El espíritu navideño de Salvador Illa
«Los políticos también celebran estas fiestas, ellos no se saltan ni una, es más se inventan algunas que sólo tienen ellos»
Se nos echa el tiempo encima para poder despedir este año como se merece. Todos estamos demasiado ocupados con nuestras cosas, más o menos importantes, sin darnos cuenta de que 2025 ya nos mira a los ojos casi de frente. Hemos entrado en la Navidad de la misma manera en que nos bebemos un vaso de agua. La belleza de la naturalidad con que llegan algunos acontecimientos está en no darse cuenta de su estancia. Uno se da cuenta de que han llegado las festividades navideñas por puro deslumbramiento, como si todos viviéramos en Vigo y su alcalde, con cara enloquecida, nos abriera los ojos para introducirnos su luz a la fuerza.
Las navidades son unas fiestas donde los valores morales se sitúan en el centro. Se busca la fraternidad con el otro, enterrar el hacha de guerra con el jefe o compañero de trabajo, con esos familiares que no puedes soportar, con los amigos que sigues sin saber por qué lo siguen siendo, pero como si fueran una droga, no puedes parar de consumir, o de que te consuman. Se busca la celebración, la fiesta, brindar por estar juntos, aunque estemos mejor o peor avenidos. Aparcar la realidad para dejarnos atropellar por una alegría que sabemos que tiene una fecha de caducidad muy próxima. Engañarnos en paz, de manera armoniosa.
Los políticos también celebran estas fiestas, ellos no se saltan ni una, es más se inventan algunas que sólo tienen ellos y que también pagamos nosotros. Ayer un servidor se enteró de que el Congreso no tendrá plenos hasta febrero. Si sus tiempos siempre son más lentos para hacer lo que les corresponde, que se lo pregunten si no a los valencianos, a los de la Palma, o a los enfermos de ELA por poner unos ejemplos, como no lo van a ser sus días festivos, que pasan a cámara lenta, como si fueran pasos dados por una tortuga, de caparazón tan duro como sus rostros.
Para ejemplo valga el de Salvador Illa. El presidente de la comunidad catalana sabe que en estas fechas la sensibilidad está a flor de piel. Se suceden los momentos entrañables que nadie quiere olvidar. Amigos y familiares que sólo se ven durante estos días, pues viven en lugares distintos o que aprovechan para verse más, pues el año se llena de responsabilidades autoimpuestas que nos permiten una justificación perfecta. Pero este no es el caso de la persona de la que se ha acordado el presidente catalán. Illa quiso ser «Salvador» de las causas perdidas y le lanzó un mensaje en el Parlamento catalán al prófugo de la justicia, Puigdemont: «Me gustaría que en estas fiestas todo el mundo pueda estar en Cataluña».
Pareciera que el espíritu navideño se hubiera apoderado del exministro de Sanidad y que como en el anuncio de una famosa marca de turrón quisiera que éste volviera a su casa por Navidad. Existe el «almendro», pero también el alcornoque. Ambos árboles cuando los agitas desprenden frutos distintos. Qué cada uno piense a cuál de los dos se parecen más nuestros dos protagonistas. No voy a extenderme en el acomplejamiento intelectual de referirse a la Navidad como «estas fiestas», pues no es el tema de este artículo, pero ser incapaz ni siquiera de decir esa palabra, habla de una inquina que no sólo hace él, sino más personas, y que ellos sí que no son capaces de olvidar ni por estas fechas. Les gusta mostrar un respeto religioso aleatorio, interesado, pero siempre en contra de lo católico.
Pero vayamos al turrón, y más en estos días, las palabras de Salvador Illa serían enternecedoras si no pudieran ponerse seriamente en duda. Si el «viajero» Puigdemont le hiciera caso acabaría con sus huesos en «Villa Candado». Pero es que puede que al Presidente de Cataluña le parezca que el hogar natural de «Puchi» sea la cárcel. Un regalo navideño donde descansar su cuerpo protegido por unos barrotes de carbón. Él sabe que ha sido un «niño malo» y que por mucho que los chupe no encontrará el dulzor de hacerlos desaparecer entre los dientes. La libertad no mezcla con el delincuente. Son como el agua y el aceite.
No creo que Puigdemont haga caso a Illa. Se quedará por tierras belgas celebrando la Nochebuena con una dieta a base de coles de la zona, mejillones del país, y esos chocolates tan ricos que tienen. Así, que ni tal mal. Feliz Navidad para todos.