Las amigas de Usera
«Este adulto, además del padre de una de vosotras, quiso que conocierais el dolor de una manera inenarrable»

Amigas cogidas de la mano. | Pixabay
Queridas amigas del barrio madrileño de Usera, siento mucho lo que os ha pasado. Con 14 años el mundo es un lugar donde las cosas empiezan a complicarse cada vez más. La vida deja de ser un juego de niños y se convierte en un conjunto de problemas cuya solución sólo marca el principio del siguiente. Que las cosas no son cómo deberían te das cuenta en esa adolescencia, pero el paso de los años no hace que esto mejore, sino que seas más consciente de la inutilidad de convertirse en un adulto. Conoces los problemas, incluso las soluciones, pero es que en nuestra imperfección es donde «madura» nuestra especie. Y es que ya lo cantaba Calamaro en la canción de Los Rodríguez Dulce condena: «No importa el problema, no importa la solución. Me gustan los problemas, no existe otra explicación».
Pero vosotras, dos amigas íntimas que vais al Instituto Público Ciudad de Jaén en vuestro querido barrio de Usera, no os había dado tiempo para complicaros la vida de una manera que tuviera consecuencias para siempre. A los 14 años sólo quieres que te dejen en paz, que la incomprensión hacia el mundo exterior no te venga de vuelta en forma de los ojos inquisidores de los más cercanos. Encontrar una amiga que se encuentre en la misma situación que tú y en la que puedas confiar plenamente y de manera recíproca, se convierte en el mayor de los tesoros. Y eso es lo que os pasó a vosotras. Encontrasteis en la otra alguien en quien verse reflejada sin miedo a que se rompiese el espejo.
Pero el miedo, queridas amigas, siempre está, y más cuando en un futuro os deis cuenta de que el adulto está hecho principalmente de esa sensación. Los mayores de edad que pasamos de los treinta actuamos con la coherencia que el miedo nos deja. Antes de hacer cualquier cosa, le pedimos permiso para que no nos atenace con su inmenso poder. A veces, ese reducto de felicidad completa que es vuestra amistad, es vista desde fuera como algo a lo que hay que atacar. Hay adultos, queridas amigas, que temen cuando ven a esta en personas que tiene cerca. La felicidad ajena es un monstruo, que no les deja ver en el que se han convertido ellos. El miedo y la frustración suelen ir muchas veces unidos, mis queridas adolescentes. Los adultos deben medir el porcentaje de cada uno de ellos para que sus actuaciones no provoquen el caos. Ahora podéis entender porque los buenos adultos lo que más buscan es la paz y la tranquilidad. Que la calma lo domine todo, incluidos los momentos alegres.
Que vuestra amistad no se iba a romper nunca ya lo sabíais vosotras. No teníais la necesidad de que un adulto infame, hiciera de ella un lazo imposible de deshacer. Pero este adulto, además del padre de una de vosotras, quiso que conocierais el dolor de una manera inenarrable para cualquiera. Poner a prueba esa amistad aún a sabiendas del resultado. Una de vosotras se levantó con el tiempo suficiente no solo de pensar en su amiga, sino de la necesidad de que ese tiempo por adelantado se convirtiese en poder pasar más tiempo con su amiga. Ya lo había hecho algún otro día, y realizar ese acto convertía un día gris y monótono, como lo son casi todos, en algo más luminoso y especial. Le gustaba dar ese paseo mañanero hasta la casa de su amiga, desayunar juntas y alimentarse de un día por delante donde volver a ser inseparables.
Pero hay días donde lo peor no es ir a la casa de tu amiga y que no esté ella. Su padre ha dejado la puerta abierta para que pases y vayas a su encuentro en su habitación. Parece que sigue dormida, la cama deshecha y varias mantas tapando un cuerpo abultado que surge de debajo de ellas. Son varios cojines que ha colocado el padre en la ceremonia del mal más asquerosa y perturbadora que le tiene preparada a la mejor amiga de su hija. La tumba en esa cama y la viola dos veces. Después, la nada. El todo. El sinsentido.
La herida de esa mañana no cicatrizará jamás. Pero como toda amistad auténtica, en la dureza de la materia de la que está hecha, se forma la costra por la que nunca volverá a brotar la sangre. El padre salvaje está en la cárcel y ojalá se quede allí para el resto de sus días. Las dos amigas seguirán juntas, creciendo de una manera especialmente dolorosa, mucho mayor que la del resto de adolescentes. Una madurez alcanzada de la peor manera posible. Ojalá en vuestros futuros no sólo os una este dolor incontrolable y podáis volver al antes de ese momento cruel, donde brotó una amistad que con solo abrir los ojos le ponía el sol a la mañana.