Inés Hernand y la estupidez del día de hoy
«Menospreciar a la familia tradicional por su experiencia personal habla de su ego desmedido»

La presentadora Inés Hernand.
En estos tiempos donde el Black Mirror ha atravesado la pantalla para hacerse realidad desde hace tiempo, siempre hay hueco para querer masacrar y destruir cualquier concepto por el que hayamos llegado hasta aquí. Si hay una institución que ha conseguido que el ser humano haya sobrevivido al tiempo esa es la familia. No hay espejo lo suficientemente negro que pueda ocultar su reflejo en el paso de la historia.
Pero ahora la modernidad consiste en destrozar lo que funcionaba. Pensar que cualquier manera nueva de hacer las cosas es mejor que las tradicionales o antiguas es querer ver mucho de lejos, pero no ver nada de cerca. Caminar hacia delante queriendo borrar cada paso dado. Ningún valor tradicional vale. El futuro consiste en la autodestrucción del presente. Que lo oteemos en el horizonte, y que cuando lo rocemos llegue el Apocalipsis.
Negar todo lo evidente. Que la mujer barbuda no sea solo parte de un espectáculo circense, sino del registro civil. Que dicha mujer se llamase Paco y que de niño le operaran de fimosis. Que quiera utilizar el vestuario femenino mientras la realidad le cuelga mirando hacia tu hija o tu hermana. Que delinquir está mal y no sólo cuando lo hacen los demás. Que la corrupción política la ejercen solo los partidos e ideologías opuestas a las mías. Que la verdad se puede inventar. Que se puede modificar para beneficio propio. Que cuando se hace en este sentido no es cambiar de opinión, sino un acto de pureza y resistencia ante el adversario o enemigo. Que es más importante ganar que tener razón. Que todo vale en estas batallas. El juego sucio se convierte en una de las bellas artes cuando quien lo sufre se piensa de él que no merece ni el aire que respira.
Una parte de la sociedad que prefiere tener perros y gatos que hijos. Para animales salvajes ya están ellos, aunque no lo quieran ver. Muerden y arañan a la cordura y dejan al ciclo natural de la vida lleno de uñas amarillentas y dientes carcomidos. Los niños les molestan. Van a restaurantes y hoteles donde no está permitido que entren. Viajan en el vagón del silencio de los trenes, donde estos tampoco pueden estar, mientras no pueden evitar su estruendosa estupidez. Mientras tanto, ellos y ellas besan en las bocas de sus animales indefensos, que no han hecho nada para merecer esos alientos putrefactos dentro de sus hocicos. Que los suben a sus camas en un acto incompleto de zoofilia. Lo que sí que me gustaría es que cuando sus dueños duermen, estos animales les obligaran a practicar la coprofagia. Se lo tendrían merecido. Humanos que dicen que prefieren a cualquier animal antes que a una persona. Por una vez voy a ser incongruente y les voy a dar la razón. Si me dieran a elegir entre salvar la vida de un perrito y una persona perteneciente a este colectivo de enajenados, yo también salvaría al animal de cuatro patas.
Todo esto viene porque Inés Hernand, musa de los nuevos tiempos, y una de las presentadoras del incipiente “Sálvame sanchista”, criticó en unas declaraciones recientes la idea de familia tradicional en favor de una compuesta por personas encontradas de manera aleatoria y que tengan la misma manera fanatizada de ver la vida. La razón de que semejante lumbrera piense así es que ella acabó muy mal con la suya cuando era adolescente. Se tuvo que ir de casa de sus padres a causa de una rebeldía que incluía felaciones en los cuartos del baño del centro educativo al que iba. Y si esto se sabe es porque lo dijo ella. Menospreciar a la familia tradicional por su experiencia personal habla de su ego desmedido. Hacer de lo particular algo universal. Querer destrozar lo único que todavía funciona desde que el mundo es mundo. El núcleo de todas las sociedades desde que los humanos pusimos un pie en el planeta. El oxígeno extra cuando la asfixia se veía ganadora en la contienda. La única institución que no tiene ningún interés a la hora de hacer las cosas. El amor desinteresado, instintivo, animal. Las animaladas ya sabemos a quién tenemos que dejárselas.