Con cebolla y sin vergüenza
Después de cada Consejo de Ministros, este Gobierno encarga un piscolabis informal donde el plato estrella es la tortilla

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno. | EP
El pasado lunes mientras casi todos nos comíamos el caos, había quien tenía tiempo para preguntar a sus compañeros de mesa cómo prefería la tortilla de patata. Todos sabemos que hay dos bandos imposibles de reconciliar, más aún que los fachas y los rojos, los madridistas con los barcelonistas, David Sánchez (el hermanísimo) y el acto de ir a trabajar, y además llevarlo a cabo. Está el comando a favor de que este manjar lleve cebolla y que demuestran con esa elección su buen gusto. Gente que sabe que no hay mayor experto en arte y cultura que el estómago. Y es que nadie disfruta la belleza cocinada como lo hace él. En el otro lado están los desorientados, los que prefieren una vida inane e insustancial. Insípida. Es cierto que la cebolla hace llorar, pero no saber valorarla demuestra la tristeza de esos paladares. Un servidor respeta esta falta de criterio, por supuesto, pero se empieza perdiendo el sentido del gusto, y se termina votando al PSOE o al PP pensando que son partidos antagónicos cuando son los que más se parecen entre sí. Uno como no vota ni volverá a hacerlo, prefiere quedarse esos domingos degustando las mejores tortillas de patatas de Madrid. Ir a Casa Dani dentro del Mercado de la Paz, mientras la vista también se alimenta con la estética de cada puesto o local, y con el mejor producto. El Colósimo, en el Barrio de Salamanca, Ortega y Gasset filosofa entre esa barra y esas mesas donde uno desciende al cielo. El de “Juana la loca” en el barrio de la Latina, donde el costumbrismo del Madrid más castizo se moderniza en un plato donde le da el sol sin necesidad de salir al exterior. Hay muchos más, pero con esos tres es más que suficiente para olvidarse de ese trago electoral, y de todo en general.
Pero uno no ha venido aquí a ejercer de crítico gastronómico, pues ni valgo para ello ni creo que sea el momento. En cuanto a lo que tiene que ver con el acto litúrgico de sentarse a una mesa a degustar los alimentos, me acojo a lo que me decía mi madre de pequeño: “come y calla”. Todo lo que llevo escrito en este artículo se debe a la pregunta de la primera frase de este artículo y que realizó Pedro Sánchez. Puede que su falta de luces le acelerara el hambre. Un micrófono captó la pregunta del Presidente del Gobierno sobre la tortilla de patata cuando conversaba de manera informal antes del inicio de la reunión en la que participaron las tres vicepresidentas, diez ministros, la directora del CNI, el jefe del Estado Mayor de la Defensa, la directora del Departamento de Seguridad Nacional de la Moncloa, el jefe de Gabinete de Sánchez y la secretaria de Estado de Comunicación. Estaban todos reunidos a causa del apagón nacional. Por cierto, sería una manera perfecta de referirse al periodo sanchista.
Parece ser que después de cada Consejo de Ministros semanal, este Gobierno encarga un piscolabis informal donde el plato estrella es la tortilla. Y este lunes pasado no iba a ser menos. Ellos tenían luz y las cocinas de Moncloa funcionaban a pleno rendimiento. Tras charlar un ratillo sobre el sexo de los ángeles y la filosofía de Hegel, porque lo que está claro es que no hablaron sobre la caída total de la red eléctrica en España, como demuestra las seis horas que tardó Sánchez en salir a dar unas explicaciones que perfectamente podían haber sido sustituidas por el silencio, el hambre les entró a todos con una voracidad chispeante. Pedro levantó la voz y jovialmente, como si estuviera en una tasca ilustrada de la calle Ponzano después de tomarse unos vinos, y se animase a coger la carta del establecimiento, vio que había tortilla y entonces hizo la pregunta más fácil de responder de todas. No les va a sorprender, queridos lectores, sí les digo que la mayoría respondió “sin cebolla”. Si ya tenía claro que este Gobierno no era de fiar, este tipo de cosas me lo confirma de manera científica.