Rosalía de España
«Somos el único país de nuestro entorno con democracias occidentales donde llevar la bandera es considerado fascista»
Celebrar la Nochevieja como si nos fuera la vida en ello, debería ser algo donde el riesgo de poder perderla debería ser alto. Sobre todo a partir de los treinta años. A partir de esa edad, trasnochar y celebrar de forma enloquecida dicha festividad, lo único que se consigue es acelerar el proceso de envejecimiento natural del ser humano. Hacer evidente el declive, la cuesta abajo, la decrepitud absoluta. A partir de la treintena comportarse de forma elegante es la única salida digna. Si se tiene menos de esos años se puede ser absurdo, imbécil, antiestético, y que no sólo no sea reprochable, sino que es lo que esas edades demandan, y además habría que exigirles.
Nochevieja y juventud son precisamente por ello conceptos que van unidos, aunque a simple vista parezcan contradictorios. El romanticismo bien entendido asociado a la juerga nocturna es el de un joven que acabaría con su vida en ese acto de servicio. Aquello de James Dean, de vive rápido muere joven, y tendrás un bonito cadáver. No querer que llegue ese momento, por supuesto, pero saber que el riesgo está más que presente. Y si eres un «pureta» de más de treinta, el pánico a una muerte ridícula tiene que ser una de nuestras obsesiones a no cometer.
Puede que el preámbulo se me haya quedado algo largo, pero a veces se hace necesario una explicación, a lo que un servidor no logra entender. Empezar a escribir algo para ver si así le encuentra un sentido. La Nochevieja para un servidor debería ser una noche de recogimiento, una cena poco copiosa, donde se beba aún menos, y la conversación sea más superficial que nunca. Es entonces cuando uno no entiende que haya quienes celebren en su casa fiestas mastodónticas teniendo más de esos treinta años que el buen gusto delimita para hacer bien las cosas.
Ese fue el caso de este año en casa de los Javis. Famosos directores de cine y series, que como saben también son pareja. Su éxito laboral les ha hecho poder tener un casoplón en una zona residencial madrileña, y un servidor se alegra que el trabajo y talento sean recompensados. Ambos decidieron que esta Nochevieja se dejarían llevar por la parte antiestética de la vida y celebrar una gran fiesta donde invitar a muchos amigos, casi todos famosos, muchos treintañeros, como los anfitriones. Pero hasta lo malo tiene sus momentos de excepción, como cuando eligieron invitar a Anne Igartiburu a presentar «las uvas» en su casa, y no hacer caso de esa lucha paleto-mediática entre Broncano y la Pedroche.
No encender la televisión en ese momento es otra de las cosas que si no viviera en sociedad, hace tiempo que llevaría haciendo. Uno, que debe ser curioso para poder escribir todo tipo de artículos, acabó viendo a posteriori como dieron ese momento sus dos principales protagonistas. Pedroche consiguió ponerme de «mala leche» con su vestido, y Broncano terminó por borrarme mi típica mueca de sonrisa para esa noche tan «especial». Se puede decir que ambos dieron lo que yo esperaba de esa noche, un espectáculo deprimente, con muy poca o ninguna gracia.
Pero vayamos a la fiesta de los Javis. Mucho famoso bailando, cantando y bebiendo, lo normal en una fiesta, y por tanto previsible. Casi todos vestían un estilo pijo-hortera al que no le faltaba un detalle, y que es lo que pedía ese momento, así que nada que objetar. «Mamarracheo» del bueno. Estética tan decrépita como presuntamente moderna, otro éxito conseguido, si es que buscaban eso. Felicidad exagerada, como si fuera el set de rodaje de una de las películas de los Javis, y los actores tuvieran que aparentar un desenfreno atropellado y para nada accidental.
Menos mal que la cantante Rosalía fue invitada a esa fiesta y sin decir nada, ha sido de la que más se ha hablado y escrito. No se sabe si eso les habrá hecho gracia a los anfitriones o al resto de participantes en la fiesta. Siempre «viste» más un ahogado en la piscina o alguien que se desinhibe y se muestra cariñoso o cariñosa de una manera demasiado explicita, desnuda, carnal. Y todo por ponerse un lazo en el pelo con los colores de la bandera de España. Decir más con lo que llevas que con lo que dices.
También es posible que no quisiera decir nada. O simplemente abrir un debate. La verdad puede que no la sepamos nunca y ojalá Rosalía nos deje siempre con la duda. Elucubrar es uno de los mejores juegos para los que ya no estamos para nocheviejas. Que todo lo que tenga que ver con la bandera de España sea terreno delicado habla de un complejo que no terminamos de quitarnos como sociedad, como grupo. En todos los países normales la bandera sirve para unir a todos los habitantes nacidos en un territorio y que comparten una historia y unas costumbres. La ideología es algo que se queda al margen.
Pero aquí la confrontación política no deja ni siquiera ese símbolo que busca unirnos para pisotearlo o mancharlo. Somos el único país de nuestro entorno con democracias occidentales donde llevar la bandera es considerado fascista o de ultraderecha. No se me ocurre nada más inclusivo desde la sencillez, como lo que simboliza la bandera constitucional que nos representa a todos sin excepción. Rosalía llevó ese lazo porque le dio la gana. Porque le gustaba como le quedaba. Buscando información he visto que el lazo ha sido fabricado en la India. Es una reproducción histórica de un lazo victoriano de los años 1840-1860. Actualmente, el precio que la marca estadounidense le ha puesto es de 370 euros. Por muy grande que sea el lazo, que lo es, es una pasta. Vale, que hay que coser mucho para hacerlo, pero la que no da puntadas sin hilo ha vuelto a ser Rosalía. Aunque agujas tengamos todos los españoles, eso sí, para seguir pinchándonos entre nosotros.