The Objective
Hastío y estío

Primer aniversario de la carta del Pedro Enamorado

«El fin justifica los medios. Utilizar el poder del amor para que no se viera su amor al poder»

Primer aniversario de la carta del Pedro Enamorado

Ilustración de Alejandra Svriz.

Se cumple un año de la primera carta de Pedro Sánchez a los españolitos. En ella se mostraba como un hombre enamorado al que se le hacía insoportable ver las noticias donde se acusaba a su mujer de cometer actos ilícitos. El «amado líder» pretendía mostrar su lado más sentimental y despojarse de esa coraza de hierro de la que parece querer presumir que está hecho. Un hombre que amaba a su mujer por encima de todo, incluido él mismo. Se daba cinco días para reflexionar si le merecía la pena seguir al mando de un Gobierno si las consecuencias de ello era tener que aguantar los ultrajes a su esposa. Hacernos creer que él se mueve por los impulsos de su corazón y no por su fría conciencia. Poner a su mujer por delante del único objetivo que ha tenido en su vida, las ansias de poder. 

Una carta palpitante donde latía el perfil más maquiavélico del presidente. El fin justifica los medios. Utilizar el poder del amor para que no se viera su amor al poder. Convertirse él, en la víctima principal de los supuestos ataques a su mujer. Sufrir más que quien recibe los disparos. Envidiar hasta el dolor ajeno. Querer acapararlo todo, lo bueno y lo malo. No se me ocurre nadie más peligroso que un ególatra que pretende victimizarse. 

Ha pasado un año desde ese momento en que Pedro Sánchez se sintió escritor y se puso a escribir esa carta donde su estilo literario dejaba mucho que desear. Se dice que uno es como habla y como escribe. Esas líneas evidenciaban una sencillez viciada por la dejadez y la incredulidad del mensaje que quería dejar plasmado. Unas frases desgobernadas, como tiene a España. Pero en su megalomanía desmedida y acabando de pasar el Día del Libro, es decir el 23 de abril, se vio preparado para dejar por escrito algo que hizo retorcerse inquietamente en sus tumbas a los dos homenajeados.

Cervantes empatizó en parte, pues como todo el mundo sabe era manco. Lo que no se sabe tanto es que no se le llegó a amputar la mano, sino que se le quedó inutilizada. La misma inutilidad que demostró el presidente al querer utilizarlas para escribir. Y para escribir algo medianamente decente es necesaria la conexión entre la mente que crea las ideas y las manos, que son las que las ejecutan y las dejan plasmadas. Shakespeare le dio directamente la espalda, pues pensaba que la versión cañí que estaba realizando de su Romeo y Julieta le había quedado tan almibarada como insustancial. Un plagio que al no ser al pie de la letra perdía la esencia. Y eso que don Pedro se vanagloria de ser el único presidente español que sabe hablar bien la lengua de William. Lo de traducir literalmente no se le da bien, él prefiere hacer sus propias interpretaciones de todo lo que ve y escucha hasta transformarlo en lo que más le convenga. 

Ha pasado un año de una supuesta carta de amor que era realmente un acto de desprecio hacia los españoles. Una amenaza no explícita donde nos chantajeaba con que no hubiera nadie al mando del país durante esos cinco días. Paralizar España durante una semana para evidenciar que le importa más lo particular que lo general. Tener la delicadeza, al menos, de amenazarnos de manera epistolar y no con una pistola. 

En este año que ha pasado desde aquella misiva que tuvo poco de arma de destrucción masiva, las cosas han empeorado para su amantísima esposa. De aquellos polvos derivaron estos lodos. De unos primerísimos indicios de cometer algún delito, a cuatro imputaciones y cinco delitos por los que se investiga a Begoña Gómez. Evidentemente, Pedro Sánchez sigue al mando del Gobierno, aunque durante esos cinco días nos diera «grandes esperanzas» de marcharse. Siempre está bien homenajear a Dickens, y más en la semana del libro. Prefirió que pensáramos que seguía queriéndose más a él mismo que a su mujer. Dejar claro que por encima de él no hay nadie. Que se quiere y se gusta por encima de cualquier persona. Desconoce que sobre gustos no hay nada escrito. Una página en blanco, como ha quedado esa carta 365 días después. Un borrón más del peor de los escribientes. 

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