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'Lo de Évole': terapia al desnudo

«Es un buen comunicador y tal vez actualmente el mejor entrevistador del país. El Michael Moore español»

‘Lo de Évole’: terapia al desnudo

Ilustración de Alejandra Svriz.

Enciendo el televisor, zapeo, amargado, tras la que considero una injusta derrota del Real Madrid ante el Espanyol y doy sin pretenderlo con el programa Lo de Évole, en La Sexta, dedicado en gran parte a una conversación de Jordi Évole con el actor Eduard Fernández, en su bonita casa del Pirineo catalán, en un pueblecito de la Cerdanyola, dos días antes de que le concedieran un Goya por su actuación en Marco, basada en la obra El impostor de Javier Cercas. Simulan la entrega de premios y Évole, provocador, anuncia tras presentar el nombre de los nominados: «Y el ganador es… Alberto San Juan». El derrotado finge buena educación y aplaude. «¡Qué decepción! ¡No sólo para mí, sino para quienes me daban ganador!», estalla con gran risa. Una gran mentira, claro, porque quien pierde se hunde en ese instante.

Mi dedo tenía intención de seguir avanzando en busca de otros canales o apagar lisa y llanamente el televisor. Me caen bien los tres citados y la cinta y el libro me gustaron. Mi cabeza no estaba para mucho ruido esa noche dominical. Sin embargo, me quedé atrapado hasta el final de la entrevista. Más bien, una charla de casi una hora entre dos personas al calor de una chimenea, degustando una tortilla de patata cocinada por Eduard y jugando en algunos momentos al parchís. Ambos admiten ser muy competitivos aunque no lo demuestran. La volví a ver dos días después y me pareció extraordinaria: un acto de valentía, una terapia al desnudo de una persona que confiesa haber estado alcoholizado y que sostiene que la adicción la arrastra de por vida el enfermo, porque de eso se trata, de enfermedad. Un chupito, dos chupitos, tres chupitos, cuatro chupitos… hasta pedir al barman que no retire la botella. Entonces es cuando uno se da cuenta de que tiene un problema serio.

Fernández responde a la pregunta de Évole: «¿Por qué lo cuentas ahora, que estás en lo más alto del éxito?». Con su pelo alborotado, su chaqueta de punto marrón con camiseta negra, pantalones vaqueros y una mirada muy cálida, el entrevistado, semicerrando los ojos, sonríe desde dentro, no se reprime y profiere, amigable, el insulto grueso contra Jordi y confiesa: porque lo necesitaba y puede, además, servir para ayudar a otros enganchados al whisky y a la coca como él. Ahora, asegura, no prueba nada desde hace tiempo. La terapia, piensa, la ha hecho y sigue haciéndola de vez en cuando –«Esto es como una mochila que uno incorpora a su cuerpo y arrastra para siempre»– es maravillosa y fructífera si se toma en serio. Uno sale del túnel, pero es consciente que la oscuridad está a la vuelta de la esquina.

Y sin duda, a mi juicio, la charla tiene que haber servido para quienes se sienten culpables y avergonzados por no ser capaces de desprenderse de tal carga. Fernández estuvo más de dos meses en un centro de desintoxicación. Quien ha estado allí se identificara con la sensación que tuvo el actor. Nada más llegar y observar a quienes iban a ser sus compañeros se dijo a sí mismo: yo no estoy tan mal como ellos. La ironía es que ellos pensaban igual que él. Eso les salva. El internamiento y la cura iguala a los pacientes. «En el caso de un actor como yo te despojas de tu ego, de tu narcisismo y desestructuras tu personaje, te liberas de él», afirma ante la atenta mirada de Évole, que tiene el mérito de interrumpir únicamente lo imprescindible. 

Es un buen comunicador y tal vez actualmente el mejor entrevistador del país. El Michael Moore español. Confiesa ser admirador del director estadounidense y autor de un alegato contra las armas de fuego (Bowling for Columbine), que recibió un Oscar. Dejó atrás sus primeros pasos de cómico y periodista con El Follonero, en el programa de Andreu Buenafuente y luego con Salvados, un punto más serio. En 2020, y en pleno éxito pone fin a su programa en La Sexta y arranca con Lo de Évole, donde se centra en la parte humana del protagonista.

Tuvo gran audiencia su documental Operación Palace, una broma que algunos tomaron a mal sobre el golpe del 23-F y que vieron más de dos millones de espectadores. Hay una larga lista de entrevistados en su currículo empezando por el Papa Francisco y un encuentro del pontífice con una decena de jóvenes de todo signo, el expresidente uruguayo Pepe Mujica, el dictador venezolano Nicolás Maduro o el cantante Pau Donés, a quien entrevistó poco antes de morir de cáncer, Arnaldo Otegui y un largo etcétera. Se le criticó por su supuesta equidistancia en el documental presentado en el festival de San Sebastián en 2023 No me llame Ternera, aunque en realidad el dirigente etarra salía retratado como un asesino sin remordimiento alguno. Pocas palabras del entrevistador bastaron.

En el caso de su reunión con Eduard Fernández no se sirve de papeles. Con seguridad el guion estaba más o menos esbozado y la confesión del actor también. En realidad, lo afirma él mismo: puesto a contarlo, lo hará en una entrevista con él, como las que últimamente realiza el comunicador catalán.

Eduard Fernández, que acaba de cumplir 60 años (diez años mayor que Évole), es uno de los actores de moda. Tiene tres Goyas a sus espaldas y otras diez nominaciones del premio más prestigioso del cine español. Ha tocado todos los registros: desde el humor hasta el drama. Quién no lo recuerda en el papel del general Millán-Astray en el filme de Alejandro Amenábar Mientras dure la guerra, o en su debut cinematográfico, en 1999, con Los lobos de Washington y tantos otros. Y ahora En el 47 y Marco. Estudió mimo y payasos ante el disgusto del padre, artista pictórico y empleado de La Caixa. Pero se ve que le atraen papeles psicológicos como en Los renglones torcidos de Dios donde hace de un temible director de un psiquiátrico cerca de Madrid. Declara haber querido intensamente a su madre, una mujer, según él, cristiana buena y con inquietudes sociales. Murió de Alzheimer. Sufrieron mucho los cuatro hijos.

Es momento de olvidar la amargura que me ha causado la estupidez del fútbol y me concentro en la intensa charla entre ambos. A veces pienso que he conseguido meterme en ella o que me gustaría participar del encuentro mientras anochece en el frío pirenaico y el protagonista mete más leña en la chimenea. A los dos les fascina el fuego. Fernández, que nació en una familia barcelonesa sin problemas económicos, declara a Évole que tuvo una infancia feliz.

Sin embargo, luego explica que lloraba mucho de joven y también de adulto sobre todo a raíz de la separación, dolorosa, de su primera mujer después de más de veinte años juntos con la que tuvo una hija, que se dedica como él al cine y al teatro: «Yo era muy tímido. Todo para adentro. Seguramente desde la adolescencia entré en una fase de depresión que ha durado hasta hace bien poco. Tomé medicación, pero no es tan sencillo salir de eso».

Todo este tipo de enfermedades mentales no son bien aceptadas por la sociedad, que mira todavía con reservas a quien recurre a la asistencia psicológica: «Bueno, la depresión está más aceptada hoy en día, pero no así las adicciones». El adicto lo es de por vida. El actor reconoce una y otra vez que lo ha sido y ahora no se avergüenza confesarlo. La adicción está estigmatizada. Quien la sufre se siente mal, avergonzado y culpable, explica ante la mirada concentrada de Évole, que en un momento parece como si nos quisiera descubrir a los telespectadores también una debilidad suya. Pero se frena. Quizá no las tenga salvo la cataplexia que sufre y que de repente le lleva a un sopor breve.

«Lo más importante es que un día te das cuenta de que por ti mismo no sales y necesitas ayuda. Y luego lo aceptas y eres consciente poco a poco de que eres un enfermo y que has contraído una enfermedad», nos cuenta el multipremiado actor. Una de las personas que más le impactó e influyó fue el obispo rebelde Pere Casaldáliga. Viajó a Brasil para preparar el personaje de una serie realizada por TV3, la televisión pública catalana. «Tú lo que tienes es ser radical», me recomendó. «Nada de banalidades. Radical», repite. Y sentencia al recordar lo que le recomendó el prelado fallecido hace casi cinco años: «Mira, el día que no haya hambre en el mundo, entonces podéis seguir construyendo y terminando la Sagrada Familia, pero no antes».

Fernández, que no queda claro si tiene ideas religiosas, le cuenta a Évole, cada vez más perplejo pero atento a su interlocutor, que se confesó con el religioso y poeta catalán, expulsado por la cúpula eclesiástica española por sus ideas rebeldes y defensor de la teología de la liberación. «No creo que sirviera de mucho», admite. Esto es lo que hay y se necesita ser menos trascendental. Esa parece ser la filosofía de Eduard Fernández cuando ha cumplido 60 años y reconoce que el pasado fue, profesionalmente hablando, su mejor año.

Lo de Évole se emite los domingos en La Sexta.

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