The Objective
Opinión

'Cholismo' contra maleficio 'merengue'

«No estaría de más rogar a Simeone que se fuera de vacaciones según se acerque un partido europeo contra el Madrid»

‘Cholismo’ contra maleficio ‘merengue’

Diego Pablo Simeone durante el encuentro de Champions en el Metropolitano. | Europa Press

Preguntado Simeone antes de jugar contra el Madrid por un posible resultado, confesó: «Sólo Dios lo sabe». Dicho lo cual, la clasificación del vecino estaba escrita sin tener en cuenta los renglones torcidos del trencilla Szymon Marciniak o el resbalón de Julián Álvarez. Sea como fuere, el “cholismo” se ha instalado como religión en un amplio sector del Atlético de Madrid, y, como dijo Voltaire, “la religión mal entendida es una fiebre que puede terminar en delirio”. La enajenación afecta a los feligreses y quizás al líder, que en el caso de Diego Pablo Simeone ni pretende ser redentor ni señuelo japonés (guía del paraguas), por mucho que, en su país, Argentina, abunden los seguidores de algo tan pintoresco como la “iglesia maradoniana”, ahora que el espíritu del ‘Pelusa’ invade la actualidad casi un lustro después de su muerte: hay indicios de que en lugar de curarle lo apiolaron. 

Que Maradona descanse en paz, que se haga la luz sobre las causas del óbito del ídolo y que dejen de aparecer fotografías que muestran a un ser de otro mundo, cuál cobaya en manos de médicos despiadados. Esto es mucho pedir porque el juicio recién comenzado va para largo. Puestos a recomendar relajación y descanso, no estaría de más rogar a Simeone que se fuera de vacaciones según se acerque un partido europeo contra el Real Madrid. Seis choques, seis derrotas, dos de ellas de especial trascendencia: la del minuto 93 de Lisboa, tan cruel o más que la del maldito gol de Schwarzenbeck en 1974, la de Milán, donde ya se apreció que al míster se le encogía el orto, y la úlWma, la de regla obtusa, para olvidar. 

Embadurnado de ese maleficio merengue que le persigue en Europa, salvo algún ’empatito’ y la histórica victoria de Copa en el Bernabéu, lo habitual es que el Madrid moje la oreja al Cholo. Un acto tan simple que la tozuda realidad convierte en muy doloroso. En este cruce de los octavos de final de la novedosa Liga de Campeones, la influencia de Simeone en el resultado ha sido tan determinante como la mala suerte del equipo una vez anclado en el punto de penalti, la tierra prometida del entrenador a tenor de sus decisiones. Por partes, en el partido de ida en el Bernabéu, hizo un ejercicio de cobardía que en un equipo de mitad de la tabla para abajo sería comprensible, pero que en este Atleti es una concesión intolerable. El 4 de marzo Rodrygo adelantó al Madrid (min 4), empató Julián Álvarez (min 32) y el Atlético reculó, como tantas y tantas veces. Con el 1-1, lo fiaba todo a su disciplina defensiva, a que faltaba el encuentro de vuelta y a que sonara la flauta. La tocó Brahim Díaz y, ¡Oh cielos, qué horror!, defendió el 2-1. Las especulaciones se pagan, como la locura arancelaria de Donald Trump.

Las eliminatorias con el retorno en casa son partidos de 180 minutos para Simeone. Lo tiene todo estudiado para triunfar, elucubra, especula, pero no deja de estrellarse contra el Madrid, que le sorprende tan a menudo que ya harta. No cuenta con lo intangible, con que aparezca Sergio Ramos en el minuto 93, que el árbitro no aprecie la falta de Bale cuando no había VAR y ahora que lo hay sea precisamente esa diabólica herramienta la que haga papilla todos sus planes. Lo del Cholo, una vez más, fue un exceso de tacticismo frente a un equipo que, a pesar de las extraordinarias individualidades y el talento que atesora, convence a medias y estaba maduro. El 4M al Atlético le faltó ambición y ocho días después también la ocultó en el vestuario: desde el minuto dos, después del gol de Gallagher –¿se puede empezar mejor?–, y hasta el 120, lo fio todo a la disciplina defensiva de un grupo que apunta magníficas maneras ofensivas. Palmó. Cierto que todas las paradas las hizo Courtois, que Oblak apenas intervino hasta la tanda de penaltis, también lo es que hasta el minuto 85 Simeone no empezó a hacer cambios. Y cuando introdujo las novedades, no se volcó sobre el área madridista, por si le sorprendían atrás; apostó por la prórroga, también disputada con el freno de mano echado, como si esperara la resurrección en el punto de penalti. 

Todo sucedía según sus planes, hasta que Julián Álvarez, un futbolista descomunal a menudo abandonado a su suerte, se escurrió al chutar desde los 11 metros. A partir de ese punto faudico, comienza una novela en la que o todos mienten o ninguno dice la verdad. Marciniak, casi encima del balón, no se percató de que con el patinazo del argentino se produjeron dos toques: uno leve, impercepWble, que no movió la pelota, y el definitivo que la alojó en la red. Aseguró que fue él quien avisó a sus compañeros del VAR, que revisaron la jugada “minuciosamente” en menos de un minuto. Imposible. Courtois, a unos doce metros de distancia –ya estaba vencido a la derecha–, evidenció una fantástica agudeza visual y confesó que avisó al polaco de la irregularidad. La UEFA afirma que “el VAR llamó al árbitro”, quien no dudó de las instrucciones de los verdugos con control remoto y, sin ir a comprobar, anuló el tanto. Luego Oblak detuvo el lanzamiento de Lucas Vázquez, después Llorente estrelló el suyo contra el larguero y finalmente al guardameta esloveno se le escapó entre las manos el de Rüdiger. Conclusión, el Madrid a cuartos y el Atleti al rinchi

A petición del Atlético, la UEFA revisó la acción y ratificó la decisión de Marciniak, dos toques –”Sólo Dios lo sabe”–, pero abrió una brecha en la norma, modificable en el futuro “si el segundo toque es involuntario”, o si con el primero el desplazamiento del balón no se advierte, como en este caso. Un día después, la UEFA también hizo público un vídeo del momento crítico, que a todas luces parece manipulado si se compara con las primeras “pruebas” del VAR, inconsistentes. Así pues, al Atleti no le sirve de consuelo la conclusión de la UEFA, que además se contradice, y sus quejas se quedan en punto muerto al aludir al daño que se le ha hecho a la entidad y a sus seguidores, como si del penalti de Julián Álvarez hubiese dependido la clasificación, hipótesis indemostrable que se diluye en los. Cicateros planteamientos de Simeone.

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