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Ernest Urtasun: el otro incendio de Notre Dame

«Político culto y políglota, barcelonés y culé por los cuatro costados, se está ganando más enemigos que amigos»

Ernest Urtasun: el otro incendio de Notre Dame

Ilustración de Alejandra Svriz.

Es un hombre alto, enjuto, serio y reservado. Ama la política. La mamó de niño, procedente de una familia catalana, de origen navarro, burguesa pero de izquierdas. Nieto de un falangista combatiente condecorado por el general Franco. Sus padres militaron en el desaparecido PSUC (el partido comunista catalán) y a corta edad lo llevaron a Auschwitz para que presenciara los restos de los horrores nazis en el campo de concentración. Su nombre, Ernesto Urtasun, ministro de Cultura desde el último reajuste de Gobierno hace un año por la cuota de Sumar.

Urtasun, político culto y políglota, barcelonés y culé por los cuatro costados, de 42 años, se está ganando más enemigos que amigos por algunas de sus acciones. Estudió Económicas en la Autónoma de Barcelona, y antes en el Liceo Francés, sacó las oposiciones al cuerpo diplomático en 2010 aunque apenas ejerció un año, siempre en el ministerio, y ha hecho su carrera principalmente en el Parlamento Europeo como asistente primero y luego desde 2015 como diputado verde.

Gramsciano de formación, cree en la filosofía de acción política popular del marxista italiano, es radical en algunos de sus juicios como el odio a la tauromaquia, lo que le ha llevado a granjearse el repudio del sector -la define como una actividad «sádica y despreciable»– y sus adversarios lo consideran un burócrata excesivamente ideologizado.

Nunca se sabe si disfruta en el cargo o si tiene otras pasiones además de la lectura, el jazz y el fútbol. Defiende la igualdad de género y la lucha contra el cambio climático. «Queremos que todo lo que hacemos se haga con gafas feministas y gafas de igualdad», ha manifestado. Siempre se ha movido en el terreno ecologista como militante y dirigente de Iniciativa per Catalunya Verds, integrada más tarde en Comuns per Catalunya, Podemos y finalmente Sumar, del que es portavoz y que algunos sostienen puede ser el sucesor de Yolanda Díaz y ocupar el puesto de coordinador que abandonó este junio la líder del movimiento. De él, ella habla maravillas: «El mejor para ponerle voz a un proyecto transformador, verde y europeísta». Es federalista y partidario de una consulta catalana sobre el derecho de autodeterminación pactada con el Gobierno central.

Intentó salvar las espaldas a la vicepresidenta tercera y ministra de Trabajo cuando, tras el abandono del grupo de Íñigo Errejón en octubre por presunta agresión sexual, aseguró que Díaz no tenía constancia de la conducta reprobable del hasta entonces portavoz de Sumar, algo que no es del todo cierto, pues ella sí conocía que Errejón estaba en terapia.

Urtasun, bien a su pesar, suele ser polémico cada vez que abre la boca o actúa. No aplaudió a El Juli cuando el Rey otorgó al matador el premio nacional taurino el pasado octubre. Semanas antes, el ministro anunció que el Premio Nacional de Tauromaquia quedaba a partir del próximo año suprimido. Tampoco sus palabras sobre la especificidad de los museos estatales cayeron en saco roto. Sus críticos estimaron que era una vuelta de tuerca más en su radicalismo doctrinario la idea de hacer una revisión histórica de nuestras pinacotecas y eliminar todo vestigio de marco colonial.

Pero donde se ha quemado más ha sido con la ceremonia de reapertura de Notre Dame de París, pasto de las llamas en un pavoroso incendio hace cinco años. Al acto asistieron cerca de medio centenar de mandatarios y representantes mundiales, incluido el presidente electo estadounidense Donald Trump. España declinó la invitación del Gobierno francés bien por mala coordinación entre departamentos o pobre sintonía -un secreto a voces- entre la Casa Real y Moncloa.

Urtasun, que estaba invitado, no asistió en un principio por «razones familiares». Sus colaboradores aseguran que así fue comunicado al Ministerio de Asuntos Exteriores. Su titular, José Manuel Albares, sostuvo a su vez que no fue informado por Zarzuela de la no presencia de los Reyes, que justificaron la ausencia por tener que preparar su visita oficial a Italia que han realizado esta semana. El titular de Cultura se ha lavado las manos al subrayar que la política exterior no depende de él sino de Exteriores.

Rectificó Urtasun su primer argumento de alegar motivos familiares y explicó el miércoles en el Senado que la verdadera razón es que estuvo obligado a asistir en Madrid a un acto del Circo Mundial, que tuvo lugar en la misma fecha de la ceremonia de Notre Dame. «No se rían ustedes. Voy al circo como ministro porque es mi obligación. Se hacen chistes al respecto, pero el circo es una gran actividad cultural», declaró muy serio ante la rechifla de varios senadores del Partido Popular.

«¿Se trata de un agnosticismo suyo?», se preguntaba Rafa Latorre este miércoles en una columna en el diario El Mundo y continuaba. «A ver si lo que ocurre es que la trascendencia de Notre Dame hace tambalearse la falta de fe de nuestro ministro. Tan frágiles son sus convicciones que acude a refugiarse bajo la carpa de un circo».

Más allá de la actitud de Urtasun con respecto a la catedral parisina saltan chispas en la relación y descoordinación de actividades oficiales entre la Casa Real y el Gobierno con el Palacio de Santa Cruz, sede del Ministerio de Asuntos Exteriores, y también el Ministerio de Defensa de por medio.

Las dos partes lo niegan y aseguran que no hay discrepancias y que la relación es fluida. Sin embargo, no escasean los desplantes y reproches no públicos. Las relaciones entre el rey Felipe VI y Pedro Sánchez son claramente mejorables. El monarca discrepa del excesivo celo de Sánchez en dificultar el retorno de su padre a España. Fue el gran promotor del autoexilio del Emérito a Abu Dabi en 2020.

Los sucesos de la localidad valenciana de Paiporta en noviembre, donde el primer ministro fue insultado y alcanzado en la espalda con un palo levantaron ampollas en Moncloa. Sobre todo porque Sánchez, arropado por su equipo de seguridad, se sintió obligado a abandonar mientras Felipe VI aguantaba estoico los gritos y el lanzamiento de barro, junto al presidente de la Comunidad Valenciana, y decidió acercarse a los manifestantes y hablar con ellos acompañado de la reina Letizia.

El Gobierno consideró que el encuentro nunca tenía que haberse realizado pese al empeño del monarca de no posponer más la visita de solidaridad tras la tragedia de la dana, que causó la muerte de al menos 223 personas y daños materiales ingentes.

El último gesto de estos desencuentros que no ha pasado desapercibido ha ocurrido esta semana en el funeral en la catedral de Valencia al que asistieron los Reyes y el jefe de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, pero no Pedro Sánchez, representado por la vicepresidenta y ministra de Hacienda, María Jesús Montero. Oficialmente, la explicación de Moncloa fue que no se trataba de un funeral de Estado y que, por tanto, el jefe del Gobierno no estaba obligado a asistir.

Bien es verdad que la otra lectura de su no asistencia pudo ser su temor y hartazgo de tener que soportar gritos e improperios ciudadanos. Para el orgullo y el ego del actual primer ministro tiene que ser duro afrontar la poca empatía que despierta en el ciudadano medio. Es algo que él mismo se preguntaba y confesaba frustración en alguna de las entrevistas que concedió durante la campaña de las elecciones generales de 2023. Nunca mejor dicho se refleja en su persona la soledad del poder.

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