THE OBJECTIVE
Montanoscopia

Ningún futuro es elegante o digno

«Si los de derechas andan preocupados, los que no somos de derechas, pero somos antisanchistas andamos en la pura desesperación»

Ningún futuro es elegante o digno

Ayuso, Feijóo y Sánchez. | Ilustración de Alejandra Svriz

1. Dicen que vuelven los Pecos, pero el que vuelve es el Tiempo con otra de sus obras: el espanto de esos dos que se presentan bajo aquel nombre. Es el eterno baile de máscaras de Proust: las máscaras son las mismas caras convertidas en caricaturas horrendas. Las nuestras son así también, claro, pero como hemos visto su degradación tan despacito, no lo terminamos de percibir en su brutalidad. Solo cuando pillamos por las redes la foto de algún conocido al que no veíamos desde que era joven nos damos cuenta, por rebote, de lo nuestro. Suele tener que ver, más que con las arrugas, con la rigidez, con el control. La chispa va desapareciendo, pero se afirma el muñeco.

2. Los de derechas andan preocupados con la ineficacia de la derecha española. No es para menos: en un lado, el PP con su oposición de cartón mojado y su tendencia creciente a las coreografías absurdas y los chascarrillos inanes (el peor de los cuales es el anhelo de entenderse con Junts); en el otro, Vox con su autosatisfacción de acero y sus huevos de ídem, que coloca muy digno encima de la mesa como si no fuera la piedra angular del sanchismo, la guinda de su asqueroso pastel. Pero si los de derechas andan preocupados, los que no somos de derechas, pero somos antisanchistas andamos en la pura desesperación. Ningún futuro (como decía Villena), ¡ninguno!, es elegante o digno.

3. «Lobotomía democrática» titula Muñoz Molina su último artículo en El País. Hombre, me digo, por fin va a decir algo contra Sánchez. Evidentemente, no. Era contra «la derecha» otra vez. ¡Por el franquismo! Su condición de estricto intelectual orgánico, de obediencia cuasisoviética, me mantiene en mi estupor. Sobre la degradación de nuestra democracia por obra y gracia de su Sánchez no ha tenido nada que decir en todos estos años. El sentido crítico que tanto predicó (me lo predicó a mí, por ejemplo: lo aprendí en parte de él) se le ha evaporado. Es ya un asfixiante sectario. Como no es un cínico (no creo que lo sea), la única explicación es que está embotellado en su sectarismo. Con el beneficio (ahí sí) que eso le reporta: una de las dos España le calienta el corazón. Durante bastante tiempo jugó a estar fuera, o no del todo dentro; pero en esa posición hacía frío. Tal vez sean los años, no sé. O que, como esos diputados enganchados a los partidos, no tiene otra cosa de la que vivir.

4. Lo han dicho el tuitero Javier Benet y David Mejía (Savater lo ha señalado): la decisión de celebrar el año que viene la muerte de Franco es porque es lo único que el Gobierno puede celebrar con sus socios. Ni la llegada de la democracia, aún imperfecta, en 1977 con las primeras elecciones, ni su llegada plena en 1978 con la Constitución, lo pueden celebrar. Solo les queda eso: una muerte. El callejón sin salida de una muerte. O una flebitis, como ha dicho con mucha gracia Arcadi Espada. La Coalición de la Flebitis. Pero llega la muerte y cura la flebitis de un modo absoluto, arrasador. ¿Y luego qué?

5. Todas esas medidas contra los bulos con que amenaza el Gobierno dejan traslucir su ambición: tener el monopolio de los bulos.  

6. Hace una semana no sabía qué era el burrito sabanero. Ahora no hay nada que odie más en el mundo.


7. Los ateos decimos «Feliz Navidad» sin problema, porque el cristianismo es la religión de los ateos. De las otras no hay manera de escaparse. ¡FELIZ NAVIDAD!

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