El BCE echa un cable a Alemania
El Banco Central Europeo baja tipos por quinta vez consecutiva y Berlín anuncia su macroplan de 500.000 millones

La sede del Banco Central Europeo en Frankfurt, Alemania. | Zhang Fan (Xinhua News)
El Banco Central Europeo aplicó el jueves su quinta bajada de tipos consecutiva, aun advirtiendo que el momento económico está caracterizado por una enorme incertidumbre. Las previsiones de inflación que maneja el BCE y que alumbran esta decisión son del 2,3 por ciento en 2025, del 1,9 por ciento en 2026 y del 2,0 por ciento en 2027. De ser así, tiene todo el sentido haber vuelto a aflojar la política monetaria.
Como viene siendo casi ritual desde que la política monetaria dio el giro a la moderación, el BCE incluye la advertencia de que esta subida no compromete las decisiones futuras de la entidad, sino que aquellas estarán fundamentadas en los datos y previsiones disponibles en cada reunión. Y en la del jueves pasado, gravitaban, por un lado, las poco lucidas previsiones de crecimiento de la economía en el espacio monetario del euro (que se han rebajado hasta el 0,9 por ciento para 2025, el 1,2 por ciento para 2026 y el 1,3 por ciento para 2027) y, por otro lado, las enormes incertidumbres que generan las decisiones y las actitudes del presidente norteamericano Donald Trump, tanto en el ámbito político, como en lo económico y, muy especialmente, en lo comercial.
Hasta aquí lo que el BCE dice y probablemente debe decir. Lo que no se menciona en los comunicados es la necesidad de evitar barreras monetarias a la recuperación de Alemania y Francia, las dos grandes potencias europeas que, cada una a su manera, se encuentran en situación de debilidad extrema.
Alemania, tras el proceso electoral, alumbrará con seguridad un gobierno de coalición cuyo primer fruto (esperemos que no sea un simple señuelo negociador) un plan de inversión de 500.000 millones de euros para inversión en infraestructuras y para el rearme militar. La decisión tiene una enorme trascendencia política porque exige, como primer paso, nada menos que un retoque constitucional, para flexibilizar el llamado freno de la deuda, que limita la capacidad de endeudamiento anual al 0,35 por ciento del PIB.
La osadía y urgencia de la propuesta es enorme, desde la óptica y la experiencia españolas, ya que debería rubricarla el Parlamento saliente, en el que los socios de la futura gran coalición conseguirían la mayoría de dos tercios del Bundestag, mayoría que no obtendrían seguramente si la iniciativa se votara después del 25 de marzo, fecha de constitución de la nueva Cámara.
El ejemplo contrario lo sigue dando Francia, con una debilidad gubernamental que apenas ha dado para hacer unos presupuestos para 2025, aprobándolos por decreto y salvándose in extremis de una moción de censura, que no está descartada en los próximos meses. La política francesa está enfrascada en los cálculos electorales, mientras Alemania ha superado unas elecciones y, antes incluso de conformarse el nuevo parlamento, ya ha tomado decisiones de la importancia de las que hemos comentado.
Por lo que a España se refiere, la bajada sostenida de tipos viene bien a las familias y a las empresas, en cuanto que la inflación ha dado lugar a una enorme presión fiscal añadida y ha colaborado a la pérdida de competitividad empresarial. No obstante, la propensión casi enfermiza de este Gobierno a endeudarse puede encontrar en la flexión monetaria un incentivo a seguir por esa senda. Baste señalar que la gran jugada alemana implicará un aumento de la deuda del 73 por ciento actual al 84 por ciento. La deuda española está en el 105,33 por ciento. Alemania tiene margen. España, ninguno.