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Opinión

Ancelotti no es el villano

«Dudar de la capacidad de Carlo es, como diría Gavi, no tener ni puta idea de fútbol»

Ancelotti no es el villano

Carlo Ancelotti en la rueda de prensa antes del partido de ida de los cuartos de final contra el Arsenal. | Europa Press

Dos derrotas consecutivas, once en lo que va de temporada; once goles encajados en los últimos cuatro partidos; el mortífero 3-0 del Arsenal, todo lo que podría suscitar esa «crónica de una eliminación anunciada». El Madrid juega como un equipo desequilibrado, roto, desvaído. Su mayor gesta de la temporada, haber echado de la carretera al Atlético, lo que habla más de la decepcionante actuación rojiblanca frente al vecino venido a menos, afortunado con el famoso penalti de Julián Álvarez que despierta múltiples sospechas en la UEFA por una presunta manipulación del vídeo, testimonio retocado, que el involuntario patinazo del futbolista en el momento culminante. Pruebas del desajuste madridista: «Nuestro problema de esta temporada es que no hemos podido formar un bloque compacto en los momentos menos buenos» (Carlo Ancelotti, el acusado). «Dos faltas innecesarias…» (Thibaut Courtois, el porterazo) y sendos golazos de Rice, demasiado arroz para tan poco «chicken». ¿Se puede clasificar el Madrid para semifinales de la Champions con estos apuntes? Ancelotti, a quien dan por sustituido por Xabi Alonso en junio: «Las posibilidades son muy pocas; pero hay que intentarlo». Una de esas remontadas milagrosas, épicas, mágicas, la taumaturgia del Bernabéu, resultan inconcebibles después de asistir a la huelga de piernas caídas en Londres. Carletto tendrá que esforzarse más, muchísimo más, y poner una guindilla en el culo a varios peones si quiere salir del atolladero. Por último, el clavo ardiendo al que se agarra el cancerbero, héroe del Emirates: «Si metemos uno o dos goles rápido…».

La ilusión es lo último que se pierde y el primer recurso para levantar el ánimo. Cuando Kylian Mbappé aterrizó en la capital el pasado verano, subieron tanto las acciones del Madrid que más de uno pensó que con la incorporación del francés reeditar los éxitos del curso anterior sería tan sencillo como el examen de las «marías». ¡Miau! Tardó más «Kiki» –así llama cariñosamente Luis Enrique a Mbappé– en encontrar su sitio que el equipo en desvanecerse. Justo lo contrario de lo que ocurrió en el Barcelona con el bienaventurado fichaje de Hansi Flick. ¡Qué grandísimo entrenador! Viendo jugar al Barça, su situación en todas las competiciones donde asombra por la belleza de su fútbol atrevido y compacto, muchos seguidores del Atlético se preguntan por qué en lugar de haber relevado a Xavi no sustituyó a Simeone. El entrenador mejor pagado del mundo –¡ojo!, que se lo ha ganado– tiene más peligro para su equipo cuando lo empequeñece frente al Madrid o al Barça que Donald Trump con un rotulador Sharpie.

Pero esta semana el acusado no es el Cholo, que encontró una bolsa de aire al imponerse «in extremis» al paupérrimo Sevilla, sino Carlo Ancelotti por la ausencia de rigor táctico del Madrid, por la elección de los titulares, porque no ha sabido motivar a los jugadores y por la falta de acierto en los cambios. Sin embargo, no es el villano. Villano es una persona deliberadamente despiadada y tramposa, como Trump y su juego de los aranceles, o supuestamente malvada, como Sánchez, inoportuno hasta para emprender un viaje de negocios a China agendado hace un año; aunque los verdaderamente malos de remate son los secuaces del presidente de Estados Unidos, quienes, con la que su jefe ha liado, se atreven a decir que una alineación de PS con Xi Jinping sería «como cortarse el cuello», en clara referencia a España, cáscara de nuez en medio de ese temporal que agitan los dos gigantes de la economía mundial.

No, el villano no es Ancelotti, el técnico más laureado del mundo, el mejor entrenador de la temporada pasada, el actual campeón de Europa y de Liga, el hombre que rara vez levanta la voz, que ni siquiera susurra para defenderse. Como tiene más conchas que un galápago, sabe que nada es eterno, menos aún el puesto de entrenador por mucho cariño que le tenga el presidente. Y es consciente de que el banquillo del Madrid exige títulos cada temporada. La derrota no es una opción ni una excusa, es la realidad de ese club que considera, porque así lo creen sus seguidores, que tiene que ganar cualquier torneo en el que participe. Dudar de la capacidad de Carlo es, como diría Gavi, «no tener ni puta idea de fútbol». Ignorar la exigencia del Madrid es más o menos lo mismo. Simeone se puede pasar tres o cuatro años sin tocar pelo; en la acera de enfrente esa carestía es inconcebible, una tara que sólo corrige un recambio. ¿Habrá llegado la hora de Ancelotti? Si no gana la Liga o la Champions, si no abre por enésima vez las puertas del Olimpo, ni siquiera vencer al Barcelona en la final de Copa servirá de atenuante: está despedido. Florentino preferiría que fuera el despiadado Trump quien firmara la sentencia con uno de esos odiosos rotuladores gordotes, rodeado de toda esa «troupe» de empresarios a quienes ha hecho más ricos con el caos bursátil que él promovió. De la profesionalidad de Ancelotti no se debe dudar, ni de que el patoso Donald se ha enriquecido aún más por todo este jaleo de los aranceles, como sus amiguetes.

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