguió su camino sin preocuparse por el bienestar de la accidentada. Ella es así de salerosa. O cuando la pillaron fumando en patinete, montada junto a una amiga, las dos sin casco y grabando una story o cualquier chorrada para sus redes, porque ellas son así de divertidas. Y si durante la pandemia decidió no ponerse mascarilla, aunque fuera obligatoria, es porque, de tan jacarandosa que es, debía pensar que lo suyo era lucir sonrisa, a pesar de no quitarse de encima la cara de culo con la que mira a los plebeyos. Eso sí, hay quienes la han visto triste, como cuando lloró en una fiesta de Starlite porque coincidió con otra invitada con el mismo vestido. Ya saben, tremendo drama del primer mundo.
A algún creativo publicitario se le ocurrió la atrevida idea de convertirla en ‘legítima heredera’ en un anuncio de La casa del dragón para Starbucks y dicen que se armó la marimorena en Zarzuela, que eso de jugar con el tema de los herederos a la Corona no es tema que haga gracia en Palacio. Se rumorea que Victoria Federica cobró entre 20.000 o 30.000 por ser la imagen de una campaña en la que ella entra a una cafetería a las ocho de la mañana sin haber pegado ojo en toda la noche. Vamos, como la vida misma, no tenía que interpretar mucho, la verdad.
Al parecer, su debilidad es su abuelo: lleva una foto suya como fondo de pantalla. Es algo recíproco, porque la niña está no solo en el corazón del Emérito, también en la lista de esa herencia millonaria que, solo en España, está valorada en unos 2.000 millones de euros. Lo que haya en los fondos de Abu Dhabi es un regalito añadido fruto de su incansable labor al margen de la ley y de los escrúpulos.
Lo bueno de saber que tienes la vida solucionada es que puedes ir dando tumbos de foto en foto por Instagram importándote un pimiento el qué dirán. Lo que no entiendo es que, en lugar de aprovechar ese privilegio, seas esclava de las marcas para que te patrocinen cada momento, cada experiencia, como si te hiciera falta. En lugar de ser libre. Pero, chica, es lo que tiene ser incoherente: que nada de lo que haces tiene sentido.