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'Woke 'y 'antiwoke', una guerra sin ganadores

La izquierda y la derecha democráticas deben abandonar el recurso a la identidad y la polarización y defender la libertad

‘Woke ‘y ‘antiwoke’, una guerra sin ganadores

Ilustración de Alejandra Svriz.

Meses antes de la victoria de Trump, The Economist publicó un estudio que revelaba que desde el 2021 no para de descender el interés por los temas típicos de la agenda woke (raza, género, LGTBI), tanto en los medios como en las empresas. Pero el cambio en la marea ha tornado en tsunami con la guerra abierta contra lo woke del nuevo Gobierno norteamericano, seguida con repentino entusiasmo por empresarios como Zuckerberg. 

Hay sin duda motivos para criticar unas teorías caracterizadas por la irracionalidad y una agresividad rayana en el fanatismo

Como ejemplo de irracionalidad recordemos el caso del activismo trans. Con la intención de proteger a los transexuales, se ha impuesto una ideología acientífica que niega la existencia del sexo biológico y lo convierte en un sentimiento personal. Esto ha llevado a que hoy en España cada cual puede elegir su sexo, permitiendo casos escandalosos de fraude que, sin embargo, es imposible probar que lo son, como advirtió antes Pablo de Lora -y Bolaños no tuvo más remedio que confirmar tiempo después-. Esas mismas teorías han favorecido la hormonación y mutilación de menores, en su inmensa mayoría con problemas psicológicos y neurológicos (vean el británico informe Cass), sin que psicólogos y médicos puedan prestarles la atención que necesitaban por temor a ser multados e inhabilitados si lo hacían.

En los otros dos temas típicos, la discriminación por raza y sexo, se presenta la época de la historia con mayor -aunque no perfecta- igualdad de oportunidades como si fuera la más oscura. Se ignora la realidad de que a menudo son los hombres jóvenes los que se están quedando atrás y que el problema de la brecha salarial está más relacionada con la maternidad y los condicionamientos sociales que con la discriminación (como ha demostrado la premio Nobel Claudia Goldin).  

La imposición de estas teorías se ha hecho a veces por ley (cuotas para mujeres y minorías) pero sobre todo a través de una extraordinaria intolerancia y agresividad con los críticos. Los académicos discrepantes son acosados o despedidos. Mujeres feministas como J. K. Rowling en Inglaterra o Laura Freixas en España han sido (y son) acusadas de tránsfobas y fascistas. La cultura de la cancelación del discrepante se ha impuesto en las universidades americanas, como denunciaron hace años Haidt y Lukianoff, limitando la libertad de expresión e incluso de la investigación científica.

«Lo que estamos viendo en EEUU no es la vuelta a la libertad, sino irracionalidad e intolerancia de signo contrario»

Muchos esperábamos que el sentido común y la realidad hiciera caer el castillo de naipes woke, pero lo que estamos viendo en EEUU -con algunos reflejos en la ultraderecha europea- no es la vuelta a la libertad y la racionalidad, sino irracionalidad e intolerancia de signo contrario, impuesta por órdenes ejecutivas del nuevo presidente.

En relación con la discriminación positiva, lo que se ha hecho no es dejar de imponerla, sino sancionar a las empresas que desarrollen esas políticas. Si antes se obligaba a los empresarios a tener un determinado porcentaje de mujeres o minorías, ahora no podrán, por ejemplo, dar preferencia en la selección a personas con discapacidad, aunque ellos quieran hacerlo. 

En cuanto a la libertad de expresión, se ha pasado de defenderla a que una  orden del presidente determine qué es lo que se considera educación patriótica e imponga que en las escuelas se enseñe que «América se ha acercado admirablemente a sus nobles principios a lo largo de su historia». Otra orden con el distópico título de la «restauración de la verdad» pretende imponer una versión oficial de la historia. Es decir, la misma imposición de determinadas «memorias históricas», pero ahora por orden de una sola persona. Al mismo tiempo, se corta toda financiación a cualquier institución educativa que no se adhiera exactamente a esas orientaciones, y se presiona las universidades y detiene y deporta a personas por motivos ideológicos. 

Es evidente que los que ayer se erigían como defensores de la libertad no respetan ni la libertad de empresa, ni de expresión, ni de cátedra ni de educación. Igual que a los anteriores, no les molesta solo la ideología contraria, sino la libertad y el debate. Pero en este caso el peligro es mucho mayor, pues se impone por un presidente que pretende tener un poder ilimitado, pues prescinde del Parlamento y desafía a los jueces. 

«Como en cualquier movimiento identitario, se señala un enemigo común, en este caso el hombre blanco heterosexual»

Defensores de lo woke como Innerarity y Lago señalan esta amenaza sin realizar autocrítica alguna -a diferencia de Estefanía Molina, que sí señala errores de ese movimiento-. Pero si queremos defendernos con éxito de esta venganza con tintes autoritarios, no basta advertir algún exceso, sino que hay que intentar explicar el origen de la -injustificable- nueva radicalidad. 

La clave está en el carácter identitario tanto de lo woke como de su reacción. Nuestra tendencia a identificarnos con un grupo tiene un origen evolutivo y una base neurológica, como se ha demostrado científicamente. Pues bien, es característico de lo woke la defensa de identidades (mujeres, minorías raciales, grupo LGTBI, etc…) y el reconocimiento de derechos de esos grupos. Como en cualquier movimiento identitario, se señala un enemigo común, en este caso el hombre blanco heterosexual -aunque también pueden ser las mujeres cis, o las mujeres blancas-. Las diferencias de raza, sexo y orientación sexual supuestamente nos hacen tan distintos, tan incomprensibles e irreconciliables, que un hombre no puede traducir las poesías de una mujer, ni una mujer blanca las de una mujer negra.

Con lo que no parecen contar es que todo ataque a un grupo produce un efecto reflejo: la amenaza refuerza el sentido de pertenencia, su identificación a su vez como víctima, y su disposición a la violencia contra el enemigo. Se crea una nueva doctrina, también irracional, que ha descrito Javier Rubio Donzé en este diario. La polarización es lo que ha permitido que Trump, un hijo de millonario con una vida personal absolutamente alejada de los valores tradicionales haya obtenido el voto de conservadores opuestos a sus principios y estilo. También ha llevado a que, por primera vez, existe una gran diferencia entre lo que votan hombres y mujeres y a que el feminismo ha dejado de ser el valor compartido por todos, como lo fue en las generaciones anteriores. 

¿Es posible salir de este bucle de enfrentamiento, irracionalidad e intolerancia? Sí, pero para ello hay que abandonar lo identitario y reconocer que la sociedad democrática moderna se construyó sobre la idea de ciudadanos libres e iguales ante la ley, y se consolidó con el Estado social, que aspira a la igualdad de oportunidades y a la prestación universal de unos servicios básicos. Por supuesto, esta aspiración nunca llega a cumplirse del todo y requiere de correcciones permanentes.

Pero la sustitución de los derechos individuales por los de los grupos ha sembrado en nuestra democracia la semilla envenenada de la identidad y la polarización, que los políticos populistas siempre están dispuestos a regar. La única salida es que la izquierda y la derecha democráticas abandonen el recurso de la identidad, reconozcan que los derechos se basan en la inviolable dignidad de cada ser humano, y defiendan, de verdad, la libertad.

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