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Estoicismo, Muñoz Molina y un taparrabos de leche paterna para las próximas campanadas

«Leo que comienza el año de Carmen Martín Gaite. Pobrecilla. Tendrá que compartirlo con Franco»

Estoicismo, Muñoz Molina y un taparrabos de leche paterna para las próximas campanadas

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Europa Press

1. El propósito de imperturbabilidad estoica con que empecé el año fracasó al segundo día. El 1 lo conseguí, gracias a que estuve solo. El 2 tenía comida catacumbística y nos tocó el peor camarero de Málaga, advenedizo en nuestro antro tradicional. Resistí un poco pero acabé estallando. Ahí naufragó mi 2025 entero. Para mí ha sido, técnicamente, un año de un día. Irles me dijo con sorna: «Desengáñate, Montano: el estoicismo no es lo tuyo«. Luego le confesé a Arias: «Quise ser Epicteto. Me resigno a ser Bernhard». Creo que me haré (¡estoicamente!) unas camisetas con lo de Irles: «El estoicismo no es lo mío».

2. «Comienza el año de Carmen Martín Gaite«, leo. Pobrecilla. Tendrá que compartirlo con Franco.

3. Sánchez les ha traído carbón a los Reyes: el día 8 en el Reina Sofía, precisamente. Los Reyes no irán a recogerlo, pero justo ese es el carbón: darles ocasión a los opinadores (ya han empezado) a que propaguen que los Reyes son franquistas.

4. Ya que la Transición se ha terminado, me permití el 28 de diciembre una inocentada de las que prohibía Cebrián. Aprovechando que era sábado, enlacé en Twitter el artículo de Muñoz Molina en El País celebrando que por fin nuestro gran escritor crítico, la conciencia de España, el propietario de esa «voz moral» construida durante más de tres décadas, le afeaba algo a Sánchez. Muchos picaron: pincharon y se encontraron solo con un bonito artículo navideño. ¡Inocentes, inocentes!   

5. Quizá Sánchez se ha precipitado al conmemorar la muerte de Franco. Al final, lo que se recuerda de 1975, además de una flebitis y una coronación, es el Gobierno de Arias Navarro. Aquí detecto otro guiño narcisista: después de todo, Sánchez es el presidente menos pulcro con la democracia desde aquel (y con más mérito que aquel, porque aquel ni siquiera tenía democracia a la que guardarle pulcritud). Ya se ha dicho que después de 1975 los socios de Sánchez –populistas, nacionalistas, independentistas, proetarras (muchos tocan varios palos a la vez)– no tienen nada que celebrar. Pero se me ocurre una cosa más, una última cosa más: la fundación en 1976 del diario El País, que les apoya y les ríe las gracias a todos ellos, y demoniza a sus críticos. Así que en 2026 pueden tener un último aquelarre juntos. Y después chitón: ¡que llega la democracia!

6. Vi tranquilamente las campanadas por Lalachús, que la verdad es que estaba guapa (además de buena la joía). Pero entre el trasteo con la botella de champán y el último asalto del año al turrón, solo me enteré de las estrictas uvas. El resto lo he sabido después. Sobre la estampita religiosa, los católicos que piden represión no son conscientes de la superioridad de su religión (hoy) sobre la islámica (hoy): dejan traslucir su nostalgia inquisitorial. Pero mejor fue lo de la otra cadena, con Pedroche y su vestido de leche materna. Ojalá pronto un hombre con otro vestido (un taparrabos al menos) de leche paterna.

7. Quizá porque en 2024 murió un amigo de mi edad y sus «trabadas fechas fatales», como escribía Borges en un poema sobre un cementerio («Convencidos de caducidad / por tantas nobles certidumbres del polvo…»), han resultado 1966-2024, por primera vez he sido consciente de que después de las campanadas se nos cambia la cifra última, por otro año al menos.  

8. Me hacen gracia los optimistas. Arcadi Espada y Yaiza Santos celebran en su podcast las buenas noticias globales que da Kiko Llaneras en El País: ¡45! Y es verdad que el mundo va mejorando. Hasta que empeore definitivamente.

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