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Opinión

Un nuevo año, el mismo circo de siempre

«Han pasado años y la industria del corazoneo sigue usando las mismas claves para captar la atención del personal»

Un nuevo año, el mismo circo de siempre

Los protagonistas de 'Superstar', la próxima serie de Los Javis inspirada en la «pandilla basura». | Netflix

Este año se estrena Superstar, la serie de los Javis que pretende hacernos creer que Yurena, la artista antes conocida como Ámbar antes conocida como Tamara (la mala, para así diferenciarla de Tamara, la buena o ‘la reina del bolero’), era una auténtica estrella. Este revisionismo histórico –con el que la pareja de directores ya manipuló la figura de La Veneno para ensalzarla a niveles inverosímiles, haciendo de ella una adalid de los derechos LGTBI por los que en realidad nunca luchó, antes al contrario– nos permitirá recordar los años en que la hija de Margarita Seisdedos, esa madre coraje que defendía a su hija a bolsazos (cuenta la leyenda que portaba un ladrillo en el interior de tan femenino complemento), lideraba la conocida como «pandilla basura», una banda de personajillos de medio pelo que lograron hacerse un hueco en la pantalla a base de inauditas peripecias.

La sombra de Tamara era alargada y daba cobijo a Paco Porras (el vidente de las frutas y hortalizas al que la musa llegó a acusar de dejarla embarazada), Leonardo Dantés (compositor de una única melodía a la que cambiaba la letra según la necesidad del momento, y coreógrafo del icónico baile del pañuelo), Tony Genil (cancionero y buscavidas que lucía un rubio tan falso como la denuncia por plagio con la que se enemistó con Tamara), Loly Álvarez (cantante de escasa voz que acusó a Tamara de suplantar su interpretación en ‘No cambié’, el himno que arrasó para sorpresa de todos), Montse Páez (de profesión, provocadora, antecedente de Aída Nízar, y conductora que se estrelló en la Cibeles con toda la panda), Arlequín (personaje florero que no se quitaba el disfraz) y La Momia (nunca le vimos el rostro, enterrado en kilos de vendas y esparadrapo). Menuda banda.

Cada uno por separado no vendía un colín, pero juntos crearon un universo de primer nivel. Cada 25 de mayo, Día del Orgullo Friki, sus ya escasos seguidores veneran su recuerdo con nostalgia y una sonrisa. La gran lección que nos dieron es que en este negocio todo está inventado: que si romances por un lado, que si desamores por otro, un falso embarazo, acusaciones de traición y robos, una canción por cuya autoría se enfrentaban a muerte, amistad que daba paso a enemistad… Ellos se bastaban para crear tramas que dejaran al espectador ávido de conflictos. Han pasado años, muchos años, y la industria del corazoneo sigue usando las mismas claves para captar la atención del personal. Basta con echar un vistazo a las peripecias de las actuales estrellas del papel couché para adivinar lo que no espera en este año que comienza.

Veamos el caso Bárbara Rey, por ejemplo. La vedette ha vivido 30 años a costa de su romance con Juan Carlos I. Ahora, su historia ha dado un inesperado giro cuando hemos descubierto que la mujer que sometía a chantaje al jefe del Estado ha sido, a su vez, víctima del chantaje de su propio hijo. Supuestamente, faltaría más. Bárbara ha sido, además, víctima de malos tratos a manos de Ángel Cristo y de Ángel Cristo Jr. Supuestamente, de nuevo. Y lejos de aclarar el asunto por una vez, la artista se ha zafado para, como todo parece apuntar, estirar el chicle en más documentales, más exclusivas, más platós. El cuento no termina nunca.

Las Campos he encontrado un filón en llevar sus conflictos a las nuevas generaciones. La hija de Terelu protagoniza un documental con su novio, condenado por estafa, en el que se centra en una pareja de jóvenes mediáticos que luchan, contra viento y marea, por vivir su amor mientras los acosan los paparazzi. Alejandra Rubio nos mostrará sus rituales de apareamiento y reproducción con Carlo Constanzia, hijo de Mar Flores, como si fuera una producción de National Geographic, mientras aprovecha para desenterrar el hacha de guerra contra su primo, José María Almoguera. El hijo de Carmen Borrego brilla en el papel de villano mientras su madre muestras más preocupación por quitarse la papada que por firmar la paz con su retoño. Mientras las heridas sangren, las portadas de Lecturas están aseguradas. Y la familia Campos lo sabe.

Los Pantoja tampoco encuentran solución a su guerra. El día que lo hagan se les acaba el chollo. Cantora se vende e Isabel empieza nueva vida en Madrid como si no tuviera hijos. Kiko Rivera ha empezado el año esparciendo mierda de su pasado y acusando a otros de sus adicciones y fracasos, presentándose como «un hombre nuevo». Mientras, su hermana Isa se prepara para ser madre por segunda vez mientras olvida a la suya, la que le adoptó, no la biológica a la que ahora parece respetar más que a la tonadillera que la sometió a una infancia de tortura psicológica.

Solo estas tres tramas (las más comerciales esta temporada, por ello insistimos en traerlas a esta columna) confirman que aquellos dramas que inventaba la «pandilla basura» eran meros juegos infantiles frente a los nuevos conflictos que protagonizan las sagas españolas. Estamos expuestos a dramones llevados al límite, a constantes saltos mortales y giros de guion que ponen a prueba nuestra capacidad de creer. Y nuestra paciencia.

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