Perdonen, pero no son de fiar
El mercadeo que ha dejado en los huesos la reforma fiscal nos pone en ridículo una vez más ante Europa
En esta legislatura (por llamarla de alguna manera) la realidad desborda la imaginación más calenturienta. La pomposa y abusivamente llamada reforma fiscal del Gobierno, por fortuna amputada y dejada en los huesos por los veleidosos aliados del Gobierno, ha pasado la criba del pleno del Congreso haciendo creer a los más incautos o a los peor informados que esa especie de clown que tenemos por ministra de Hacienda ha conseguido una victoria tan resonante como la de Lepanto, cuando en realidad ella y su colaboradora necesaria Yolanda Díaz Pérez, se han dejado las vestiduras en las garras amigas.
Las pendencias entre el Gobierno y los grupos que teóricamente lo apoyan convirtieron la Comisión de Hacienda del Congreso en un mercado persa, en un deplorable espectáculo de vodevil barato, pero al final, los encuentros casuales por cualquier pasillo de los caserones de la Carrera de San Jerónimo y la luz fantasmal de las pantallas de los teléfonos móviles han permitido ese acuerdo de mínimos menguantes que tratan de hacernos tragar como un gran acuerdo.
De todo aquello no queda casi nada. Una penalización fiscal al humo social, otra estilística —ideología manda— sobre rentas de capital, una azarosa secuela del gravamen temporal a la banca y el impuesto mínimo a las multinacionales, aprobado por unanimidad, que fue la funda del caramelo en la que se envolvió la que hoy podemos calificar sin duda como fracasada reforma fiscal. Ah, perdonen, también se ha pactado crear una comisión, para seguir tratando de sus desencuentros.
Esta comisión es simplemente una suplantación de la Comisión de Hacienda del Congreso. En ella no habrá ni oposición, ni luz ni taquígrafos. En ella podrán exhibir sin recato los partidos de la izquierda y el independentismo (conservador y progresista) sus desnudeces técnicas, sus conexiones con poderes económicos y fácticos y, muy especialmente sus guerras de eliminación (Podemos versus Sumar; Junts versus ERC…) que de manera tan patente y obscena han salido a relucir en este trance. Todo para que la verdadera comisión, la de Hacienda del Congreso, se encuentre ante hechos consumados, sin posibilidad de debate y mucho menos de enmendar siquiera técnicamente un proyecto legislativo.
Una reforma fiscal es algo más serio, algo más congruente, algo más estructurado. Una reforma fiscal no es chapa y pintura de unos impuestos. Es la revisión de quién, cuánto, cómo y en qué concepto se pagan los impuestos. Es el replanteamiento y la justificación de todas y cada una de las figuras impositivas y sus hechos imponibles, de acuerdo con el marco económico general, en congruencia con la economía social de mercado y sin perder de vista las necesidades derivadas de la eficiencia y la competencia internacional. Ya sé que a la izquierda gastadora todo esto le parece farfulla inútil. Ya sé que su voracidad de dinero de los contribuyentes es el único prius que tienen en consideración, pero hay que recordárselo cuantas veces sea necesario.
Me imagino la cara de estupefacción de los euroburócratas cuando reciban dentro de unos días una comunicación del Gobierno de España en la que les dice que la reforma fiscal que nos han pedido se ha quedado en unos arreglillos cosméticos porque ni el Gobierno ni sus socios son capaces de pactar nada constructivo que mejore las expectativas de los ciudadanos y consolide las bases de una actividad económica sin las arbitrariedades y la inseguridad jurídica con las que nos vienen obsequiando.
No voy a echar de menos las otras medidas reformatorias propuestas por el tándem Sánchez-Montero, con la colaboración necesaria de Díaz Pérez, porque las que habían planteado me parecieron, a ustedes se lo conté la semana pasada, un disparate. Es que enviar ese papelillo a Bruselas titulándolo Reforma Fiscal es un sarcasmo que puede ser interpretado como un insulto a las instituciones europeas.
Con nuestra capacidad de sorpresa tan ampliamente desbordada como el torrente de El Poyo, de aquí a final de año, si los grandes tours del presidente lo permiten, todavía veremos más agitación y más desencuentro entre los socios. Y más salidas de pata de banco del señor Sánchez.
Ese es el peligro latente, que ante la evidente disolución y fuga de la mayoría de los socios, el presidente del Gobierno se líe la manta a la cabeza y diga que sí a todos, a los que exigen lo uno y a los que exigen lo contrario. Esa comisión que se va a crear entre toda esa tropa va a dar mucho juego mediático, pero, lo que es más importante, nos va a costar un riñón y el lóbulo superior del otro.
El monstruo que nos podemos encontrar a los pies del árbol de Navidad puede fulminar cualquier ilusión y cualquier sentimiento noble que nos pudiera inspirar la fiesta.
Les voy a hacer una confidencia. Con motivo del cuadragésimo aniversario de la Constitución, los cronistas parlamentarios veteranos recibimos una insignia de oro del Congreso. La zahúrda en la que lo han convertido los políticos actuales las Cámaras, no va a empañar el brillo de mi insignia. Palabra.