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Opinión

Antonio Maestre, no le diga 33 ni al médico

«Confundir el 33 con el 88 es la demostración palpable de que le da igual ocho que ochenta»

Antonio Maestre, no le diga 33 ni al médico

El periodista Antonio Maestre recibiendo el premio Memoria y Dignidad en 2021. | Jorge Gil (Europa Press)

El tertuliano profesional Antonio Maestre ha sido noticia por caer de forma grave en esa enfermedad tan de nuestro tiempo que es ver todo de color fascista, nazi y de ultraderecha. No se libra nada ni nadie. Los animales son fachas, incluidos los unicornios y los dinosaurios. Lo son los rubios de ojos azules, peligrosos arios que no pueden esconder en su tez blanca su racismo. Los que tienen coche. Los que tienen hijos. Lo son hasta los que leen El País. Las mujeres que no compran este feminismo. En definitiva, cualquiera que no piense como ellos. Sólo si compras su mercancía averiada podrás tener coche, una mansión o dos, irte de vacaciones. Por tanto, vivir como critican a los que no son de los suyos. Poner las ideas por encima de los hechos. Ser tendenciosos y estar orgulloso de ello. Tener menos luces que una bombilla apedreada.

Este tipo de gente ve fantasmas en cualquier sitio. No solo las personas les atacan, también los objetos. Lo último es que los números también son de extrema derecha. No todos, o por lo menos no hasta el momento. Pero nunca se sabe, pues el fascismo ya sabemos según esta gente que avanza de manera tan rápida que lo abarca todo. Ahora mismo es el número 33 al que le ha tocado sentir en sus carnes esas acusaciones. Él, que estaba tan tranquilo, asociado en España a las victorias de Fernando Alonso en la Formula 1, o a esta Semana Santa que acaba de terminar. La muerte y crucifixión de Cristo se produjo cuando tenía 33 años, una edad y un número que desde ese momento a estos anticatólicos parece ser que se les ha atravesado, y para muestra el botón perdido de Antonio Maestre. 

Al que han crucificado por ese comentario es a él. Hacía tiempo que muchos ya le habían hecho la «cruz» y no esperaban de semejante personaje nada potable o que llevarse a la boca que alimentase el intelecto. Pero confundir números es algo que no hacen ni los niños a partir de los seis años. Confundir el 33 con el 88 es la demostración palpable de que le da igual ocho que ochenta. Escuchó campanas, pero no sabía dónde. Asoció que estas suenan en las iglesias y que esta semana se celebraba la muerte y resurrección de Cristo. Conocía que era un número de dos cifras y que estas se repetían. 

Es cierto que este tipo de personajes no le dicen la verdad ni al médico. Defienden ideas cuyos líderes políticos son Pablo Iglesias, Irene Montero, Yolanda Díaz o Errejón, que han hecho del mentir una de las bellas artes. Una enfermedad somatizada desde que fue al médico y le pidió que dijera 33, y le provocaría un trauma con ese número. Que ni la salud se interponga entre la falsedad de sus ideas y ellos.  

También es verdad qué si a cada tres de esa cifra se le escribe otro tres a su izquierda y en el sentido inverso, se formaría el número que andaba buscando, aunque lo desconociese. El 88 es la manera en clave de saludar al líder nazi, «heil Hitler». Si se elige el número 8 es porque la «h» con la que comienzan ambas palabras está situada en el puesto octavo del abecedario. Puede que esta figura televisiva quiera decirnos algo con el número 33. Alguna obsesión personal, algo que le pasara a esa edad que le dejara inquieto hasta el día de hoy. Otra opción es que ese número guarde también un mensaje cifrado. Uno donde ese número tres corresponda a la tercera letra del alfabeto. Esa letra, como todos sabemos, corresponde a la «c». Puede que ese gran líder de la prensa de la izquierda auténtica que se cree que es, haya reconocido por fin sus muchos errores, y se reconozca como un peón más dentro del tablero de ajedrez de ese espectro ideológico. Que se sepa uno de los mejores representantes del «comunismo cutre». Ahí tiene su 33 particular, el que le crucifica como a Cristo. Si Julio Anguita levantara la cabeza y viera el nivel de los que se supone que defienden sus mismas ideas, él sí que se daría 33 veces contra la tapa del ataúd para continuar en la vida eterna.   

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