THE OBJECTIVE
Hastío y estío

Para Elisa (Mouliaá)

«Elisa, dabas un argumento, después el contrario, y seguido un tercero, sin darme tiempo ni para parpadear»

Para Elisa (Mouliaá)

Elisa Mouliáa. | Rodrigo Jiménez (EFE)

Elisa Mouliaá, te escribo este artículo para intentar entenderte y para explicarte por qué no lo he conseguido, por lo menos de la manera que creo que te hubiera gustado. Si te tuteo es por la cercanía que has querido mostrar con todos nosotros. Contarnos cómo pasaron las cosas entre Íñigo Errejón y tú. Decidiste hacerlo a través de la televisión, un aparato con el que nos familiarizamos todos, aunque últimamente cada miembro tenga una en su habitación para poder ver lo que quiere sin que nadie le moleste. Lo que unió la televisión lo ha terminado separando el hombre, la mujer, el niño y la niña. Si Dios no se dio cuenta es porque estaría zapeando. 

Empezaste el viernes pasado haciendo lo correcto, querida Elisa. Fuiste al juzgado a declarar por el posible abuso sexual que Íñigo Errejón ejerció sobre ti. Acertaste por primera vez con el que lugar donde hay que tratar estos casos. La página de Instagram de Cristina Fallarás puede parecer un juzgado, pues se sentencia a mucha gente, pero ni las pruebas tienen validez como es lógico, ni se cumple el derecho a tener una defensa justa. Un sistema de lapidación que dilapida el sistema jurídico que nos hemos dado entre todos. Una mañana del viernes donde, Elisa, pudiste salir con la cabeza alta al declarar donde hay que hacerlo. Pero llegó la noche, y entonces te confundiste a la manera que le pasaba a esa gran figura del folklore español de hace algunos años, el gran Dinio. Cubano, anticastrista, y se metió en la cama con Marujita Díaz. Todo un valiente. Decidiste ir a un programa de televisión de los que llaman «del corazón». Vendiste la dignidad de una mañana de viernes, siempre bella como todo lo que anticipa la llegada de la paz y la tranquilidad. Una felicidad que dura 48 horas, pero cuyo límite está en nuestra cabeza, y como esa película no hay ninguna. La noche del viernes está para emborracharse de vida como si supiéramos que la muerte nos espera a la vuelta de la esquina. Pero ir a la televisión a contar según qué cosas siempre será más tóxico que el garrafón que ponen en muchas discotecas.

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Yo te vi nerviosa. Parecía que estuvieras en un casting para una película. Como si no te supieras muy bien el papel que tenías que interpretar. Tú, que eres actriz, sabes que la naturalidad es algo fundamental en tu oficio. Caíste en muchas contradicciones, como sé que te has dado cuenta. Un personaje evoluciona, y para que esto ocurra le tienen que pasar cosas que los expliquen. Para ello es necesario el paso de un mínimo tiempo y de unas circunstancias. Pero tú, Elisa, dabas un argumento, después el contrario, y seguido un tercero, sin darme tiempo ni para parpadear.  

Viéndote me sorprendió darme cuenta de que tenías en Íñigo Errejón a tu principal valedor. Él, que no dudaba nunca de que una mujer siempre decía la verdad cuando acusaba a un hombre de agresión sexual. Observando vuestros estilos, se ve que estáis hechos el uno para el otro. Ninguno de los dos sois buenos para dotar de credibilidad a vuestras palabras. No me extraña que hayáis acabado juntos, pero no revueltos. 

Es el momento de ir despidiéndome de ti, Elisa. De irme con la música a otra parte. Tú, que no conseguiste afinar ni una nota en esa noche del viernes. Pero nunca es tarde para empezar a componer tu gran obra vital. Es cuestión de buscar melodías que vibren en tu interior hasta dar con la que provoque emoción, autenticidad, en definitiva, verdad. Mientras tanto, Errejón y Beethoven estarán unidos por el banco donde se sientan. Uno delante del juez y el otro del piano, haciendo oídos sordos de todo lo que dices. 

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