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Opinión

La invasión de los ultracuerpos ultraderechistas

«La idea que tienen nuestros profesores progresistas del ‘pensamiento crítico’ es que este tan solo se ejercita cuando uno piensa y cree lo que ellos te dicen que tienes que pensar y creer»

La invasión de los ultracuerpos ultraderechistas

Miembros de Revuelta, una organización juvenil vinculada a Vox, frente a un instituto en Parla (Madrid). | Revuelta

Según informa El País con su acostumbrada solvencia informativa, un virus ultraderechista se ha infiltrado en nuestro incomparable sistema educativo. Resulta que los alumnos se acuestan convenientemente convencidos de los nobles ideales progresistas que le han inculcado sus abnegados profesores (la Paz, la Mujer, la Diversidad, el Medio Ambiente, etc.) y, como si a lo largo de la noche hubieran sufrido una suerte de sigilosa abducción alienígena, se despiertan convertidos en furibundas bestias ultraderechistas. Queda constancia, por ejemplo, que algunos de ellos han llegado a afirmar sin el menor rubor que Franco hizo pantanos. Otros, los más descarados, como los chicos de S´ha Acabat!, han pretendido, nada más y nada menos, que expresarse con libertad en las universidades de Cataluña. Uno no puede menos que recordar la escalofriante escena en la que Donald Sutherland, al final de la inolvidable película de Philip Kauffman, señala al espectador al tiempo que emite un grito escalofriante con el que parece estar diciendo: «El ultraderechista eres tú».

El periódico global le ha dedicado a este preocupante fenómeno dos nutridos reportajes. El primero está dedicado íntegramente a la proliferación del pensamiento desviado en los centros de secundaria; el segundo se centra en su infiltración en nuestras, hasta ahora, incontaminadas universidades. Ambos reportajes vienen ilustrados por los testimonios de unos cuantos profesionales de la enseñanza que, a pesar de haber sido escogidos al azar, opinan exactamente lo mismo. El caso más conmovedor, al tiempo que trágico, lo representa, sin duda, un profesor asturiano miembro, según se nos informa, del Colectivo de Docentes para la Inclusión y la Mejora Educativa (DIME).

Este docente, que ha participado en el desarrollo de materiales educativos para detectar los bulos, constituye la prueba más evidente de que los ultracuerpos ultraderechistas no respetan ni siquiera el espacio sagrado de la familia, toda vez que sus dos hijos, según confiesa, han caído víctimas de dicha epidemia. No sólo no se avergüenzan de proferir en público opiniones «muy machistas y de rechazo a los inmigrantes», sino que defienden algo tan escandaloso y tan contrario a cualquier evidencia empírica como que «las mujeres tienen más derechos y más leyes que los hombres y que por qué no hay un día del hombre».

Mención aparte merece el mundo de la Universidad, en donde, como todos sabemos, ha imperado siempre un clima de acendrada tolerancia en el que cualquiera puede expresar libremente sus ideas, sean del signo que sean. Así lo proclama heroicamente el decanato de la facultad de Ciencias Políticas de la Complutense, la cual no sólo es reconocida por su indoblegable defensa de la libertad de expresión, sino que se ha convertido en una referencia internacional por la firmeza con la que ha acometido la lucha contra los casos de abuso sexual. «Esta facultad está firmemente comprometida con la tolerancia ideológica, la dignidad de las personas, el respeto a la diferencia, la libertad de expresión y el diálogo respetuoso, honesto y veraz», nos dicen sus mandatarios, justo un poco antes de desconvocar, por los consabidos problemas de seguridad, el acto en el que iba a intervenir el antiguo dirigente de Vox Espinosa de los Monteros.

Estos mismos problemas, que constituyen, al parecer, una realidad insoslayable, han sido igualmente el paraguas bajo el que se han cobijado los rectores de las Universidades de Cataluña y el País Vasco para no hacer absolutamente nada contra quienes no admiten ningún otro discurso que no sea el preceptivamente homologable. Por eso, resulta tan inexplicable esta inesperada aparición de brotes ultraderechistas en la enseñanza pública de nuestro país.

«Uno de los triunfos más relevantes de la izquierda en la historia de nuestra democracia es su incontestable hegemonía sociocultural»

Frente a ello, ¿cuál es la solución que proponen estos profesores? Pues bien, todos inciden machaconamente en el mismo bálsamo de Fierabrás: «El pensamiento crítico». No obstante, hemos de reconocer que la idea que tienen del mismo es un tanto original. Si pensamiento crítico, hasta ahora, significaba, en su acepción más usuaria, pensar a la contra de un discurso establecido, tal y como de forma instintiva han empezado a hacer los alumnos, para nuestros profesores progresistas dicha actitud tan sólo se ejercita cuando uno piensa y cree lo que ellos te dicen que tienes que pensar y creer. Es el viejo aforismo de Oscar Wilde: «Los exámenes son preguntas que los tontos les ponen a los listos y los listos no sabemos responder».

El caso es que, de la misma forma que, según nos contaba Spinoza en su Ética, cuando Pedro habla de Pablo nos está hablando más de Pedro que de Pablo, al hablarnos de sus alumnos, de lo que en realidad nos están informando estos enseñantes es de ellos mismos y de la uniformidad por decreto del marco ideológico dominante. En ello se sustancia uno de los triunfos más relevantes, si no el que más, de la izquierda en la historia de nuestra democracia, ya que de ello se deriva, a su vez, lo que, al modo gramsciano, podríamos referirnos como su incontestable hegemonía sociocultural, la cual, por otra parte, nunca hubiera podido tener lugar sin la concurrencia, no ya pasiva, sino directamente proactiva del llamado primer partido de la oposición, que es ese partido del que nadie sabe a qué se opone.  

En los colegios, en los institutos, en las facultades de todo tipo, aunque sobre todo en esas donde se cursan esas disciplinas devaluadas que, por convención, llamamos de letras, se celebran única y exclusivamente los ritos y las mitologías convenientemente aceptados y bendecidos por la Santa Madre Izquierda, mientras que, a menudo en nombre de la inclusión y, por supuesto, del pensamiento crítico, se excluyen por sistema todos aquellos otros que pongan mínimamente en cuestión sus sacrosantos dogmas. La celebración, por ejemplo, de la bandera nacional como símbolo de unidad política y de solidaridad entre las diferentes regiones de España, no está ni se la espera en ningún centro educativo.

Tras casi 50 años de democracia, nuestra bandera constitucional sigue siendo un símbolo facha que ha tenido que ser, gozosamente, rescatado por los alumnos. El Día de la Constitución, que debería ser lectivo y de obligada concurrencia democrática pasa, en los colegios e institutos, perfectamente invisible al lado de un gran número de supersticiones de todo tipo, tales como el Día de la Paz, el Día de la Mujer y, por supuesto, el día de cada una de las presuntas identidades regionales, en donde, entonces sí, se despliega todo una obscena parafernalia de himnos, banderas y payasadas folklóricas con muchos trajes y muchos bailes.

«Esta ola de rebeldía juvenil, si algo viene a poner de manifiesto, es precisamente su fracaso como enseñantes»

Por todo ello, si en vez de ocuparse de tratar de inculcar a los alumnos valores (educar en valores es como denominan a estas formas de perversiones psicopedagógicas institucionalizadas) que criminalizan cada una de las afinidades electivas de los chavales, el profesorado en curso se hubiera dedicado a cumplir con su obligación de explicar el qué, el porqué y el para qué de un sistema democrático, ahora, tal vez, no tendrían que andar flagelándose por los periódicos por esta ola de rebeldía juvenil, la cual, por otra parte, si algo viene a poner de manifiesto, es precisamente su fracaso como enseñantes.

Por supuesto, a cualquier demócrata que se precie no se le escaparán algunos aspectos inquietantes en muchas de las actitudes de estos jóvenes, pero, teniendo en cuenta que la juventud es flor de un día, resultan menos preocupantes que las pulsiones esclerotizadas de muchos de estos profesores que militan en una izquierda directamente liberticida.

Por eso, si yo fuera profesor de secundaria y quisiera alejar a mis alumnos de tentaciones despóticas y antidemocráticas les hablaría, por supuesto, de Franco, pero me encargaría de ilustrarles sobre los modos en los que pueden morir las democracias en el siglo XXI con las dos legislaturas de su mejor discípulo, Pedro Sánchez. Con ello los chavales tal vez aprenderían a no demonizar o, incluso, a aprender de quienes no piensan como ellos; a comprender la importancia que tiene la separación de poderes y el respeto que se le debe a las instituciones del Estado; y a saber, en fin, que no existe verdadera democracia si no hay ciudadanos propiamente dichos, es decir, individuos que, como decía el bueno de Kant con su maravillosa ingenuidad ilustrada, se atrevan a pensar por sí mismos y no como animales de rebaño.

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