Todos los secretos de Alaska, al fin revelados
Parece ya difícil que nos puedan mostrar algo que no sepamos, pero el nuevo documental esconde ases en la manga
Olvido Gara podría perfectamente ser protagonista del famoso cuento breve de Augusto Monterroso: ‘Cuando despertó, Alaska seguía ahí.’ Su entrada precoz y fecunda en el petardeo y la cultura pop española ha permitido que su presencia forme parte de nuestra experiencia vital: todos hemos cantado en algún momento algunas de sus canciones, que resuenan en nuestra memoria colectiva como himnos de distintas generaciones. Uno siente que Alaska siempre ha estado con nosotros, acompañándonos en este viaje poniendo banda sonora a nuestros amores, desamores, obsesiones, alegrías o fatalidades. Ella ha sido la voz de nuestros dramas y comedias. Por encima de modas o tendencias, ha sabido adaptarse a los tiempos, a los discursos, a las corrientes que han jalonado la sociedad española desde la movida hasta este presente de viralidades extremas. Y lo ha hecho con algo tan sencillo como eficaz: la coherencia y la empatía, rasgos que no abundan ni en su mundillo ni en el mundo en general.
Este fin de semana se estrena Alaska revelada, una serie de tres capítulos (siguiendo una estructura temática: salud, dinero y amor) que repasa la vida de la artista, salpicando sus confesiones y recuerdos con las opiniones y mensajes de distintos personajes que la han tratado, conocido y querido. A estas alturas, parece difícil que nos puedan mostrar algo que no sepamos de una mujer que ha concedido miles de entrevistas y ha colaborado en distintos medios donde no ha escatimado anécdotas y opiniones, pero parece que el documental esconde algunos ases en la manga, algo que van a agradecer sus seguidores.
Como si se tratara de una señal, el anuncio de su llegada se realizó en una sesión espiritista, en plena ouija, y el parto fue complicado porque el cordón umbilical casi ahoga a esa criatura de poco más de un kilo, sin pelo ni cejas. Aunque fue criada entre relatos y experiencias paranormales, prefiere mantener los pies en este mundo y no en el otro, aun cuando en México los muertos y sus leyendas son parte del imaginario colectivo. Tuvo, como ella misma reconoce, «un padre que murió enfadado con la vida por participar en una guerra». Pero supo entenderle y cerró un círculo que le permite recordarle sin padecer conflictos. Cuenta con su madre como confesora y amiga, alimentando una relación que ha ido profundizando con el paso de los años: a pesar de la confianza, hay cosas que nunca le ha contado, pero Alaska intuye que su madre, como todas las madres, conoce y calla. Su complicidad es tal, que cuando llegaron los primeros picorcillos adolescentes, su madre le hizo entrega de unas revistas Playgirl para que la joven descubriera el secreto de los cuerpos masculinos: «Cuando las vi no me sorprendí mucho».
Como a toda superviviente, en ocasiones la visitan las sombras del pasado: Paloma Chamorro, Las Costus, Juan Pérez de Ayala, Carlos Berlanga… Y siente sus ausencias con rabia, porque es ahora cuando entiende la influencia e importancia que tuvieron en su vida. Pero el lado amargo no oscurece su carácter hedonista: las drogas o la bisexualidad son temas que aborda y que, por lo general, intenta rehuir en estos tiempos de absurdos e intensos debates en redes sociales, donde todo se va de madre, como las constantes dudas sobre su marido, Mario Vaquerizo, cuya sexualidad se cuestiona una y otra vez, tema que a ella, pionera en cuestiones de inclusión e igualdad, le molesta porque muestra la intolerancia de quienes, en ocasiones, presumen de modernos.
Alaska y Mario se dieron el ‘sí, quiero’ en un after y se casaron dos veces, una de ellas en Las Vegas, porque si hay algo que le fascina es el kitsch y su estética rococó en la que todo exceso es bienvenido. Entender las respectivas personalidades de los protagonistas nos hace ver cómo funciona un matrimonio durante tantos años, con sus crisis y sus concesiones.
La serie comienza con Alaska entrando en quirófano. No es decisión banal, ya que las cirugías han marcado su vida, sobre todo la de pechos cuando tenía 25 años: «Me dio una enorme satisfacción personal y sexual, me descubrí a mí misma». Pero en las últimas sigue un ritual: escribe una carta de despedida para su marido por si acaso no despertara. Tiene miedo al avión y viaja en tren con sus libros para ocupar el tiempo del viaje. También confiesa su debilidad por las patatas fritas. Y en esta época del año puede dar rienda suelta a una de sus pasiones, montar el Belén: «El de este año tiene muchas piezas y tardé dos días en montarlo».
En cuanto al corazón, la sorpresa es su recuerdo a Pito, el que fuera su representante y su pareja, que le marcó mucho, y de quien ha hablado muy poco a largo de estos 45 años en el mundo de la música.
Ha vivido tanto y de manera tan intensa que uno entiende que esté de vuelta de muchas cuestiones que generan polémica y debate. Se le pasaron las ganas de meterse en berenjenales: que cada uno haga lo que quiera, que no juzgue y sea feliz. Esa filosofía inspira las canciones de sus últimos discos, pero su participación como contertulia junto a Federico Jiménez Losantos ha exacerbado a quienes creen que la cantante traiciona el espíritu de la modernidad de la que ella ha sido icono: «Me llaman musa de la derecha porque colaboro con él. Es absurdo». A pesar las críticas, siempre ha defendido al comunicador, pero sobre todo, lo que ha hecho es defender su libertad para trabajar donde quiera, con quien quiera, sin sectarismos de ningún tipo. Como ha hecho siempre.