The Objective
Opinión

José Ángel de la Casa, el periodista deportivo

“Hay para elegir entre el periodismo que chirría embarrado en las redes sociales o el que ha dignificado José Ángel de la Casa”

José Ángel de la Casa, el periodista deportivo

José Ángel de la Casa.

La muerte o el paradigma de los buenos deseos y de los reconocimientos. Esa frase tan socorrida de “qué bueno era” acompaña a familiares y amigos del finado como una liturgia de cabecera; aunque el difunto tuviera cuernos y rabo y fuera retorcido como Max Cady (Robert De Niro, El cabo del miedo), malvado de manual.

No, no es el caso de José Ángel de la Casa Tofiño, que además de buena persona era un excelente periodista… DEPORTIVO. Narraba sin estridencias, sin exagerar, sin gritar, salvo en el mítico gol de Juan Señor, el que marcaba la diferencia de 11 tantos para acceder a la Eurocopa de Francia en perjuicio de Holanda (Países Bajos). Imposible no exaltarse. Amarraba al telespectador al partido y mantenía la tensión imprescindible sin perder el hilo de lo que ocurría en el terreno de juego. Ahora se habla tanto durante una transmisión que jugadas que precisan un comentario, un punto de vista equidistante y sensato, pasan inadvertidas, diluidas entre la cháchara. “Tofo”, apelativo cariñoso por el que se le conocía en la profesión, deja un legado de buenas maneras y un libro de estilo narrativo que desgraciadamente muy pocos colegas imitan, prácticamente ninguno. Nunca pretendió ser ejemplo ni señaló con dedo aleccionador, pero su método, aunque inimitable, ha calado, sobre todo en la hora de su desaparición. 

Entre ser futbolista y periodista, eligió lo segundo. Trabajó en radio, televisión y, en menor medida, en prensa. Narró 240 partidos de la Selección, el primero en 1979; cubrió siete Juegos Olímpicos y seis Mundiales de fútbol, siete con el de Sudá frica, donde estuvo invitado. Cantó el gol de Señor a Malta (21 de diciembre de 1983, estadio Benito Villamarín, apenas media entrada) que clasificó a España para la Eurocopa del 84; fue algo así como su primer paso hacia la posteridad: “Tanto escuchar que era un soso y se me recuerda por un gallo. Para una vez que me emociono…”. El 28 de marzo de 2007, empujado por el ERE, se jubiló de Televisión Española, nueve años después de recibir el Ondas y siete antes de confesar que sufrı́a Párkinson, la enfermedad que le derrotó después de una lucha titánica. Nos dejó el 5 de mayo de 2025 con 74 años; mas no del todo. 

La TVE donde José Ángel de la Casa prosperó nunca fue una familia perfectamente avenida porque las envidias en el sector de la caja tonta son una mala costumbre, contra la que ni siquiera están vacunados los periodistas, salvo Tofiño y algunos profesionales más. Es aparecer en pantalla y el ego crece como un suflé, que se desinfla cuando el responsable de turno decide cambiar las caras, por innovar o por seguir las órdenes del politburó; entonces la mala baba hace estragos al tiempo que en la calle dejas de ser famoso, te conviertes en un transeúnte más y en un comensal corriente en la cola del restaurante. Y eso duele. Sin embargo, en aquellos tiempos la calidad de la televisión pública no se cuestionaba como hoy, que yace entre las plumas de otra familia, La familia de la tele, esa novedad que es más antigua que el hilo negro y que ha enfrentado al Consejo de Informativos con la Dirección de la Corporación.  Cuando al futbolista retirado le permiten entrevistar y al salsero le destinan a cubrir el entierro del Papa la baraja se rompe porque el intrusismo lo desvirtúa todo.  

Hay quien después de escalar el Kilimanjaro no soporta vivir al nivel del mar y cuando recupera crampones, arneses, mosquetones y pies de gato se vuelve mezquino, o mezquina, e incapaz de agradecer la segunda oportunidad clama venganza y se funde en negro, como aquellos viernes. Quizá no sabe lo que quiere; seguramente no absorbió ni una pizca de la impronta del “Tofo”, a quien describe así Juan Carlos Rivero, alumno aventajado: “De él aprendí a reconocer el innegociable valor de la dignidad. Nunca sintió que la suya fuera la verdad única, ni se quemó en la hoguera de las vanidades”. Una mala suerte de jactancia sin límite de ensoñación según esta reflexión de Jesús Aguirre rescatada por Fernando Savater: “Todos los hombres tenemos pájaros en la cabeza, pero sólo el Papa cree que el suyo es el Espíritu Santo”. Y que León XIV nos perdone.

Periodismo televisivo, radiofónico y escrito. Arduo y arriesgado es el trabajo de cronistas y opinadores, arrastrados por la dictadura de la rotativa y encadenados a ese cierre con preaviso de fin del mundo si un minuto después de terminar el partido la crónica o la columna no están listas; destaca esta especialidad por la inmediatez no exenta de calidad ni enemiga del diccionario y de la gramática. Periodismo escrito con los índices, tan pulcro como las narraciones de Tofiño; brillante o no dependiendo del día de las musas y la destreza narrativa de cada cual. La cuestión es dignificar la profesión, según el método tradicional para ganarse el cielo, en el caso de los cristianos, y, una vez en el más allá y con independencia de credos y después de tantos sacrificios realizados, encontrar las huríes correspondientes.  

Richard Ford, de quien Raymond Chandler escribió que era el mejor escritor en activo de Estados Unidos, nos cuenta que Frank Bascombe, 38 años, “tiene un magnífico porvenir como escritor”, que “disfrutó de un breve instante de gloria, tras la publicación de un libro de cuentos”, pero que “luego abandonó la literatura”, o que la literatura le abandonó a él, para escribir sobre deportes, “para entrevistar a atletas a quienes admira porque no tienen tiempo para las dudas o la introspección”, y porque sentar al ídolo a la mesa del pueblo llano es una labor admirable. Bascombe prefiere escribir sobre victorias y derrotas, “sobre triunfadores del futuro o del ayer”, lo que le permite aprender que “en la vida no hay temas trascendentales. Las cosas suceden y luego se acaban, y eso es todo”. Sinopsis de El periodista deportivo, “una novela que tiene tanto que ver con la crónica de deportes como Moby Dick con la caza de ballenas” (George Vecsey). Ciertamente, cuesta encontrar cualquier paralelismo entre un Clásico o un Alcaraz-Sinner con el párrafo siguiente: “En la habitación, la tele está encendida sin sonido”. 

Las cortinas están echadas y fuera hay dos bandejas de platos. Vicky yace desnuda como un pajarillo sobre la cama deshecha, bebiendo Seven-Up y leyendo la revista del avión. Podríamos imaginar a Vicky viendo El Chiringuito o Estudio Estadio con una copa de albariño, hojeando Mundo Deportivo o Marca, pero entonces el protagonista no sería Frank Bascombe. Hay periodismo deportivo más allá de Richard Ford y hay para elegir entre el que chirría embarrado en las redes sociales o el que ha dignificado José Ángel de la Casa (D.E.P.).

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