Lamine Yamal, la joya que hay que cuidar
“El sacrificio va implícito en los éxitos. Lamine está a tiempo de elegir entre Cristiano/Messi y Neymar”

Lamine Yamal, durante la ida de semifinales de Champions contra el Inter de Milán. | EFE
Los parques se pueblan de Lamines que comparten una pelota y entrenan la virguería del desborde, con un regate tras otro, hasta encontrar al compañero desmarcado o un hueco entre los tres palos imposible para el portero. Niños de ascendencia árabe, española, asiática o americana que ensayan la ruleta con ese afán que no les exige la tablet porque jugar en la calle con los amigos es mucho más divertido que dejarse los ojos en la pantalla. La chavalería elige sus ídolos con el nombre en el dorso de la camiseta. No ocultan que les tira el Madrid o el Athletic, la Real Sociedad o el Espanyol, el Betis o el Sevilla, pero quien realmente despierta su interés y reclama toda su atención es Lamine Yamal, el ídolo del momento cuyas camisetas se agotan en los mercadillos. “¿Cuál quieres?”, pregunta la mamá, el tío o el abuelo, respuesta inmediata que descoloca a los mayores: “La de Lamine”. “¿Pero no eres del Atleti?”. “Sí, pero me gusta Lamine”. Categórica la criatura, que cambiaría diez cromos de Adrenalyn por uno de Yamal.
Pero Lamine no encandila sólo a la chavalería, también a los mayores que no ahorran calificativos para definirle, aunque mantienen a raya la euforia al referirse a él porque han visto mucho fútbol y muchos futbolistas, víctimas de apagones con peores consecuencias que el del lunes 28. Despierta el genio de Rocafonda tanta admiración que cohíbe, y cuando se tiñe el pelo o se coloca dos pares de gafas de sol a la una de la mañana resucitan los eternos fantasmas de los juguetes rotos. “Con Jorge Mendes, su representante, bien”, pero no puede controlarlo 24/7. “Es joven, despuntó en el Barça con 15 años; todavía era menor de edad a punto de proclamarse campeón de Europa con la Selección. Lo que realmente se aprecia en él es que no tiene techo”. “El fútbol no deja de sorprenderme – reflexiona Thierry Henry–, cuando piensas que es imposible que vaya a haber alguien mejor que Messi o Cristiano aparece Yamal”. “Es una locura lo que está haciendo –prosigue–. No es normal. Mi deseo es que no le presionemos. Si tiene que sentarse en un trono, ya lo hará”. Hay que cuidar a la joya y vigilar sus pasos. A los 17 años es mejor que Messi y CR7 con su edad. Frente al Inter dio el aldabonazo que, seguramente, no será ni el último ni el definitivo, al marcarse un partido de genio interestelar. Un gol precioso, pases cortos, paredes precisas y centros medidos con “marchamo de gol”, que se decía en tiempos en que el lenguaje del fútbol, bello hasta para la metáfora de la vaselina, no inventaba palabros para definir acciones: asistencia, por ejemplo. Luis Aragonés se negaba a seguir la corriente y siempre que le preguntaban contestaba lo mismo: “¿Asistencia? Eso es lo que hace un médico, o cuando te mandan una ambulancia. ¿Cómo que asistencia? Centro, pase, envío…”. Con la nueva ola también llegaron las “faltas en ataque”, el “palo largo”, el “palo corto” y patadas al diccionario aún peores.
Lo que perdura, no obstante, es el genio, la regular aparición de nuevos ídolos, jóvenes prometedores a quienes hay que cuidar, y tirar de las orejas si es menester, y advertirles de los errores, como hizo Roberto Bautista con Carlitos Alcaraz: “Si quiere ganar más Grand Slam tendrá que acostarse antes de las siete de la mañana”. Cristiano Ronaldo no descuida ni la alimentación ni la preparación física, de ahí que acabe de renovar dos años más con el Al-Nassr, recién cumplidos los cuarenta. La obsesión del portugués por mantenerse siempre a punto es comparable a la de Messi. El sacrificio va implícito en los éxitos, como ha sucedido con Rafa Nadal, a quien castigaron las lesiones, pero nunca se rindió, hasta que el cuerpo dijo basta. Alcaraz ya ha recibido varios avisos: o espabila o no volverá a ser número 1. Lamine está a tiempo de elegir entre Cristiano/Messi y Neymar. Dijo Induráin que un Tour te quitaba años de vida, pero continuó en la carretera. El ciclismo, como el deporte de élite, es sacrificio, pasión, sangre, sudor y lágrimas.
“Dentro del terreno de juego no hay nada que haga dudar de la inmensa calidad de Lamine Yamal, fuera del campo algunas de sus ocurrencias inquietan porque brilla con tanta luz que se teme que a este genio precoz le deslumbren los focos de la fama y se eche a perder”
Y el fútbol son esas pequeñas cosas, los detalles a los que aluden los sabiondos entrenadores cuando les cuesta arrancar la cáscara al partido, o esas otras de más calado que aceleran el corazón, liberan dopamina y nos obligan a creer que jugar a la pelota es algo más que dos equipos de once tíos corriendo en calzoncillos detrás de un balón. “El fútbol”, según Bill Shankly, “es mucho más importante que una cuestión de vida o muerte”. En ocasiones lo parece. Pero también es un regalo para la vista, colmada de imágenes fraudulentas en otros ámbitos, y para cada uno de los sentidos, que se empequeñecen frente a la adversidad de una dana, un volcán, una pandemia, un apagón y las nefastas consecuencias que tienden a peor cuando al volante pilota un chimpancé rodeado de una cuadrilla de tunantes.
El fútbol, además de fútbol que sentenció Vujadin Boskov, es un compendio de historias maravillosas y de estrellas que se encienden con el interruptor del público para constatar cuál brilla más. En el fútbol cuesta menos derretirse en el campo de las comparaciones que regatear al portero. Por ese universo, poblado de estrellas fugaces y en el que sólo las elegidas brillan para la eternidad, hay hueco para cualquiera que se atreve a desafiar a los ancestros o a sus pares. Para cualquiera que, dotado de talento, se sacrifique y se cuide. Coincidieron Pelé y Di Stéfano, los astros, con tipos deslumbrantes como Garrincha, Didí, Puskas, Kubala, Eusebio y el mismísimo Gento. Alcanzado el cénit, por ley de vida dejaron paso a los discípulos más destacados de las generaciones siguientes, con Beckenbauer a la cabeza y Müller en la sombra; y Bobby Charlton con Moore o Best; y Cruyn en la cima rodeado de tipos encantados como Rep, Haan, Kroll,
Ressenbrink o Neeskens. Y cuando se escuchaba el “no va más”, surgía Maradona, resistente a todas las comparaciones, o Ronaldo (Nazario), Zidane y Ronaldinho, hasta que el imperio estelar se rinde a los pies de Messi y Cristiano Ronaldo.
Cristiano y Messi, en el epílogo de sus carreras, disfrutan de las últimas ovaciones conscientes de que tienen el relevo encima. Por las venas del prodigio, nacido en Esplugues de Llobregat (Barcelona) el 13 de julio de 2017, corre sangre africana, mezcla de guineana y marroquí, eritrocitos, leucocitos y trombocitos de un individuo física y técnicamente privilegiado, de quien se espera que mentalmente también cumpla las expectativas. Dentro del terreno de juego no hay nada que haga dudar de la inmensa calidad de Lamine Yamal, fuera del campo algunas de sus ocurrencias inquietan porque brilla con tanta luz que, por antecedentes conocidos en la profesión, se teme que a este genio precoz le deslumbren los focos de la fama y se eche a perder.