THE OBJECTIVE
Hastío y estío

Viviendo sin pena ni gloria

«Sánchez ha buscado el límite a su electorado probando hasta dónde podría llevarlo: no importa la verdad ni el dolor»

Viviendo sin pena ni gloria

Pedro Sánchez. | EP

Debemos sentir dolor, pero no sólo físico, sino también moral. Ante el físico lo seguimos utilizando como la mejor de las alertas ante algo que está fallando, pero ante el moral algo pasa que ha hecho insensible a la sociedad española. Como mecanismo de defensa no querer sufrir, sería a priori una manera inteligente de actuar, pero el alma y la decencia no se curan mirando hacia el otro lado de donde se encuentra el conflicto o dilema moral. 

Nuestra clase política lleva años perfeccionando una estrategia donde sus actos inmorales o directamente delictivos se diluyan hasta la desaparición entre los muchos problemas que tenemos los españoles. Que los normalicemos y asimilemos como quien se bebe un vaso de agua, o se rasca cuando le pica algo. 

El mejor ejemplo de todo esto es la corrupción, tan pegada a los partidos políticos, tan afín a estos, que parece que es lo que le da sentido a su existencia. El Partido Socialista, que es el que ahora nos gobierna o desgobierna, según se mire, y según quien se beneficie de ello, es el que ha conseguido llevar la manipulación a unas cotas que parecían tan inimaginables, que hay que reconocerles ese mérito. No era fácil mejorar en este aspecto, pero ellos lo han logrado de una manera sublime, excelsa, merecedora de convertirse en una de las Bellas Artes. 

La corrupción de la que se les acusa es por culpa de una prensa, una oposición y una judicatura de ultraderecha. Como excusa estaría bien si el coeficiente intelectual de los ciudadanos fuera el de una ameba, o si lo dijeran en broma. Pero si de algo estoy seguro es de que, en el actual partido socialista, el sentido del humor es algo que no cotiza al alza, si se quiere tener un puesto de influencia. Están tan amargados y son tan retorcidos, que la pena que podrían darnos por lo primero, la olvidamos por su insistencia en mostrar la segunda. 

Pero sería un problema fácil de solucionar si fuera cosa de unas pocas personas, como son las que constan en la élite socialista. El problema moral de la sociedad viene porque una parte del electorado ha decidido creer lo que estos dicen. Muchos de sus actuales votantes han aceptado ese mantra de que todo aquel que les ataque es un peligroso fascista o de extrema derecha. Y por supuesto, esa parte más acomplejada ha comprado dicho discurso y lo ha tomado como propio como todo buen seguidor de una secta. ¿Para qué plantearse lo que me dicen unos políticos que un día piensan una cosa, y al día siguiente la contraria? Que más da la inmoralidad de comportarse de esa manera interesada y muchas veces delictiva, si eso me hace estar en el lado bueno de la historia y ser un antifascista auténtico, y no como los del bando de enfrente. 

La corrupción es un concepto discutido y discutible. Sobre todo cuando los sospechosos de haberla cometido son los suyos. Los de su cuerda no le ponen nudos, alisan la democracia de tal manera que puedes subir por ella de manera suave y cómoda, y sin destrozarte las manos, como cuando aplauden a su amado líder. La corrupción de los suyos son sabotajes propiciados por los distintos poderes malignos. Éstos serían incapaces de hacer algo malo. Eso sí, en cuanto sale un caso de corrupción de algún partido rival, se convierten en jueces con potestad para sentenciar desde el primer momento que son culpables. Esto valdría para los más fanatizados de ambas cuerdas ideológicas. 

Trump dijo en la campaña electoral anterior a su primera estancia en la Casa Blanca, que si saliera a la calle y se pusiera a disparar indiscriminadamente contra cualquier persona, al día siguiente en las encuestas no le pasaría ningún tipo de factura. Los diferentes líderes políticos de nuestro país saben esto, con Pedro Sánchez a la cabeza. Ha buscado el límite a su electorado probando hasta dónde podría llevarlo. La verdad no importa, el dolor que pueden provocar sus decisiones, tampoco. El pueblo se inmuniza porque lo importante es ganar, como sea, de penalti injusto, o metiendo un gol con la mano. Lo importante es derrotar al enemigo, aunque ellos no se beneficiarán de esa victoria. La inmoralidad se impone siempre en cualquier competición de la actualidad, y el mejor ejemplo es la política y la sociedad. Tenemos lo que nos merecemos. Ojalá algún día los dolores morales de nuestra sociedad nos sean de utilidad y sirvan para despertarnos y actuar en consecuencia. Mientras tanto sigamos durmiendo o bostezando, es decir, viviendo sin pena ni gloria.  

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