Cuando los tres Reyes Magos eran blancos
La tradición católica no siempre ha representado a sus Majestades de Oriente como los conocemos en la actualidad
En la actualidad, no faltan quienes se ofenden al ver representaciones de los tres Reyes Magos con tez blanca, sin considerar que durante la Edad Media esta fue precisamente la imagen predominante. Los Magos eran retratados como hombres blancos provenientes de Oriente, reflejo siempre de las convenciones culturales y artísticas de la época. Lejos de ser algo malintencionado, ilustra cómo las primeras iconografías medievales respondían a los valores y las concepciones del mundo cristiano de entonces. Igual que lo hacen ahora. La transformación posterior hacia una imagen más diversa en razas y simbolismos no surgió de una sensibilidad antirracista, un concepto propio del siglo XX y XXI, sino de influencias políticas y artísticas que reflejaban los contactos y la expansión geográfica del cristianismo a lo largo de los siglos. Las tradiciones se adaptan siempre a los nuevos tiempos. Son proteicas. Prueba de ello es que hemos llegado incluso a tener «tres reinas magas», moda que, gracias a Dios, no ha calado.
El relato de los Magos proviene del Evangelio de Mateo, que menciona a unos «magos» de Oriente guiados por una estrella hasta Belén para adorar al niño Jesús y ofrecerle oro, incienso y mirra (Mateo 2:1-12). Aunque Mateo no especifica el número, origen o apariencias de los Magos, la tradición posterior estableció que eran tres, basándose en el número de regalos. Durante los primeros siglos del cristianismo, los Magos simbolizaban la aceptación de Cristo por los gentiles y eran percibidos como hombres adultos revestidos de un halo de sabiduría.
La Basílica de San Apolinar Nuevo en Rávena contiene una de las representaciones más antiguas de los Reyes Magos. En sus mosaicos, los Magos aparecen vestidos con atuendos persas, gorros frigios de color rojo, y sus nombres –Gaspar, Melchor y Baltasar– están inscritos junto a ellos. Los tres son hombres blancos, diferenciados por las edades: uno de mediana edad (Baltasar), otro joven (Melchor) y otro más anciano (Gaspar), simbolizando las etapas de la vida humana. En la escena se ve a los tres Magos sosteniendo sus dones (oro, incienso y mirra), acercándose a la Virgen María entronizada con el Niño Jesús en su regazo, flanqueada por cuatro ángeles. Esta representación refuerza la universalidad de Cristo al incluir simbolismos geográficos y generacionales, aunque en esta etapa aún no existía diversidad racial en su representación.
Los mosaicos de la Basílica de San Apolinar Nuevo en Rávena, si bien muchas veces vinculados a la época del rey ostrogodo Teodorico el Grande (454-526 d.C.), hay que aclarar que fueron objeto de importantes modificaciones tras la conquista bizantina de la ciudad en 540. Aunque algunos mosaicos pertenecientes al programa decorativo original se conservaron, bajo el mandato del emperador Justiniano y el arzobispo Agnello, la basílica, primeramente concebida como iglesia arriana, fue adaptada al culto ortodoxo. Este proceso incluyó la eliminación de muchas imágenes asociadas al poder político de Teodorico y la creación de nuevos programas iconográficos acordes a la ortodoxia nicena.
Entre estas adiciones se encuentra el mosaico de los tres Magos, que, a pesar de mantener un estilo que evoca tradiciones anteriores, pertenece al periodo bizantino y refleja los valores religiosos y simbólicos promovidos durante ese tiempo. Igualmente, las procesiones de mártires santos, hombres y mujeres, sustituyeron un programa iconográfico anterior sobre el cual solo podemos especular, ya que no se conserva evidencia directa de su contenido original. Sin embargo, resulta más sencillo imaginar el mosaico original que representa un palacio, probablemente una imagen del Palacio de Teodorico, que fue ligeramente modificado por los bizantinos.
En este caso, las figuras humanas, posiblemente del rey y su séquito, fueron eliminadas y reemplazadas por cortinajes que cubrían los espacios vacíos. Cambios similares se llevaron a cabo en el mosaico del puerto de Classis, también de época teodoriciana, donde se eliminaron siluetas humanas y los huecos se rellenaron con teselas de materiales diferentes. Estas intervenciones transformaron el mensaje original de legitimación política en una narrativa estrictamente religiosa y ortodoxa, adaptando la iconografía de la basílica a su nueva función litúrgica.
También es en el siglo VI, cuando los Magos comenzaron a ser interpretados como reyes. Esta transformación probablemente fue impulsada por referencias bíblicas como el Salmo 72,10: «Los reyes de Tarsis y de las islas ofrecerán presentes, los reyes de Arabia y de Saba le traerán sus regalos y todos los reyes de la tierra le adorarán». Teólogos occidentales como Cesáreo de Arlés, fallecido en 542, jugaron un papel crucial al vincular esta figura con el mensaje de que los poderes terrenales debían someterse a la divinidad. Esta nueva iconografía coincidió con la consolidación del cristianismo en Europa occidental y el perenne deseo de los monarcas de legitimarse como líderes elegidos por Dios.
En el siglo VIII, Beda el Venerable enriqueció la narrativa al asociar a los Reyes Magos con los tres continentes conocidos en ese momento: Europa, Asia y África. Según Beda, los Magos no solo representaban a los sabios que reconocían a Cristo, sino también a toda la humanidad, reforzando el mensaje de universalidad del cristianismo. Aunque Baltasar aún no era representado como un hombre negro, esta idea sentó las bases para que, siglos más tarde, se introdujera la diversidad racial en su iconografía.
La representación de los Reyes Magos como reyes legitimados por la autoridad divina alcanzó un nuevo significado durante el reinado de Carlomagno, coronado emperador en el año 800. Carlomagno utilizó la figura de los Magos para reforzar la idea de un imperio cristiano universal bajo su liderazgo. Poco después, según el profesor Antonio Rubial García, los libros miniados de la época empiezan a mostrar a los Magos coronados. Los Magos estaban ataviados con vestiduras que reflejaban la moda europea, subrayando la centralidad de Europa en el mensaje cristiano. El traslado de las supuestas reliquias de los Reyes Magos a la catedral de Colonia en el siglo XII consolidó su importancia en la cristiandad medieval. Las procesiones y peregrinaciones hacia Colonia reforzaron su papel simbólico como reyes santos que unían el mundo terrenal con el celestial. En el arte gótico, los reyes continuaron representándose como figuras que legitimaban el poder político y la misión evangelizadora de la Iglesia.
Pero es el Renacimiento el que trae consigo la transformación definitiva en la representación de los Reyes Magos, la que nos ocupa. Los contactos de Europa con África y Asia, así como el descubrimiento de América, ampliaron la percepción del mundo y la iconografía de los Magos comenzó a reflejar esta diversidad. Fue durante este periodo cuando Baltasar comenzó a ser representado como un hombre negro, simbolizando la inclusión de África en el cristianismo universal. Pero no siempre, fue representado con tez negra y rasgos subsaharianos. Los Médicis, grandes mecenas del arte en Florencia, encargaron los frescos de Benozzo Gozzoli en el Palacio Médici-Riccardi, pintados entre 1459 y 1461, donde aparecen los Reyes Magos exaltando la fe cristiana, pero también el poder y el prestigio de sus benefactores (varios Médici aparecen representados, pero también el emperador bizantino Juan VIII Paleólogo, que aparece como Baltasar con tez blanca y rasgos occidentales).
En algunos textos coloniales y cuadros, incluso se introdujo la idea de un rey mago amerindio, reflejo del impacto del descubrimiento de América. Aunque esta figura no se consolidó en la tradición cristiana, ilustra perfectamente cómo la iconografía de los Magos se ha adaptado siempre a las nuevas realidades culturales.