'La isla de las tentaciones': sé infiel, pero mira con quién
«Se oye mucho la palabra ‘amor’, pero pocos se arrepienten de haber caído en la tentación de la cama»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Cuando veo por obligación profesional La isla de las tentaciones, en Telecinco, que el lunes terminó con gritos, lágrimas y muchos te quiero pero no te perdono la infidelidad, me siento marciano. Más si cabe cuando el reality de la productora Cuarzo, la misma que ha creado otro éxito en esa misma cadena, Supervivientes, ha batido todos los registros de audiencia: 15,7% y en algunos momentos más del 20%, lo que en número de telespectadores significa más de un millón y medio de espectadores, especialmente en el segmento de edad entre 25 y 44 años. Uno no sabe cuánto hay de espectáculo, de mentira o de verdad en esos arranques de rabia y locura del ya conocido por todos, Montoya, un treintañero utrerano, roto supuestamente por el dolor que su pareja le haya engañado acostándose con otro concursante. Él también lo hizo con otra, pero trata de decirnos que fue una aventura sin importancia. Como premio de consolación le han seleccionado para ir a Supervivientes junto a su exnovia.
Sandra Barneda, la periodista, presentadora y escritora, finalista de un Nadal en 2020, la maestra de ceremonias del show rodado en la República Dominicana, le llama al tal Montoya por su apellido. Nunca se dirige a él por su nombre, José Carlos, como tampoco lo hace su exnovia, Anita, ni nadie de los participantes. A la pobre le han llovido insultos y amenazas en las redes sociales. Y él, sabedor que su fama ha trascendido fronteras -la actriz Whoopi Goldberg en su programa en la ABC estadounidense se ha referido solidariamente a su desesperación playera con el torso desnudo-, recurre a veces a hablar, muy literario, en tercera persona al tratarnos de explicar qué siente y por qué no se quiere: «Ese es mi problema. Mi falta de autoestima».
Procedente de una familia de músicos de flamenco, ha sido futbolista y hasta ha flirteado con la política en tiempos con un grupo que se escindió del Ciudadanos de Albert Rivera. Tiene un aire a Rocco Siffredi, el ya retirado rey italiano del porno, y confiesa una debilidad por Barneda, aunque esta tiene pareja, una bailarina holandesa.
La presentadora, que a sus 49 años conserva el gran atractivo que mostraba cuando era más joven, hace un papel en ocasiones de Señora Francis, el célebre programa radiofónico de consultas y consejos femeninos durante el franquismo escrito por un hombre, y otras de una terapeuta en una consulta con pacientes jóvenes con el mar al fondo. A veces pone expresión de asombro, ojiplática con lo que escucha, como si no diera crédito, con razón, y otras tiene que buscar paz como si se tratara de una guardería. Porque en realidad eso es de lo que se trata, de un jardín de veinteañeros y treintañeros, guapos, tatuados de la cabeza a los pies, y con unos vestidos muy sensuales en busca de justificar la infidelidad.
De un exhibicionismo exagerado donde hay caricias, sexo, gritos, lloros, promesas e insultos. Se oye mucho la palabra «amor», pero pocos se arrepienten de haber caído en la tentación de la cama. Al fin y al cabo, la carne es débil y los guionistas de La isla de las tentaciones pretenden indicar al telespectador que nadie o casi nadie resiste esa tentación. Tentadores masculinos y tentadoras femeninas que entran en dos villas donde están separadas las cinco parejas. Cinco semanas dura la supuesta tortura sexual.
La psicóloga Lara Ferreiro, especialista en adicción emocional y autoestima, autora de varios ensayos de autoayuda, afirma en una entrevista en El Mundo que «una infidelidad nunca se perdona, sería como legitimar un abuso». Para ella, el programa de Telecinco es pedagógico si lo tomamos como un espejo de lo que no hay que hacer. Pero de ahí el peligro de que una buena parte de quienes lo siguen cada semana sean jóvenes adolescentes.
¿La isla refleja de nuevo, al igual que realities como First dates, la sociedad en la que vivimos? Porque puestos a ser marcianos que me expliquen cómo Donald Trump, primer presidente de EEUU en ser delincuente convicto por sobornar a una actriz porno, fue votado por 77 millones de estadounidenses el pasado noviembre o el exministro y exsecretario de Organización del PSOE, José Luis Ábalos, se dedicaba a calmar sus debilidades falderas con al menos cuatro «señoritas de compañía» presuntamente con dinero público. El mismo que defendió en el Congreso de los Diputados la moción de censura contra la corrupción que derribó a Mariano Rajoy en 2018.
¿Todo es una gran mentira, un gran lodazal o quizá haya que relativizar los comportamientos sentimentales? El temor es caer en el puritanismo, en la rigidez y hasta en la intolerancia cuando se trata de hacer una crítica sobre programas como éste. Pan y circo. Si el público satisface sus tentaciones así, habrá que aceptarlo. Quién es uno para llevar la contraria a la mayoría de la sociedad. Siempre le queda el recurso de apagar el televisor, leer una novela, ver una película o almorzar con amigos. Y al límite, volver a Marte de dónde quizás nunca debió salir.
La infidelidad en la España actual se ha hecho común tanto en hombres como mujeres. Según encuestas al respecto, se estima que 8,5 millones de hombres confiesan ser o haber sido infieles frente a 7,5 millones de mujeres. En cierto modo, el programa de Telecinco parece reflejar esos datos. O casi. El casting se hace con cuidado. Se buscan potenciales participantes en redes sociales, parejas jóvenes con relaciones complicadas, relaciones que hoy se definirían como «tóxicas», que deben pasar antes por una serie de entrevistas y rellenar cuestionarios. Claro que uno se pregunta qué tipo de concursante es quien le comenta a su pareja tras ponerse los cuernos mutuamente: «Tenemos dos gatos y una casa en común. ¿Por qué no intentarlo de nuevo, cariño?».
Un reciente estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) resulta muy ilustrativo a la hora de definir «infidelidad» por los españoles. Según el CIS, un 64% de los encuestados considera que «mantener conversaciones subidas de tono con otra persona a través de mensajes, teléfonos o redes sociales» es un acto de infidelidad. Es incluso mayor que darse un beso en los labios (53%) o enamorarse de otra persona, aunque no lo desarrolle (49,8%).
Los datos observan, por otra parte, que los jóvenes son más estrictos sobre la infidelidad. Por ejemplo, para estos, comprendidos en una franja entre 18 a 24 años, casi el 80% opina que besarse con otra persona que no sea su pareja es un acto de infidelidad grave en comparación con los que tienen entre 45 y 75 años, que piensan que no es tan grave. Que se lo digan al expresidente de la Federación de Fútbol Luis Rubiales condenado por un beso no consentido a la jugadora Jenny Hermoso. La infidelidad como tal puede depender de muchos factores, como la situación emocional del individuo en determinadas circunstancias y obviamente de la calidad de una relación.
Que se perdone o no es otra historia. Y no parece que la muestra de parejas exhibidas en La isla de las tentaciones lo tengan claro. Dicen que se arrepienten y al poco se tiran los trastos a la cabeza ante el estupor de Sandra Barneda, quien muy dignamente se queja de ser testigo de un espectáculo de mala educación que no lo puede permitir. En fin, como la vida misma. Y si no que se lo pregunten a Trump, quien culpa de sus pecadillos a una conspiración de jueces que le tienen mucha manía.