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Opinión

Ni amigas ni fans, la Pantoja solo quiere ‘pagafantas’

«Isabel se ha mudado a La Finca, una urbanización de lujo. Se supone que está tiesa, pero ella no va a dejar de gastar»

Ni amigas ni fans, la Pantoja solo quiere ‘pagafantas’

Ilustración de Alejandra Svriz.

Noticia a noticia, escándalo a escándalo, como una gota malaya —será un homenaje a la famosa operación que llevó a la cárcel a su ex, Julián Muñoz—, Isabel Pantoja se va convirtiendo en una parodia del Tío Gilito. Una parodia a medias, eso así, porque a la tonadillera le faltan las montañas de monedas doradas, aunque en sus sueños húmedos ella las imagina enormes e inabarcables, como sus deudas con Hacienda. Pero uno se va formando la imagen de la artista refocilándose en su fortuna, al fin feliz, superados y olvidados los traumas de su vida: la pérdida de Paquirri, su paso por la cárcel, los desprecios de su hijo, la niña que adoptó y le salió rana, incluso una ruina que la obligó a pasar hambre en Supervivientes. Isabel y el dinero forman una pareja estable, y aunque éste no le haya sido muy fiel a lo largo de los años, nadie puede negar que ella lo ama con locura.

Escarmentada por amargas experiencias, Isabel ha celebrado su gira de aniversario en la música con un promotor que contrató un seguro que le permite cobrar 80.000 euros, la mitad del presupuesto de cada show, en caso de suspender una actuación. Luis Pliego, director de Lecturas, explicó en su momento que el seguro no cubre cancelaciones por «los caprichos de diva, que se levanta un día y no le apetece cantar», pero los problemas de salud de la Pantoja vinieron a confirmar que hizo bien. Con el colchón de lo ganado en esta gira ha tomado una decisión, abandonar Cantora y venirse a la capital.

Cuando hablamos de Cantora a mí se me viene a la cabeza la imagen de Cumbres borrascosas: un lugar apartado, frío e inhóspito habitado por gente huraña, como el tito Agustín, un personaje real que parece fruto de la combinación de dos criaturas de película: la señora Danvers, el ama de llaves de Rebeca, y Norman Bates, el hombre que regentaba el hotel de Psicosis. El resultado es inquietante. Todos hablan de él como ‘la mano negra’ que se cierne sobre aquellos que osan traspasar la puerta de su guarida. Pero Cantora está en venta. Dadas las circunstancias, lo ideal es que la comprara Iker Jiménez, pues las psicofonías tomadas en sus estancias darían para varios programas especiales y descubriríamos, al fin, los secretos que esconde ese clan que tantas portadas y exclusivas nos ha dado.

Isabel se ha mudado a La Finca, una urbanización de lujo. Se supone que está tiesa, pero ella no va a dejar de gastar. Son cosas que no se entienden, pero ya sabemos que las cuentas no son su fuerte, salvo que se trate de blanquear; para eso ya tiene más experiencia. Su nuevo capricho tiene 1.000 metros cuadrados construidos, siete habitaciones. 11 cuartos de baño, varios salones, gimnasio, spa, sala de cine, una piscina interior y otra exterior. El precio, un riñón: 30.000 euros al mes. Son muchas canciones las que debe afinar para pagar el alquiler, pero Isabel no quiere gastarse los ahorros en una casa que no es suya y, según parece, tiene un plan para hacer de su hogar un nuevo negocio: cobrar entradas por visitarla.

Hay muchos testimonios que confirman que las seguidoras de la tonadillera están con ella para lo bueno, pero sobre todo para lo malo: que si iban a su casa a limpiar y poner lavadoras, que si le hacían regalos, que si daban sobres con dinero, que si cobraba por celebrar con ellas su cumpleaños… Se habló incluso de una recaudación de fondos a través de los distintos clubs de fans. Silvia Pantoja o Pepi Valladares avalaron estos rumores, pero Celeste Rodríguez, la presidenta, solo reconoció que las socias pagan su cuota mensual para los gastos de la sede.

La última noticia que tenemos es que Isabel inaugura su nidito el 26 de diciembre y, desde ese día, quien quiera visitarla podrá hacerlo como si fuera un tour operador hogareño: por 250 euros por persona, se podrá acceder a los rincones de la casa, ver dónde cocina, dónde come y dónde descome. Incluso dónde duerme. Las drags podrán admirar su fondo de armario y, con suerte, ver de cerca sus icónicos vestidos. Como un parque de atracciones caseras. Esa es la idea que, al parecer, ha tenido Isabel para amortizar el gasto. Por ese precio, lo menos que podría hacer es celebrar reuniones tipo tupperware con su pollo a la Pantoja o sesiones de Yo soy esa, con cinefórum a lo Garci tras la proyección de la película. Pues no, porque ella es insaciable: no solo efectivo, también pide regalos, como si fuera una lista de bodas, con su cristalería, sus sábanas o su aspiradora de mano «para las miguitas».

Ya ven, pasto para la mitomanía de andar por casa. Por casa de la Pantoja.

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