Todas las manifestaciones son tristes
“Las manifestaciones de derechas por lo menos tienen la elegancia de parecer un entierro”

Manifestación en la plaza de Colón, este sábado. | EFE
El pasado sábado, siendo infiel a mis principios, me presenté en la manifestación de la plaza de Colón en Madrid que pedía la dimisión de Pedro Sánchez. Si lo hice fue porque no la organizaba ningún partido político, sino asociaciones independientes. Un servidor no cree que las manifestaciones sirvan para algo, pero eso no significa que no defienda su existencia. Está bien que se hagan, y, si las prohibieran, estaría en primera línea luchando para recuperar ese derecho. Como acto poético y quimérico, me parecen un tipo de reuniones irreprochables. Creer que vociferando cuatro proclamas o que llevar una pancarta es como quien llevaba un estandarte en una guerra, nos convierte en ciudadanos comprometidos, es lo que precisamente más nos acerca a la sumisión con respecto al poder político.
Usted desahóguese, claro que sí, pero que sepa que nosotros seguiremos mandando y haciendo las cosas de la misma manera. Le dejamos patalear, gritar, como si fuera un niño enrabietado, pero cuando se le pase el soponcio, se comerá la verdura y después se irá a su cuarto castigado. Sustituya la verdura, por ir a tomarse unos vinos a los bares de la zona donde se haya organizado dicha manifestación, y después, ya sí, a sus casitas, a dejar de dar la barrila por sus calles. Un ratito les dejan, pero sí lo que quieren es hacer ruido y molestarles, háganlo en sus hogares, y déjenles que sigan llevando sus placenteras vidas.
Ese sábado el cielo decidió encapotarse sabedor de que había empezado la feria de San Isidro. El día anterior Talavante en las Ventas había cogido ese capote para llenarlo de sol y de otras estrellas. Cortó las dos orejas al astado, de la misma manera que podía haberlo hecho con Pedro Sánchez el día siguiente en la manifestación. Que iba a hacer oídos sordos o como sí se los hubieran extirpado, era algo que se sabía desde que se puso fecha a la manifestación. Con esto es a lo que me refería de lo poético de estos actos donde se sabe que no se va a conseguir nada, pero que igualmente se hacen por una búsqueda de dignidad y belleza. Evidentemente, hay muchas razones para manifestarse contra este gobierno corrupto e inmoral, pero sí el poder político las permite es porque sabe que no tienen consecuencias.
Como les digo, el cielo estaba plomizo y caían algunas gotas que ayudaban a hacer más triste de por sí, una reunión que se sabía que no tendría final feliz. Aquí el masaje lo recibe este Gobierno en forma de bailes improvisados de unos pasajeros tirados en tierra de nadie. Las vías como pista improvisada de una alegría empobrecida. El diablo Sánchez aprovechó el apagón en sus conciencias para introducirse en sus cuerpos danzarines.
En la manifestación hablaron presencialmente Esperanza Aguirre y Marcos de Quinto, y a través de un plasma Alejo Vidal-Quadras. Un servidor se alegró especialmente de las primeras palabras de Marcos de Quinto, pues fui testigo presencial de lo que dijo. Y es que Televisión Española tuvo a bien cubrir informativamente la manifestación, pero eso sí, a su manera. De cabalgata alocada y desfile tan norcoreano como parasitario. Hacer cine de barrio todos los días y no sólo los sábados. Convertir las “españoladas” antiguas en arte mayor, y las de La familia de la tele en algo insoportable donde el tiempo parece haberse parado en su momento más decadente y estúpido. Un servidor se dio cuenta de cómo los trabajadores del ente público grababan unas imágenes de donde se iba a realizar el acto una hora antes de que se produjera. Con ello buscaban decir que la manifestación había sido un fracaso y que sólo habían ido cuatro gatos. Los muy perros de sus jefes, especialistas en la manipulación, no contaban con que ya había bastante gente allí y que nos estábamos dando cuenta de lo que pretendían. Por eso estuvo muy bien que lo dijera Marcos de Quinto al principio de su intervención. Dicho esto, la delegación del gobierno dice que hubo 25.000 personas, y los organizadores, 200.000. En este caso, en el punto medio suele estar, otra vez, la virtud y la verdad.
Pero fue una manifestación triste. Como todas y como mandan los cánones. De paraguas y de gente que se moja. Por lo menos no parecía que estábamos en el sambódromo de Río de Janeiro. Un carnaval de batucadas, tambores o performances propias de una tribu africana que estuviera al margen de toda civilización, como les gusta realizarlas a los manifestantes de izquierdas. Quejarse para hacer de la vida un acto frívolo. Las manifestaciones de derechas por lo menos tienen la elegancia de parecer un entierro.